El cuarto blanco
“No hay nada más aterrador que una habitación que no cambia.
Porque si nada cambia, ¿cómo sabes que sigues existiendo?”
— Fragmento del cuaderno del paciente 47
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El Hospital Psiquiátrico de San Veridiano se alzaba sobre una colina solitaria, cercado por niebla y árboles torcidos que parecían huir del edificio.
Los pasillos olían a desinfectante y silencio, y el eco de los pasos se arrastraba como un pensamiento que nadie quería recordar.
El paciente 47 fue internado sin nombre, sin familiares, sin antecedentes.
Solo un diagnóstico: psicosis disociativa aguda.
Su mente había comenzado a descomponerse después de un accidente en el que —según los informes— nadie había muerto, pero algo se había despertado en él.
El psiquiatra a cargo, el doctor Halvorsen, anotó en su informe inicial:
“El sujeto no presenta signos de violencia ni delirio clásico.
Sin embargo, habla de una habitación blanca que lo observa mientras duerme.
Dice que en ese cuarto no hay puertas, ni ventanas, ni sombra.”
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Durante los primeros días, 47 se mostró tranquilo.
Pasaba horas mirando el techo, como si esperara que algo se moviera.
Cuando el doctor le preguntaba por qué temía tanto al cuarto blanco, respondía siempre lo mismo:
“Porque no es un lugar.
Es una espera.”
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A la tercera semana, comenzaron las anomalías.
Las cámaras de seguridad mostraban que, cada noche a las 3:17 a.m., la habitación de 47 se iluminaba con una luz blanca intensa, sin fuente aparente.
Los técnicos revisaron el sistema eléctrico.
Todo estaba en orden.
El paciente, al ser interrogado, sonreía con cansancio.
“Ella viene cuando el mundo se apaga.”
Cuando le preguntaron quién era “ella”, el hombre respondió:
“La blancura.”
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Los informes se volvieron incoherentes.
En una de las grabaciones, 47 parece hablar con alguien invisible.
Dice que el color blanco no es un color, sino “un pensamiento que se limpia a sí mismo”.
Que en el cuarto no hay tiempo, solo conciencia sin forma.
Y que cada vez que la ve, siente que algo dentro de él se borra, como si su propia identidad estuviera siendo “despintada del alma”.
El doctor Halvorsen comenzó a notar extrañas similitudes entre los sueños del paciente y los suyos propios.
Ambos soñaban con un cuarto sin límites, una claridad insoportable, y un sonido constante: un zumbido tan bajo que parecía venir desde adentro de los huesos.
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Una madrugada, el sistema de cámaras falló por completo.
Cuando volvió la señal, el paciente 47 ya no estaba.
Solo quedaba una habitación completamente blanca, incluso el suelo, incluso las paredes.
Ningún rastro del mobiliario ni de la puerta.
Como si la celda se hubiera vaciado hasta de su materia.
El doctor Halvorsen entró personalmente al cuarto.
Los testigos dicen que la luz era tan intensa que los instrumentos térmicos marcaron un descenso repentino de temperatura.
Dentro, Halvorsen escribió una sola frase antes de desvanecerse:
“No hay dentro ni fuera.
Solo la conciencia mirándose a sí misma.”
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Los guardias lo encontraron horas después, de pie, en medio del cuarto, con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas.
No respondía a estímulos.
Su cuerpo seguía vivo, pero su mente parecía haber sido extraída.
Fue declarado en estado catatónico.
Desde entonces, la habitación quedó sellada.
Pero cada cierto tiempo, los enfermeros aseguran escuchar un murmullo proveniente del interior: una voz tranquila, que repite los nombres de los pacientes, como si los llamara suavemente uno por uno.
Uno de ellos jura que, mientras hacía guardia, vio la pared del cuarto respirar.
Otro, que la blancura se reflejó en sus ojos y durante días no pudo distinguir el rostro de nadie.
Solo sombras caminando entre luces.
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Años más tarde, un nuevo interno fue asignado a esa ala.
Pidió que lo dejaran dormir en “el cuarto blanco”.
Cuando el celador le preguntó cómo conocía ese nombre, el hombre respondió:
“Todos lo soñamos alguna vez.
Algunos despiertan antes de entrar.”
El celador sonrió nervioso.
Pero cuando fue a abrir la puerta, notó algo imposible:
el pomo estaba del lado de adentro.
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Nadie ha vuelto a abrirla desde entonces.
A veces, los doctores que trabajan de noche sienten una claridad suave filtrarse por debajo de la puerta, como una respiración blanca.
Y si te acercas lo suficiente, si pones el oído contra el metal, escucharás un susurro tan bajo que parece venir desde dentro de ti:
“Ya estás aquí.”