El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Siete: Los Secretos Grabados en la Piedra

Arianna pasó los siguientes treinta minutos en el claro de los Árboles Centinela, inmersa en su trabajo. Dominic se mantuvo a un lado, vigilando, no solo a ella, sino a los límites del claro. Ningún miembro de la manada, ni siquiera los Beta, se atrevería a perturbar este espacio cuando el Alfa estaba presente. Observar a Arianna, concentrada, con su cabello de fuego encendido por el sol de la mañana, llenaba a su lobo de una calma protectora.

"Esto es oro puro," exclamó Arianna, cerrando su cuaderno con un golpe satisfactorio. "Las tallas, el folclore, la atmósfera... es exactamente lo que necesitaba." Se levantó, mirando a Dominic con una admiración genuina. "Eres un guía increíble. ¿Hay más como esto, quizás algo más antiguo, más... oculto?"

Dominic sonrió, una curva lenta y cautelosa que rara vez mostraba. "Si quieres lo oculto, debes ir más profundo, Arianna. Hay un lugar. Un Anillo de Piedras más arriba en la montaña. Es el lugar donde nuestra gente celebra la unión de los matrimonios desde tiempos inmemoriales."

Aunque Dominic lo llamó "Anillo de Piedras", la manada lo conocía como el Círculo de Juramentos, el lugar donde solo los cambiantes celebraban sus vínculos de pareja bajo la Luna.

"¿Podemos ir allí?" preguntó Arianna, recogiendo su mochila con prisa renovada. "Las estructuras de piedra antiguas son mi debilidad. Sería el contrapunto perfecto a la vida vegetal de los Centinelas."

"Sí, pero es una caminata más dura. Deberíamos tomar un descanso primero." Dominic sacó un paquete de su propia mochila, ofreciéndole una barra de cereales y una botella de agua fresca.

Mientras compartían el breve refrigerio, la conversación se volvió más personal.

"Nunca me dijiste, Dominic, ¿a qué te dedicas exactamente, aparte de guiar a gente curiosa como yo?" preguntó Arianna, mordiendo su barrita.

Dominic dudó por un instante. Su respuesta era simple: Soy el Alfa de la Luna Creciente, protector de esta tierra y de mi gente. Pero la verdad debía seguir siendo un cuento.

"Soy, en esencia, el guardián de estas tierras," respondió con franqueza controlada. "Superviso el bienestar del bosque, las rutas de caza y las tradiciones de mi gente, la gente de Oakhaven. Me aseguro de que el equilibrio se mantenga y de que los límites se respeten." Él la miró a los ojos. "Es una responsabilidad que me fue entregada por mis antepasados. Mi familia ha estado aquí desde que se levantaron los Centinelas."

Arianna sintió el peso de sus palabras. Su descripción se ajustaba perfectamente al jefe tribal o al anciano protector que ella esperaba encontrar.

"Parece una vida muy importante. Muy arraigada. Yo no tengo nada así. La ciudad es ruido y movimiento perpetuo, sin raíces."

"El movimiento y el ruido no son malos, son simplemente diferentes," replicó Dominic. Pero en su mente, no podía imaginar la vida de Arianna sin las montañas y el bosque.

Cuando terminaron, Dominic la condujo por un sendero empinado, a través de una densa área de arbustos de hoja perenne. Esta parte del bosque estaba más protegida y era más difícil de navegar. Él se aseguró de caminar lo suficientemente cerca de ella para poder extender una mano firme si tropezaba. El contacto accidental era a la vez un tormento y una bendición para el Alfa, una descarga de la conexión que apenas podía mantener a raya.

Tras una hora de ascenso, llegaron a la cima de una colina cubierta de musgo que dominaba una vista espectacular del valle, las montañas y, a lo lejos, el pequeño caserío de Oakhaven. Pero el foco de atención era la cima misma.

Allí estaban, semiocultos entre la maleza: siete monolitos de piedra gris, dispuestos en un círculo perfecto. Las piedras eran ásperas, cubiertas de líquenes, y parecían haber sido colocadas por gigantes. Un aire de misterio y antigüedad emanaba del lugar, incluso más que en el claro anterior.

"El Círculo de Juramentos," susurró Dominic, volviendo a usar el nombre codificado. "Se dice que estas piedras canalizan la energía de la luna llena."

Arianna sintió un escalofrío en la nuca. El lugar tenía una resonancia innegable. Corrió hacia el círculo, sus dedos tocando la superficie fría y desgastada de la primera piedra. "¡Es increíble! Mira, Dominic, tienen grabados."

Arianna notó que cada piedra tenía símbolos arcaicos y, de manera más sutil, una o dos pequeñas tallas que parecían representar manos entrelazadas o figuras de lobos.

"¿Qué significan estos símbolos, Dominic?" preguntó, su voz llena de la emoción del descubrimiento.

Dominic se unió a ella, su mirada recorriendo los grabados. Estos eran los símbolos sagrados de la manada, los juramentos de lealtad, y sí, algunos de los rituales de unión.

"El significado más profundo es secreto," admitió Dominic, manteniendo una pequeña sonrisa misteriosa. "Pero en esencia, son bendiciones y promesas. Este, por ejemplo," señaló un glifo que parecía un sol entrelazado con una luna, "es el juramento de la permanencia. La promesa de que la unión durará tanto como el día y la noche. Y este," señaló una pequeña figura que se asemejaba a una manada de lobos corriendo, "es la bendición de la familia y la protección sobre la unión."

Mientras Dominic hablaba, estaba de pie muy cerca de Arianna. La proximidad, el aire puro de la montaña, y el asombroso descubrimiento hicieron que Arianna se sintiera vulnerable y maravillosamente viva. Levantó la vista hacia él.

"Eres una enciclopedia de este lugar, Dominic DankWolf," dijo ella, con una nota de afecto en su voz.
Dominic miró esos ojos celestes, y por un instante, el disfraz de "guardián del bosque" se desvaneció. El deseo de decirle: Soy esto y mucho más. Soy tu mate, la otra mitad de tu alma, y estas piedras celebrarán nuestro vínculo, fue casi abrumador.

Pero solo asintió, su voz tensa. "Es mi herencia, Arianna. Y estoy encantado de compartirla contigo."

Dominic sabía que con cada paso que daba en el bosque, con cada leyenda que compartía, estaba atrayendo a Arianna más y más cerca de su mundo. Y ese era el plan. Ella no se daría cuenta de que su investigación era, en realidad, un cortejo de quinientos veinticuatro años.




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