El último umbral de la noche

Capitulo 1

Las máscaras del silencio

En Hollowville, el aire de octubre tenía un sabor metálico.
Las hojas caían con la precisión de un reloj fúnebre, y las sombras se estiraban hasta parecer figuras humanas arrastrándose por las calles vacías.
Era la víspera del “Baile del Silencio”, una tradición tan antigua que nadie recordaba su origen, aunque todos la obedecían con devoción aterrada.
Durante esa noche, los habitantes usaban máscaras hechas a mano y juraban no pronunciar palabra alguna hasta el amanecer.
Decían que el silencio mantenía lejos a los “otros”, las presencias que vagaban entre los vivos buscando rostros para robar.
Lucía, periodista de la ciudad, llegó al pueblo por curiosidad profesional.
Le encantaban las leyendas locales, las supersticiones convertidas en folclor barato para revistas de misterio. Pero Hollowville no era como los demás lugares.
Desde su llegada, notó que nadie la miraba directamente.
Los rostros se giraban con disimulo, como si temieran ser reconocidos.
El dueño del hostal, un anciano sin cejas, le entregó la llave sin hablar. Solo escribió en un papel arrugado:
No hable después del último tañido.”
Lucía sonrió, creyendo que era parte de la farsa turística.
Pero esa sonrisa no duró.
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La plaza estaba iluminada por docenas de faroles que parecían flotar en la niebla.
Decenas de personas, vestidas con trajes antiguos y máscaras de madera, danzaban lentamente, sin emitir sonido alguno.
El único ruido era el roce del viento y los pasos arrastrados sobre las piedras.
Lucía sacó su grabadora. Quiso narrar, describir.
Pero al levantar la voz, un hombre enmascarado se giró bruscamente hacia ella y le llevó un dedo a los labios.
El gesto fue tan urgente, tan desesperado, que Lucía se detuvo sin entender por qué.
La música empezó.
O mejor dicho, algo que se parecía a la música: una vibración baja, apenas audible, como si las notas no vinieran de instrumentos, sino del suelo mismo.
Lucía observó los rostros pintados. Algunos reían, otros lloraban detrás del brillo de la máscara.
De pronto, una de ellas —una máscara blanca con lágrimas negras pintadas— pareció moverse por sí sola.
Las cuencas vacías se alzaron hacia ella, y una voz, dulce y rota, habló desde adentro:
¿Por qué rompes el silencio?”
Lucía giró a su alrededor. Nadie hablaba.
Pero aquella voz continuó:
No sabes lo que el ruido despierta. Ellos escuchan… los que no tienen rostro.
Sintió un mareo, un vértigo de realidad deformada.
El aire se tornó más espeso, como si cada respiración doliera.
Y por un instante, juró que las máscaras no cubrían caras humanas… sino huecos, vacíos oscuros que exhalaban frío.
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A medianoche, la campana de la iglesia sonó.
El silencio se volvió absoluto.
Las figuras dejaron de moverse, congeladas en mitad del baile.
Lucía quiso retroceder, pero una mano la sujetó del brazo.
Era la del hombre que antes le hizo callar.
Su máscara se había agrietado; por la fisura salía algo negro, como humo.
Tarde,” murmuró la voz del hombre, tan débil que parecía venir del aire mismo.
“Ya te oyeron.”
La máscara del hombre se quebró con un sonido seco.
No había rostro debajo.
Solo una superficie lisa, sin boca ni ojos, palpitante como carne viva.
Lucía gritó, pero el sonido no salió.
Abrió la boca una y otra vez, desesperada, y comprendió el horror: no podía producir voz alguna.
El silencio se había adherido a su garganta como un veneno invisible.
Entonces, algo empezó a murmurar dentro de su cabeza.
Una voz suave, femenina, idéntica a la suya.
Ahora sabes lo que somos. Voces sin cuerpo, ecos sin identidad. Cada palabra que pronuncias se convierte en máscara. Y cada silencio… es un rostro que te reclama.”
Lucía sintió que su piel ardía. Intentó arrancarse la máscara que le habían dado al inicio del baile.
Pero sus dedos tocaron carne.
Ya no había borde entre su piel y la madera.
El dolor fue insoportable.
El mundo giró.
Cayó al suelo y vio cómo las demás figuras se acercaban, una por una, en un círculo perfecto.
Sus máscaras comenzaron a abrirse lentamente, como flores de pesadilla.
De cada una emergió una sombra de humo y voz, susurrando nombres que Lucía no conocía.
Entre ellos, escuchó el suyo.
Lucía… bienvenida al Silencio.”
_________________
Cuando el sol salió, el pueblo amaneció vacío.
Solo quedaban las máscaras colgadas en los árboles, moviéndose con la brisa.
Entre ellas, una nueva: blanca, con un leve gesto de horror congelado.
Cada 31 de octubre, dicen, si caminas por Hollowville y hablas en voz alta, puedes escuchar un eco que responde con tu propia voz.
Y si no callas a tiempo… te quedarás allí para siempre, con el silencio pegado al rostro.



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En el texto hay: suspenso, paranormal y misterio, #terror

Editado: 07.10.2025

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