El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Cinco: La Llama y la Sombra

Arianna se despertó antes de que el sol asomara sobre las cimas de las montañas. La noche había sido extraña: sueños vívidos, llenos de bosques oscuros y un aullido poderoso que resonaba en la lejanía. Había dormido poco, la conversación con Dominic dando vueltas en su cabeza.

Se vistió rápidamente con ropa de expedición, gruesas botas de montaña, y se aseguró de que su cámara y sus cuadernos estuvieran listos. Tomó un café humeante y salió al pequeño porche de la cabaña.

El aire de la mañana era nítido y helado, pero prometía un día soleado. Arianna se sentó en el escalón de madera, con la taza entre las manos para calentarse. Mientras el cielo se teñía de oro y rosa, sus pensamientos giraron inevitablemente hacia el hombre que había conocido ayer.

Dominic DankWolf.

Era la persona más enigmática que había conocido en su vida. Había algo en su presencia—esa altura imponente, la musculatura evidente, y sobre todo, la intensidad de sus ojos verdes—que la hacía sentir pequeña, pero no de una manera amenazante, sino protegida. Había una cualidad primitiva en él, casi como si perteneciera a otra época.

¿Hombres lobo? La palabra que había mencionado en la conversación regresó a ella. Por supuesto que era una leyenda, parte de la cultura local que ella estaba allí para documentar. Pero la forma en que Dominic lo había dicho... no fue con el tono de quien cuenta un cuento de hadas, sino de quien habla de algo intrínsecamente real para su comunidad.

Arianna suspiró, exhalando una pequeña nube de vapor en el aire frío. Se rió suavemente de sí misma. Estaba en un pueblo remoto, rodeada de mitos, y el hombre más atractivo que había conocido en años se ofrecía como su guía. Era fácil dejarse llevar por la fantasía. Lo importante era que él conocía el lugar, y ella necesitaba la información.

Ella se puso de pie, su cabello de fuego brillando bajo los primeros rayos del sol. Eran las nueve menos cinco. Arianna caminó hasta el borde del sendero, el punto donde se habían despedido anoche. Estaba tan absorta en repasar mentalmente las preguntas que quería hacerle sobre los viejos rituales de cosecha que no notó nada hasta que un escalofrío familiar le recorrió la espalda.

Levantó la vista. Ahí estaba él.
Dominic.

No había un sonido, no había un crujido de hojas, simplemente apareció. Estaba a solo unos metros, vestido con ropas similares a las de ayer—oscuras, prácticas—, pero su presencia era tan poderosa que el bosque entero parecía inclinarse a su alrededor. Estaba de pie con la pose de un cazador esperando, su silueta alta recortada contra la luz naciente.

Su mirada la encontró, y esa oleada eléctrica del primer encuentro se disparó de nuevo. Dominic vestía una chaqueta de cuero desgastado que acentuaba la amplitud de sus hombros. Llevaba una pequeña mochila de lona, lista para un largo día de caminata, y su rostro, aunque tranquilo, parecía marcado por algo profundo y antiguo.

Dominic, por su parte, había estado observándola desde el bosque durante los últimos diez minutos. Su lobo había estado gruñendo de satisfacción ante la visión: su mate, esperando por él, tan vívida y luminosa bajo el sol de la mañana. Había tenido que obligarse a esperar hasta el último momento antes de salir, sabiendo que si se quedaba más tiempo cerca, su autocontrol se rompería.

Cuando ella alzó la mirada, el Alfa sintió que los quinientos veinticuatro años de su vida convergían en este instante. Ella era su sol.

Se acercó a ella con pasos largos y decididos.
"Arianna," saludó Dominic, su voz baja y resonante, enviándole escalofríos.

"Dominic," respondió ella, su voz apenas un susurro. "¿Llevas mucho tiempo esperando?"

"No," mintió con facilidad. "Acabo de llegar."

Él se detuvo justo delante de ella. El aroma de su perfume, sutilmente mezclado con el olor natural de la mujer, golpeó su sentido del olfato, haciéndole cerrar los ojos por un segundo. Vainilla, cereza, y pino.
"Estás lista," notó él, sus ojos verdes examinando su equipo. La aprobación en su mirada era casi tangible.

"Lo estoy," afirmó Arianna, sintiendo su entusiasmo. "Muéstrame el corazón de Oakhaven, Dominic. Llévame a donde guardan sus secretos."

Dominic asintió. Una sonrisa tensa tiró de la comisura de sus labios. "Así será, pequeña flama. Hoy, te llevaré a mi lugar. El bosque espera por ti."

Se giró, su amplia espalda hacia ella. "Sígueme. El primer sendero es el más difícil."

Arianna recogió su mochila y, sintiendo una mezcla de emoción y una extraña y familiar conexión, siguió la poderosa silueta de Dominic hacia las sombras del bosque. Ella no sabía que estaba a punto de adentrarse, no solo en un bosque, sino en el territorio sagrado de la Manada Luna Creciente, guiada por su Alfa.




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