Dominic no regresó a la aldea; se dirigió directamente al bosque. En el instante en que sus pies tocaron la tierra más allá de las luces del pueblo, la fachada de control que había mantenido ante Arianna se hizo añicos. La urgencia era una marea que le subía por el pecho, un rugido sordo que amenazaba con desgarrar su garganta.
Apenas se adentró lo suficiente para garantizar la privacidad, su cuerpo se convulsionó. La piel se tensó, los huesos crujieron y se realinearon con una velocidad dolorosa y familiar. El cuero y el lino de su ropa cayeron en el suelo del bosque. Un momento después, donde había estado el imponente Dominic, había un lobo masivo. No era solo grande; su pelaje color ceniza oscura parecía absorber la luz de la luna, y su presencia, densa y poderosa, era la definición misma de un Alfa.
El lobo de Dominic aulló, pero no un aullido de caza o de advertencia. Era un clamor de éxtasis y agonía.
¡MATE!
El grito mental resonaba en cada célula de su ser, una liberación de la tensión acumulada durante más de cinco siglos. Había esperado. Había liderado. Había visto generaciones de su manada nacer, amar y morir, mientras él continuaba. El vacío, la constante sensación de que le faltaba una parte vital, era una carga que solo un Alfa inmortal podía llevar. Y ahora, ella estaba aquí.
Arianna. Fuego. Nieve. Mía.
Su instinto era volver corriendo, romper la puerta de esa cabaña rústica y arrastrarla a la seguridad de la cueva, reclamarla, dejar que el vínculo se anclara. Era un deseo crudo, primitivo, puro. Pero Dominic no era solo un lobo; era el Alfa DankWolf, el guardián. Su parte humana, la que recordaba los matices y las consecuencias, luchaba por el control.
Control, se ordenó a sí mismo. Ella es frágil. Humana. Necesita tiempo. Necesita entender.
Recuperando el aliento, se dirigió a las profundidades del territorio de la manada Luna Creciente, hacia la antigua Caverna del Consejo.
El Cónclave
Cuando Dominic, ya transformado de nuevo en su forma humana—el cuerpo alto y cincelado cubierto solo por la piel de ciervo tradicional de su manada—entró en la caverna, encontró a los ancianos reunidos. El ambiente estaba cargado de expectación. El poder del aullido del Alfa había llegado a todos, incluso a aquellos que no estaban cerca.
El anciano Uriel, el más sabio y el que tenía el pelaje más blanco, se levantó lentamente. Sus ojos, aunque velados por la edad, brillaron con entendimiento.
"El viento nos trajo tu verdad, Alfa," dijo Uriel, su voz un murmullo seco. "La encontramos, después de tanto tiempo. La Luna Creciente está completa."
Dominic asintió, su rostro severo. "Arianna Almonte. Ella es mi mate."
"Una humana de la ciudad," dijo otro anciano, Tyrus, con un tono de advertencia. "Sin conocimiento de lo que somos, sin la sangre para resistir la transición, o el poder para defenderse."
Dominic sintió un gruñido profundo en su pecho. "Ella es fuerte. Y no necesita resistir nada que yo no pueda ayudarla a soportar."
Uriel golpeó su bastón de madera contra la roca. "Dominic, siéntate y escucha. Has sido nuestro Alfa por muchos siglos. Hemos contado los años, hemos sentido tu soledad. Quinientos veintiseis años de espera. Tu deber con ella es total, pero tu deber con nosotros es supremo."
Dominic se sentó, la revelación de su edad, aunque conocida, resonando con el peso de la historia. Tantos años, todos conduciendo a este encuentro.
"Ella es la única oportunidad para que nuestra línea de sangre se fortalezca," continuó Uriel. "Pero es un riesgo masivo. Una humana es un imán para el peligro. Si el Consejo Superior se entera de que has tomado una mate sin linaje..."
"Nadie se enterará," interrumpió Dominic, su voz baja y cargada de amenaza. "La ocultaré. La protegeré. Nadie la tocará."
Tyrus se acercó, la preocupación arrugando su frente. "El instinto del lobo no es el camino para una pareja humana, Dominic. Ella no puede simplemente ser arrastrada. Si la asustas, si la obligas, el vínculo... podría romperse o ser rechazado. La necesitarás tranquila, dispuesta. Necesitas el vínculo de la mente, no solo de la carne."
Dominic cerró los ojos, sintiendo la verdad de esas palabras. El lobo en él gritaba "¡Reclámala ahora!", pero la razón del Alfa entendía que debía ser lento, metódico.
"Empecé a ganarme su confianza," dijo Dominic, volviendo a abrir los ojos, ahora iluminados por una nueva determinación. "Me ofrecí a guiarla. Se queda cerca del límite, en la cabaña. Mañana la llevaré al corazón de nuestro bosque, bajo la apariencia de su 'investigación'."
"Hazlo con sutileza, hijo," advirtió Uriel. "Un lobo en celo es un desastre, un Alfa en celo es la ruina de una manada. Ocúltale la verdad por ahora, pero prepárala. El destino te ha dado a tu mate después de quinientos veinticuatro años. No falles ni con ella ni con nosotros."
Dominic se levantó, su altura proyectando una sombra sobre los ancianos. El conflicto interno no había cesado, pero el camino a seguir estaba claro. Tenía que ser el guía, el protector, el hombre fuerte y silencioso del bosque. Su lobo podía esperar. Por ahora.
"Volveré al amanecer," declaró Dominic. "Tengo una cita. Y el Alfa de la Luna Creciente no llega tarde."
Salió de la caverna, sintiendo el peso de los siglos y el fuego de la conexión latente. Arianna. Ella era su debilidad y su fuerza. Mañana, empezaría su educación, sin que ella lo supiera, en el mundo de los secretos, un mundo gobernado por un hombre que había amado a la Luna durante más de quinientos años, y que ahora amaba el Sol en forma de una pelirroja de ojos celestes.