El estruendo de fuegos artificiales iluminando el cielo de vivos colores, el sonido de la música y la gente gritando y bailando al son de las canciones resonaba en toda la plaza de la cuidad, las lámparas encendían el largo pasillo de tiendas de comida, artesanías, armas, entre otras cosas, las mujeres con sus trajes más elegantes cortejando a los soldados, los hombres -tanto soldados como pueblerinos- bebían licor descontroladamente, una fiesta digna del nuevo rey se especulaba entre la multitud.
A los pies del inmenso castillo, en la colina sobre la capital, la luna que se levantaba en el cielo, opacada por las luces del festival dejaba entrar pequeños rayos de luz en los calabozos, oscuros, húmedos, mohosos, lúgubres hasta donde la mente lo podía imaginar; insectos entraban y salían de los barrotes que daban la vista hacia la ciudad donde aún a esa distancia se podía escuchar el ajetreo de la fiesta y justo ahí, en el segundo calabozo a la izquierda, donde la luz de la luna era cubierta por un gran roble torcido que llegaba hasta lo alto del palacio, que, si alguien no temiera caer hacia una muerte segura, se podía acceder al patio del castillo.
En aquel calabozo, donde el silencio gobernaba y podría dejar loco a cualquiera, una figura oscura se observaba entre la escasa luz, un hombre, sentando en una de las esquinas de la celda donde los fríos barrotes de hierro, ya oxidados por el tiempo eran iluminados por el tenue color rojizo de las antorchas que colocaban en el lugar; aquel hombre demacrado, delgado quizá por la poca comida, cubierto hasta los pies en una polvorienta y vieja manta negra, una abundante barba despeinada y mal cuidada le ceñía en su rostro, mezclada con largos mechones de cabello oscuro que cubrían sus ojos y llegaba hasta sus hombros y media espalda.
Una sonrisa se dibujaba en el rostro demacrado de aquel hombre al escuchar el murmullo de varios guardias que hablaban de la imponente fiesta y la coronación del nuevo rey, cerrando los ojos intento hundirse en la oscuridad que nuevamente comenzaba a reinar el lugar; Pasos hicieron eco cerca de la celda, los roces de piezas de metal se intensificaban a cada paso, una armadura, un guardia se acercaba a hacer su ronda de vigilancia.
Aquel hombre sin esperanzas de salir de ahí, de las cuales se había desecho ya varios años atrás, esperaba con cautela el paso de aquel armado guardia, que al posar la mirada en el prisionero, sin hacer movimiento más que el leve vaivén de su respiración se retiraba hacia su siguiente recorrido; dispuesto a dejar terminada su existencia en aquel lugar, aquel hombre se puso de pie, colocándose en la punta de los dedos de sus pies para apreciar quizá por última vez la luz de la ciudad y los fuegos artificiales que hacían eco en sus oídos, coloco su espalda en el frío muro, deslizándose hacia abajo mirando el oscurecido techo desquebrajado.
Un estruendo lo interrumpió obligándolo a posar sus ojos más allá de los barrotes, algo había caído, algo grande por el enorme estruendo, rápidamente el sonido de algunos otros encarcelados gritando y protestando se hiso presente, el hombre sintiendo un miedo más allá de lo imaginable, influenciado por la oscuridad y los gritos desoladores que vinieron después del golpe se puso de pie, caminando lentamente hacia los barrotes, intentando mirar entre la oscuridad a la cual sus ojos se habían acostumbrado ya, repentinamente una sombra de posó frente a él, provocando que asustado cayera al suelo ahogando un gemido de dolor.
-Frederick -lo llamo aquella sombra con una voz firme -, ¿Eres tu Frederick Erzsébet? -pregunto aquella persona acercándose más a los barrotes.
Frederick no pudo responder, estaba petrificado, pensando en todos los posibles significados de la presencia de aquella sombra, ¿existía la posibilidad de que lo habían mandado a asesinar?, un asesinato en las sombras, un suicidio en la comidilla del pueblo, acaso ¿esa era la mejor forma de morir para un traidor? Él no dijo nada, la resequedad de su garganta lo había dejado mudo, simplemente asintió, había imaginado muchas veces la manera en la que iba a morir, pero en aquel momento a quien consideraban un traidor, no habría piedad para él.
Un clic sonó en el lugar sacando a Frederick de sus pensamientos, miro al frente la puerta de hierro que se abría a lo que sus ojos captaban con extrema lentitud, quizá podría al menos distinguir a su asesino, pero estaba completamente cubierto de negro, un mercenario era lo más preciso pensar y aun con la tenue luz distinguía una pequeña silueta, ¿un niño?, era lo que parecía, Frederick comenzó a sentir algo de lástima, porque obligar a un niño a ser quien acabase con su vida, porqué darle tan terrible imagen a quien aun sabiendo que lo consideraba un traidor era pequeño; aquellos pensamientos se nublaron cuando la oscura figura tomo a Frederick de los brazos y tiro de él para que se pusiera de pie, aun su mente era una confusión de ideas, una tras otra de lo que pasaba, su destino era incierto.