El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Uno: Un Cruce de Destinos

El sendero era angosto, cubierto de hojas caídas y raíces retorcidas que se aferraban a la tierra. Arianna avanzaba con cautela, su cámara colgando de su cuello, buscando la luz perfecta o el detalle oculto que capturara la esencia de Oakhaven. El aire fresco le llenaba los pulmones, una bocanada de vida silvestre que la hacía sentir más viva que nunca. Estaba tan absorta en el murmullo del viento entre los pinos que casi no lo ve.

​De pronto, una sombra imponente se proyectó ante ella. Arianna levantó la vista y su corazón dio un vuelco. Apenas a unos metros, emergiendo de la densa arboleda como si hubiera sido tallado del propio bosque, había un hombre.

Era alto, increíblemente alto, y la piel de sus brazos, que se asomaban por las mangas remangadas de una camisa de lino oscuro, revelaba una musculatura definida, fruto de una vida de esfuerzo y contacto con la naturaleza.

​Su cabello, oscuro como el chocolate más profundo, caía en mechones rebeldes sobre su frente ancha. Pero fueron sus ojos los que la hipnotizaron: de un verde tan intenso que rivalizaba con el musgo más antiguo del bosque, y tan penetrantes que sintió como si su alma estuviera siendo analizada. Una pequeña cicatriz blanca cruzaba su ceja izquierda, añadiendo un toque rudo y enigmático a su rostro. Vestía ropas sencillas pero robustas, de cuero y tela oscura, que parecían hechas para el entorno.

Dominic se detuvo bruscamente. Había estado patrullando los límites del territorio, sintiendo una punzada de algo indefinido que lo arrastraba más profundo al bosque. Y entonces la vio. El mundo entero pareció silenciarse, el canto de los pájaros, el susurro del viento, todo se desvaneció.

Solo existía ella.

​Su cabello, un torbellino de fuego contra el verde del bosque, capturó la luz del sol como si fuera un halo. La piel de su rostro era de una blancura impoluta, y sus ojos... esos ojos celestes eran dos piscinas de inocencia y curiosidad.

Su lobo, un compañero silencioso y constante durante siglos, aulló en su interior con una urgencia que nunca antes había sentido. Era un lamento, una celebración, un reconocimiento ancestra

Mate.

La palabra resonó en la mente de Dominic con la fuerza de un trueno.
​Arianna sintió un escalofrío que no era de frío. Era como si una corriente eléctrica recorriera cada fibra de su ser, encendiendo algo latente en su interior. La intensidad de la mirada del hombre la dejó sin aliento. Había algo primitivo, poderoso y salvaje en él, algo que la atraía y la asustaba al mismo tiempo. Nunca había visto a nadie con una presencia tan... magnética.

​"Hola", dijo Arianna, su voz sonando un poco más aguda de lo que pretendía. Se regañó mentalmente. Se suponía que era una investigadora, no una colegiala nerviosa.

​Dominic tardó un segundo en responder, su mente todavía procesando la avalancha de sensaciones. El dulce aroma de vainilla y pino que emanaba de ella invadía sus sentidos, su propio lobo agitándose con fervor.

​"Hola", respondió, su voz grave y resonante, como el eco de las montañas. Había una mezcla de asombro y una profunda posesividad en su tono, aunque Arianna no podía saberlo.

Dio un paso hacia ella, luego otro.
​Arianna, a pesar de la extraña atracción, sintió un instinto de retroceder.

Había algo en su caminar, en la forma en que sus ojos nunca abandonaban los suyos, que la hacía sentir como si fuera la única persona en el vasto bosque.

​"Soy Arianna Almonte", dijo, extendiendo una mano temblorosa, intentando mantener la compostura. "Soy nueva aquí en Oakhaven. Estoy... explorando."

​Dominic miró la mano extendida, una chispa de adoración brilló en sus ojos verdes antes de que la ocultara. Tomó su mano con suavidad, su piel áspera y cálida contra la suavidad de ella.

El contacto envió una nueva descarga a través de ambos. Para Arianna, fue un calor acogedor y familiar. Para Dominic, fue la confirmación de su destino, un lazo que lo unía a ella por toda la eternidad.

​"Dominic DankWolf", murmuró, su pulgar acariciando inconscientemente el dorso de su mano.

El nombre sonó a poder y a misterio. "Bienvenida a Oakhaven, Arianna Almonte."

​Sus nombres, pronunciados en ese sendero solitario, parecieron vibrar en el aire, como un presagio.
Arianna no lo sabía, pero no era solo un hombre el que tenía frente a ella. Era el Alfa de una manada ancestral, y el lazo que acababa de nacer entre ellos estaba a punto de desvelar un mundo de secretos y una conexión más profunda de lo que ella jamás pudo imaginar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.