La Última Llamada
El teléfono sonó a las 3:00 de la madrugada. Sara se despertó sobresaltada. Nunca contestaba llamadas a esa hora, pero el número era el de su hermana Clara, quien había muerto hacía tres días en un accidente.
Con el corazón latiéndole desbocado, deslizó el dedo para contestar.
—¿Clara? —susurró, con la voz temblando.
Solo había un silencio crepitante al otro lado, un ruido blanco, como la estática de un televisor antiguo. Estaba a punto de colgar, pensando que era una broma macabra o un error del sistema telefónico, cuando oyó una respiración. Pesada, lenta, justo como si alguien se hubiera acercado al micrófono.
—No... debiste... contestar —dijo una voz seca, áspera, que no era la de Clara. El sonido era apenas un graznido.
Sara sintió un escalofrío helado recorrerle la espalda. Intentó gritar, pero su garganta se cerró.
—No debiste contestar... porque ahora... sé dónde estás.
El teléfono se cortó. El silencio de la habitación regresó, solo que ahora era un silencio denso y cargado. Sara se quedó inmóvil, con el móvil pegado a la oreja.
Un momento después, el timbre de su apartamento sonó. Tres veces. Lento y deliberado. Sara no se movió.
El timbre volvió a sonar, esta vez más fuerte, más impaciente. Siguió otro sonido, el de algo raspando lentamente la madera de la puerta.
Entonces, justo detrás de ella, en su propia habitación, escuchó la misma voz seca, áspera, y muy cerca.
—Aquí no hace falta llamar.
Sara no tuvo tiempo de girarse antes de que la línea se cortara de nuevo. Esta vez, para siempre.