El susurro del abismo
“La verdad no es luz ni oscuridad. Es el punto exacto donde ambas dejan de tener sentido.”
—Fragmento del diario del Dr. Lucas Moreira
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El doctor Lucas Moreira nunca regresó del monasterio de San Elíseo.
O, mejor dicho, regresó… pero no entero.
Lo hallaron vagando por las montañas, cubierto de polvo, con los ojos fijos en algo que nadie más podía ver.
Repetía una palabra que ningún idioma reconoce:
“Tha’renoth.”
Desde entonces, no volvió a hablar.
Solo dibujaba símbolos en los muros de su celda del hospital psiquiátrico, círculos concéntricos y líneas que parecían constelaciones deformadas.
Los médicos creyeron que eran simples delirios, hasta que un astrónomo identificó en sus trazos una disposición exacta de estrellas que aún no habían sido descubiertas.
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Antes de desaparecer, Moreira había escrito un informe sobre el hallazgo del Signum Vacui.
Los fragmentos recuperados del manuscrito son confusos, casi poéticos:
“El libro no contiene letras, sino sombras de letras.
Cada palabra es un portal que se abre hacia dentro del pensamiento.
Cuando lo lees, el universo recuerda algo que había olvidado.”
Según el documento, mientras intentaba fotografiar el texto, la cámara comenzó a registrar imágenes de paisajes imposibles:
mares invertidos, ciudades flotando sobre esqueletos, cielos con ojos abiertos.
Y al centro de todo, un océano inmóvil, tan vasto que el espacio parecía curvarse dentro de él.
“Allí habita el pensamiento dormido”, escribió.
“El primer sonido. La mente antes de los dioses.”
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Semanas después de su internamiento, el personal del hospital comenzó a escuchar ruidos en las tuberías.
No golpes, sino murmullos.
Como si alguien hablara desde las profundidades de la estructura.
Las enfermeras creían que era el viento, pero el viento no dice nombres.
Una noche, Moreira desapareció de su habitación.
Solo dejó una frase en la pared, escrita con ceniza:
“He oído al mar en la tierra.”
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El psiquiatra a cargo del caso, doctor Raúl Esteves, decidió estudiar las notas de su paciente.
Entre los dibujos encontró una secuencia de símbolos que, al ser superpuestos, formaban un mapa.
O eso parecía.
El centro indicaba una región costera olvidada: Bahía de Umbra.
Fue allí donde Esteves descubrió la verdad.
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Bahía de Umbra era un pueblo hundido, sepultado por un terremoto hacía más de un siglo.
El mar había reclamado las ruinas, pero los pescadores aún evitaban la zona.
Decían que el agua “hablaba”.
Que si uno lanzaba una piedra, la marea respondía con una voz que imitaba la suya.
El doctor llevó su grabadora y equipo de medición acústica.
Al principio, solo registró ecos de las olas.
Pero al caer la noche, la marea se detuvo.
El mar quedó inmóvil.
Y entonces escuchó algo que no debía existir: una respiración bajo el agua.
Grabó siete minutos.
Al reproducirlos, oyó miles de voces superpuestas, como si toda la humanidad hablara al mismo tiempo en un idioma que no podía entender.
Y en medio de aquel coro, una sola palabra reconocible:
“Tha’renoth.”
El mismo sonido que había pronunciado Moreira.
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Los registros indican que el doctor Esteves nunca volvió a tierra firme.
El bote apareció a la deriva, vacío.
En la grabadora, una última nota de voz:
“No es un dios.
No es el mal.
Es la mente original que duerme bajo todo pensamiento.
El sonido del universo intentando recordarse.”
Tras esa frase, el audio se interrumpe por un rugido grave, más bajo que cualquier frecuencia natural.
No parece provenir del mar, sino del espacio mismo.
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Días después, los satélites registraron un fenómeno anómalo:
un anillo de luz emergió sobre el Atlántico, visible solo durante trece segundos.
Dentro de ese círculo, las coordenadas coincidían exactamente con Bahía de Umbra.
Los científicos no pudieron explicarlo.
Pero algunos aseguran que, si amplías las imágenes del evento, puedes distinguir una forma colosal, semejante a un ojo abriéndose lentamente.
El Vaticano prohibió toda mención al caso.
Sin embargo, en comunidades ocultistas se empezó a hablar del “Despertar del Abismo”, y de que el Signum Vacui no era un libro, sino una antena, un transmisor entre el lenguaje humano y la conciencia primordial del cosmos.
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Hoy, en ciertos laboratorios de sonido, se detecta una frecuencia inaudible —apenas un pulso— que aparece y desaparece a intervalos irregulares.
Los técnicos la llaman la Respiración del Mundo.
Y aunque nadie lo admite oficialmente, todos saben que tiene la misma modulación que las grabaciones de Bahía de Umbra.
A veces, al reproducirla con auriculares,
los oyentes dicen oír una voz detrás del ruido blanco:
“Despierta.”
Los pocos que han escuchado esa palabra por completo ya no duermen.
Hablan en sueños con un lenguaje sin sonido.
Y cuando se les pregunta qué significa “Tha’renoth”,
responden con una sonrisa vacía:
“El universo ha recordado su nombre.”
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Al mirar el cielo, hay noches en que las estrellas parecen moverse.
No caen.
Respiran.
Como si algo antiguo estuviera abriendo los ojos detrás del espacio.
Y cuando lo haga, cuando ese pensamiento despierte del todo,
la humanidad será solo una nota disonante en la mente de un dios que nunca quiso pensar.