El último recital

El final

El movimiento de las aguas era hipnóptico. El pequeño de cabellos revueltos se agachó para observar de cerca la espuma de las olas que se mecían suavemente. Intentó tocarlas con sus regordetas manos pero se sintió decepcionado cuando se escaparon rápidamente sin dar tiempo a nada.

—¡Mamaaa!! —gritó intentando que se le escuchara por encima del ruidaje. Corrió hacia las dos figuras que se acercaban charlando animadamente tomados de la mano. El hombre lo alzó sobre sus hombros, riendo. El niño olvidó para que los llamaba. Se entretuvo con el vaivén del cuerpo de su padre. Les lanzó una sonrisa amplia desde las alturas. 

                         Estaban disfrutando mucho de esas largas y merecidas vacaciones. Sentían que aún les faltaba tiempo para vivir en esta naciente familia que lograron formar a pesar de las adversidades. El hombre de ojos verdes tenía ya unas arrugas alrededor de los ojos fruto de tantos días de sol. La muchacha de cabellos oscuros vestía un traje de baño que le dejaba al descubierto una parte del tatuaje en su muslo.

                        Esaban felices. Habían logrado al fin sostener su amor. Habían decidido sopesar lo que tenían y lo que querían lograr. Parte de las acciones de las empresas de la familia finalmente fueron entregadas a sus dueños quienes estaban en plenas facultades para tomar decisiones despues de que se incumpliera la dichosa cláusula debido a la no concreción del matrimonio ente el heredero West y la muchacha por los acontecimientos ocasionados por una fanática del cantante. No había lugar para arrepentimientos. Era eso o volver al ritmo endemoniado de las rutinas. Eligieron el amor por sobre todas las cosas, tal como en las novelas que leía Daira.

                           Si supieran que su amor consumado en matrimonio se había finalmente cumplido en esas lejanas tierras en las que querían iniciar algo nuevo, sin tormentos, sin impedimentos. Algo puro como lo era la música merecía su espacio y su tiempo. Por supuesto que ésta no se iría de su vida, permanecía en cada ámbito de ella. La guitarra roja continuaba en su lugar de honor y no fue desplazada ni con la llegada del niño que fue la coronación de su juramento de amor. 

                              En medio del romper de olas de la playa pudo escucharse unos acordes lejanos, hablaban de una muchacha de rojos labios que había encontrado por fin el amor...




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