Dominic caminaba con la gracia silenciosa de un depredador, tejiendo su camino a través de un sendero que Arianna nunca habría notado. El bosque era una catedral de árboles, las coníferas se alzaban hacia el cielo, filtrando la luz en motas doradas que bailaban en el suelo cubierto de agujas de pino.
Arianna luchaba por seguir su ritmo. Mientras ella tropezaba ocasionalmente con raíces ocultas, Dominic se movía con una fluidez asombrosa, sin hacer el menor ruido. Era evidente que este hombre no solo conocía el bosque; era una extensión de él.
"Caminas muy rápido," jadeó Arianna, ajustándose la correa de su cámara.
Dominic se detuvo, esperando por ella con una paciencia que le pareció infinita. Se giró, su mirada evaluándola. "El bosque no espera, Arianna. Nos recompensará con silencio si nos movemos con respeto." Vio su rostro sonrojado por el esfuerzo y el lobo en él sintió una punzada de culpa. Su mate estaba agotada.
"Disculpa," dijo, suavizando su tono. "Disminuiré el paso. Hemos llegado a la parte del bosque que me interesa mostrarte primero. Necesitas ver los Árboles Centinela."
Se adentraron por un sendero cada vez más estrecho, y de repente, el paisaje cambió. El bosque se abrió a un claro circular, y en el centro, se alzaban cinco robles inmensos, cada uno más grueso que un coche. No eran solo viejos; parecían antiguos, sus troncos marcados por el tiempo, sus ramas se extendían como brazos protectores. Un aire de profunda santidad flotaba en el lugar.
Arianna se quedó sin aliento. Dejó caer su mochila y levantó la cámara instintivamente, sin palabras.
"Son... magníficos," susurró. "Nunca he visto algo así."
"Tienen más de mil años," explicó Dominic, sintiendo una profunda satisfacción al ver el asombro en el rostro de su mate. Este lugar era el límite ceremonial del territorio más sagrado de la manada, un punto de reunión antiguo, impregnado del poder del Alfa.
"¿Qué son para la gente de Oakhaven?" preguntó Arianna, comenzando a tomar fotos desde diferentes ángulos, capturando la textura de la corteza y la luz divina que se filtraba.
Dominic caminó hasta tocar uno de los troncos, y su mano áspera sobre la corteza pareció una conexión natural.
"Son nuestros ancestros," dijo Dominic. "Nuestra gente cree que los grandes robles son testigos del tiempo. Cada generación de la manada... del pueblo, hace una peregrinación aquí en los momentos importantes. Para la manada, estos árboles son la prueba de nuestra permanencia, el juramento de la Luna Creciente de que siempre protegeremos estas tierras."
Arianna bajó la cámara, sintiendo la solemnidad de sus palabras. "Es hermoso. ¿Tienen rituales específicos aquí? ¿Ofrendas?"
"Sí," respondió Dominic. "Pero son privados. Nuestros ritos están diseñados para honrar al bosque y a la Luna, para pedir prosperidad y... protección. Hay leyendas sobre un gran lobo guardián que se manifiesta aquí durante la luna llena para bendecir a las nuevas parejas."
Mientras hablaba, Dominic estaba seleccionando cuidadosamente qué revelar. Hablaba de "parejas", no de "mates". Hablaba de "lobos guardianes", no de la "forma de los cambiantes". Estaba sembrando las semillas de la verdad, disfrazándolas de folclore.
Arianna sacó su cuaderno y comenzó a tomar notas frenéticamente. "El lobo guardián. ¿Hay alguna representación de él? ¿Tótems, grabados?"
Dominic la guio hacia la base de uno de los robles. "Mira de cerca."
Arianna se arrodilló, apartando el musgo. Allí, sutilmente tallada en la corteza, había una figura antigua: un lobo aullando a una luna creciente.