El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Once: El Lamento de la Luna Llena

Las dos semanas siguientes a la confesión fabricada de Dominic estuvieron marcadas por una normalidad superficial. Arianna, ahora convencida de que Dominic era un ex-soldado con una condición extraordinaria, lo trataba con una mezcla de respeto y una profunda compasión. Seguían explorando, pero ella era más cautelosa, siempre atenta a sus "límites" y a sus advertencias sobre el bosque nocturno. Dominic, sin embargo, se había vuelto más distante, sabiendo que la luna llena, la noche del cambio, estaba cerca.

La manada, alertada por el Alfa, intensificó sus patrullas. Sabían que el vínculo con la mate humana de Dominic, a pesar de no estar consumado, haría que su primera transformación cerca de ella en quinientos años fuera potencialmente catastrófica en términos de control.

Era la noche de la luna llena.

Arianna no podía dormir. A pesar de que la cabaña era cómoda y cálida, una tensión palpable flotaba en el aire. La luna, una esfera gigantesca de luz blanca plateada, se alzaba sobre los picos, iluminando el bosque con una claridad sobrenatural. El silencio era total, opresivo, y luego se rompía con el estruendo.

Eran aullidos.

No como el de un lobo salvaje. Eran profundos, guturales, llenos de una pena desgarradora y una fuerza que parecía vibrar a través de las paredes de madera de la cabaña. El primer aullido la hizo saltar de la cama.

Arianna se dirigió a la ventana, mirando hacia el bosque. No se atrevió a salir, recordando la advertencia de Dominic: "Nunca salgas de tu cabaña después del anochecer." Se preguntaba si Dominic estaba lidiando con su "dolor crónico" y sus "demonios" en la oscuridad, en una crisis terrible.

En las profundidades del territorio, en una caverna oculta bajo la raíz de un Roble Centinela, Dominic estaba sufriendo.

Estaba transformado. Su cuerpo masivo de lobo, más grande y feroz que cualquier otro de la manada, estaba contenido por gruesas cadenas de hierro forjado, ancladas en la roca viva. El pelaje ceniza se erizó mientras una oleada de agonía recorría su cuerpo.

El dolor del cambio ya no era el problema; era la locura. La Luna Llena siempre maximizaba la fuerza y el instinto del lobo, pero esta vez, la oleada era insoportable. Ella estaba cerca. El aire estaba infundido con el aroma de Arianna, un rastro dulce de vainilla, pino y mate.

El lobo dentro de Dominic era una bestia primordial, enloquecida por la necesidad de encontrar, asegurar y reclamar a la mujer.

¡MATE! ¡ENCUÉNTRALA! ¡PROTÉGELA!

Dominic, el Alfa de quinientos veinticuatro años, luchaba contra el instinto de su propio animal. Sus garras gruesas arañaban la piedra. Las cadenas se tensaron, emitiendo gemidos metálicos.

"¡No! ¡Quédate, maldito seas!" rugió Dominic en su mente. Su mente humana era un faro de razón en medio del caos instintivo. Sabía que si se liberaba, iría directamente hacia Arianna. En este estado, no podría medir su fuerza, y el impacto de su verdadera forma podría destruirla o, peor aún, asustarla para siempre.

Los ancianos de la manada vigilaban la entrada de la caverna, sus rostros serios y temerosos.
"Su vínculo es más fuerte de lo que anticipamos," murmuró Uriel, sintiendo la resonancia del dolor del Alfa. "Nunca ha sufrido así. La proximidad de la humana lo está volviendo loco."

Dominic levantó su gran cabeza lobuna hacia el techo de roca, su boca abierta en un grito de pura desesperación. El aullido que escapó de su pecho fue un sonido que cortó la noche. No fue el aullido de un animal cazando, sino el de un alma desolada, la expresión máxima del anhelo de un Alfa.

El sonido viajó a través del bosque, profundo, melancólico, con una potencia que Arianna escuchó con una claridad espeluznante.

Arianna se estremeció, tapándose las orejas. Ese aullido... no era violento, era triste. Era un lamento de soledad y dolor tan profundo que le rompió el corazón. Ella se imaginó a Dominic, su "guardián herido," luchando contra sus demonios en la oscuridad, tal vez encadenado a la cama, tal vez a punto de hacerse daño.

Debe ser su dolor crónico. Su 'fiebre' incontrolable.

El aullido se repitió, un llamado primitivo y poderoso que la atraía como un imán. La Luna Llena estaba obrando su magia en Arianna también, aunque ella no lo sabía. Había una urgencia en sus venas, una necesidad de ir a ese sonido, de encontrar la fuente del dolor y calmarlo.

Arianna tomó su abrigo, sintiendo una oleada de pánico. Tengo que ayudarlo. Está sufriendo solo. Dio un paso hacia la puerta.

Pero en ese instante, el aullido se detuvo abruptamente, cortado por un sonido de metal tenso.
En la caverna, Dominic había logrado imponer su voluntad por un momento. Sacudió su cabeza, golpeándola contra el suelo de roca. No irás. No la asustarás. Ella es débil, ella es frágil. Ella es la única cosa buena después de quinientos años.

¡NO!

El dolor emocional de forzar a su lobo a rechazar su mate era más profundo que el tormento físico de las cadenas. El lobo se revolvió una última vez, con la intención de romper el hierro, pero la disciplina del Alfa, templada durante siglos, prevaleció. Dominic se colapsó, agotado, su cuerpo de lobo temblando por el esfuerzo de la negación.

Mientras su mente humana recuperaba una pizca de control, envió una orden mental a su manada: Asegúrense de que ella se quede. Nadie, y quiero decir NADIE, la toque.

Arianna, aún de pie en la puerta, sintió el silencio regresar. La ausencia del aullido fue tan fuerte como su presencia. Retrocedió, exhausta y asustada. La advertencia de Dominic era clara. Cualquiera que fuera su dolor, era algo que no debía presenciar.

Arianna regresó a la cama, temblando. Ese hombre esconde un secreto tan grande como esas montañas, pensó. Y por primera vez, el miedo superó a la curiosidad. El lamento del Alfa, el sonido del dolor de quinientos veinticuatro años de soledad, se había anclado en su alma.




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