El último umbral de la noche

El Archivo del Silencio

Nadie visita la Biblioteca después del anochecer.
Nadie, excepto el doctor Samuel Arendt, un archivista de rostro gris y manos manchadas de tinta.
Lleva veinte años catalogando historias que no deberían existir:
manuscritos sin autor, grabaciones sin origen, diarios escritos por personas que murieron antes de terminarlos.
Esta noche, en una caja sin etiqueta, encuentra algo distinto:
una carpeta de cuero marcada con un solo símbolo —una espiral negra, hecha con sangre seca.
Dentro, hay veinte relatos.
Cada uno firmado con iniciales diferentes, escritos en épocas y estilos distintos…
pero todos terminan igual:
“Y cuando la luz se apaga, ellos vuelven.”
Arendt lee el primero.
Luego el segundo.
Luego el tercero.
A medida que avanza, siente un eco en su cabeza.
Una voz que repite cada frase que lee, pero con un tono diferente.
Más… humano.
Más cercano.
El archivista no sabe que esos cuentos fueron escritos por personas reales, justo antes de desaparecer.
Cada historia que termina con muerte o locura fue, en verdad, una advertencia.
El diario del sacerdote, la carta del médico, la narración del niño Matías…
todos forman parte de un solo relato, disperso y roto, que intenta reconstruirse a sí mismo.
Las luces parpadean.
El reloj marca las tres con treinta y tres.
Y Arendt empieza a escuchar pasos en los pasillos vacíos.
A veces cree que son los ecos del viento.
Otras veces, jura escuchar susurros que dicen su nombre.
“Samuel… tú eres el último lector.”
Las páginas empiezan a cambiar solas.
Las letras se mueven, se deforman, y forman una frase que no estaba antes:
“Quien termina de leer… los libera.”
Entonces lo entiende.
El Archivo del Silencio no guarda historias.
Guarda entidades, atrapadas dentro de las palabras.
Seres que solo necesitan que alguien las lea en voz alta para regresar.
Arendt intenta cerrar la carpeta, pero ya es tarde.
La tinta se escurre de las hojas como un líquido vivo, trepando por sus dedos.
Los nombres de los personajes —Matías, Luna, El Señor de los Dientes, el monje sin cabeza, la mujer de la morgue— se mezclan en un torbellino oscuro.
La habitación huele a óxido y a miedo.
Y del fondo del archivo, surge el silencio absoluto.
No un silencio vacío, sino uno que respira.
Un silencio que observa.
Un silencio que recuerda cada palabra escrita.
Días después, la policía encuentra la biblioteca vacía.
Solo hay una silla caída, una lámpara encendida y una carpeta de cuero abierta sobre la mesa.
El archivo está incompleto: faltan las últimas páginas.
Encima, una nota escrita con tinta fresca:
“Ya no hay cuentos.
Solo estas tu.......”
La cámara de seguridad muestra que, a las 3:33 a. m., la pantalla se distorsiona por completo.
Por un segundo, puede verse una figura humana frente al lente, leyendo en voz alta.
Después, una sombra se expande desde la carpeta, devora el cuadro…
y la grabación termina.
_______________
Si estás leyendo esto, significa que el Archivo ha vuelto a abrirse.
Cada palabra que ahora ves en esta página es una puerta.
Y cada vez que imaginas las escenas… algo más las imagina contigo.
Así que, por tu bien, no releas los relatos anteriores.
No digas sus nombres en voz alta.
Y sobre todo, no leas el final en voz alta.
Porque en ese momento, cuando termines la última palabra,
escucharás un leve golpe debajo de tu cama.
Un susurro que te preguntará, muy bajito:
“¿Quieres leer otra vez?”
Y si respondes…
el Archivo ya habrá elegido su nuevo guardián.



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En el texto hay: suspenso, paranormal y misterio, #terror

Editado: 27.10.2025

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