El último umbral de la noche

Capítulo 9

Abismo 9
“El mar no guarda secretos.
Solo los presta, hasta que alguien comete el error de escucharlos.”
—Bitácora de la plataforma “Abismo 9”

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El mar de noche no tiene color.
Desde la cubierta de la plataforma Abismo 9, solo se ve un vacío interminable, una planicie de sombras que respira.
El viento huele a óxido y petróleo, y cada crujido del metal suena como una plegaria que nadie responde.
Llevábamos tres meses aislados.
Éramos doce hombres.
Nadie hablaba mucho; el ruido de las bombas, de los compresores y del oleaje llenaba todos los silencios.
Hasta que empezaron los ruidos desde abajo.
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La primera vez fue una vibración leve.
Pensamos que era una falla mecánica.
Pero al revisar los sensores, el ingeniero jefe notó algo imposible:
las vibraciones no provenían del subsuelo, sino del agua.
Como si algo inmenso se moviera justo debajo de la estructura.
Esa noche, uno de los operarios, Martínez, juró haber visto luces verdes bajo el mar.
Decía que se movían como si tuvieran forma, que parecían “ojos” mirándolo desde la profundidad.
Nos reímos.
Pero cuando mostró la grabación de las cámaras térmicas, nadie volvió a hacerlo.
Las imágenes mostraban una figura gigantesca, redonda, casi translúcida, suspendida en el fondo.
Y parecía mirar hacia arriba.
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Al día siguiente, la radio dejó de funcionar.
La señal satelital se interrumpió, y el viento empezó a sonar como si silbara un nombre.
Los hombres se pusieron nerviosos.
El mar no era normal; su superficie se había vuelto espesa, aceitosa, y el olor era tan fuerte que quemaba la garganta.
Uno de los buzos, Henriksen, decidió bajar con una cámara submarina.
Nunca regresó.
Solo hallamos su traje flotando, vacío, con la tela corroída desde adentro.
Las imágenes grabadas mostraban los últimos minutos antes de que desapareciera:
una masa luminosa moviéndose lentamente en la oscuridad, y luego una voz femenina, lejana, que decía:
“Vuelvan a dormir.”
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El comandante ordenó evacuar.
Pero los helicópteros no llegaron.
Los radares mostraban tormentas eléctricas alrededor de la plataforma, aunque el cielo sobre nosotros estaba claro.
El agua comenzó a brillar en la noche, y un murmullo se elevó desde el abismo.
No era viento.
Era un coro, como de miles de voces cantando bajo la superficie.
Palabras en un idioma que hacía doler los oídos.
Uno por uno, los hombres empezaron a perder la cordura.
Algunos decían escuchar a sus familiares muertos llamándolos desde el mar.
Otros aseguraban ver rostros entre las olas.
El cocinero se arrojó al agua creyendo que su hija lo esperaba abajo.
Solo vimos una estela de burbujas y un resplandor verdoso tragándolo todo.
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En la tercera noche, la plataforma comenzó a moverse.
No por el oleaje, sino porque algo desde el fondo la empujaba hacia arriba, como si el mar respirara.
El acero chirriaba.
Las luces se apagaban y encendían sin control.
Cuando miré por la escotilla, vi el agua elevarse en columnas, formando figuras humanas que se deshacían al chocar con el aire.
En la sala de control, el ingeniero encontró un registro geológico antiguo.
Decía que, en esa zona, existía una grieta submarina que descendía hasta donde las sondas no podían medir.
La llamaban “La boca de Dios”.
Pero los locales la conocían con otro nombre: Y’ha-Thal, “la memoria dormida del mar”.
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A medianoche, el abismo se abrió.
El agua hirvió.
Una forma inmensa, sin contorno definido, emergió del fondo.
Era como una masa viva hecha de luz, voces y silencio.
Y en su centro, un ojo.
Un ojo que no miraba: recordaba.
La estructura se partió en dos.
Los hombres gritaban, pero sus voces eran absorbidas por el zumbido que llenaba todo.
Yo me arrastré hasta la radio, intentando enviar un último mensaje, pero la señal devolvía solo susurros.
Susurros que repetían mi nombre.
“Vuelvan a dormir…”
La plataforma se hundió lentamente, devorada por la negrura.
No hubo fuego, ni explosión.
Solo un silencio perfecto.
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Días después, un barco de rescate encontró restos flotando en el mar.
No había cuerpos.
Solo cascos vacíos y pedazos de metal cubiertos de una sustancia luminosa, imposible de analizar.
El informe oficial culpó a una “explosión de gas”.
Pero los buzos que descendieron juran que, a mil metros de profundidad, vieron algo imposible:
una figura humana inmensa, hecha de luz verde, meciéndose bajo el agua…
…y murmurando palabras en un idioma que no era humano.
Uno de los buzos enloqueció al salir a la superficie.
Solo repetía una frase antes de morir:
“El mar recordó su nombre.”
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Ahora, a veces, cuando estoy cerca del océano, escucho un zumbido leve entre las olas.
Y si cierro los ojos, juro oír su voz otra vez:
“Abajo todo duerme,
arriba todo .........”



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En el texto hay: suspenso, paranormal y misterio, #terror

Editado: 27.10.2025

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