El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Tres: Una Promesa al Calor de la Tarde

El sol ya se había ocultado por completo tras los picos más altos, dejando solo un suave resplandor azulado en el cielo mientras Arianna y Dominic caminaban por las afueras del pequeño pueblo.
El aire se había vuelto mucho más frío con la caída de la noche, y Arianna se estremeció ligeramente.
​Dominic, con su sensibilidad aumentada, notó el escalofrío al instante. Su primer instinto fue deslizar el brazo alrededor de sus hombros y atraerla a su calor, una necesidad tan primaria que tuvo que obligarse a tensar los músculos y reprimir el impulso. En lugar de eso, habló, su voz profunda y reconfortante:

​"Te llevaré a casa. El bosque se enfría rápido después del anochecer."

​Arianna agradeció su preocupación. "No estamos lejos. Mi casera me alquiló una de las cabañas más viejas. Dijo que tiene la mejor vista del amanecer sobre la montaña."

​Pronto, el camino de tierra dio paso a un pequeño sendero cubierto de grava que conducía a una modesta cabaña de madera. Era rústica, con troncos oscuros y una chimenea de piedra sobresaliendo de un lado, emanando una pequeña columna de humo que olía deliciosamente a leña quemada. Una luz cálida se filtraba por las pequeñas ventanas, invitando a entrar.

Al llegar al porche, Arianna se giró hacia él. La luz de la cabaña iluminó su rostro pálido y el vibrante color de su cabello. Dominic sintió el impulso de tender la mano y apartarle un mechón de la cara.

​"Bueno, es esta", dijo Arianna, con una sonrisa que encendió algo en el pecho de Dominic. "Gracias por acompañarme. Y, de nuevo, por ofrecerte a ayudar. No sé qué haría sin un guía como tú."

​Dominic se apoyó contra la columna de madera del porche, cruzando sus musculosos brazos. Su postura era relajada, pero sus ojos estaban fijos en ella, analizando cada milímetro de la hermosa mujer que había esperado por siglos.

​"Es un placer, Arianna", dijo con una sinceridad que solo su lobo interior podía medir. "Me interesa tu proyecto. Es importante que las historias de Oakhaven sean contadas correctamente." Y me interesa pasar cada minuto contigo, pensó el Alfa.

​"¿Qué tal mañana, entonces?", propuso ella. "Si no es mucha molestia, ¿podrías pasar a buscarme alrededor de las nueve? Podríamos empezar por ese lugar que mencionaste, el que tiene la vista más antigua."

​"Las nueve es perfecto", confirmó Dominic. "Te esperaré aquí. Trae buen calzado, Arianna. Nos adentraremos bastante en el bosque."

​Arianna asintió con entusiasmo. Sacó una llave antigua de su bolsillo y abrió la pesada puerta de madera. Un olor a pino y humo de leña, el aroma del hogar, salió a recibirlos.

​"¿Quieres pasar un momento? Puedo hacer un té o un café..." ofreció Arianna, aunque se sintió un poco torpe al invitar a un extraño tan imponente.

​Dominic miró el interior rústico y acogedor, tentado por el calor y la oportunidad. Vio una chimenea de piedra con un fuego chispeante y algunos libros dispersos sobre una mesa de madera. Era el nido perfecto para ella.

​"Me encantaría, pero tengo asuntos que atender en el pueblo antes de que oscurezca por completo", mintió con fluidez. Tenía que volver a su manada, comunicar que la Luna Creciente había encontrado a su Luna. La manada necesitaba saber que su Alfa por fin sería completado. "Pero tómame la palabra: mañana, a las nueve en punto."

​Dio un paso atrás, creando una distancia segura entre ellos. "Descansa bien, Arianna Almonte. Sueña con los viejos árboles."

​Arianna sintió que la mirada de Dominic era una caricia. "Tú también, Dominic DankWolf."

​Observó cómo él se daba la vuelta, su figura poderosa desapareciendo sin un solo ruido en la oscuridad del sendero. Era como si el bosque lo hubiera absorbido. Cerró la puerta, sintiéndose repentinamente sola, pero con una calidez persistente en el pecho. Se dirigió a la chimenea, sin darse cuenta de que, desde la cima de la colina cercana, dos ojos verdes y penetrantes la observaban, garantizando su seguridad mientras se preparaba para la noche.

​Dominic esperó hasta que la última luz de la cabaña se apagó. Luego, sintiendo que su deber inmediato había terminado, se permitió un momento de éxtasis. Su rostro, generalmente severo, se relajó en una sonrisa salvaje. Levantó el rostro hacia la luna creciente que se asomaba tímidamente entre las nubes y dejó que su verdadero ser tomara el control. El aire se rasgó con el sonido de ropas cayendo y un aullido potente, profundo y jubiloso, que solo los miembros de la manada Luna Creciente en las profundidades del bosque pudieron escuchar.

​"¡Ella es mía!" aulló el Alfa al viento, y las montañas temblaron con la promesa.




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