A pesar del terror que la había obligado a regresar a la cama, Arianna no encontró el descanso. El aullido, ese lamento de una agonía tan profunda, resonaba en su mente. Era la voz de Dominic, de su "dolor crónico" llevado a su límite más brutal. La imagen de él sufriendo solo, encadenado por su propia aflicción, rompió la barrera del miedo.
No puedo simplemente quedarme aquí.
Cuando el reloj de la cabaña marcó las tres de la madrugada, Arianna tomó una decisión impulsiva. Se puso un par de jeans gruesos, suéter y las botas de montaña. Agarró la linterna y, contraviniendo la única y más seria advertencia de Dominic, abrió la puerta de su cabaña.
La luna llena inundaba el bosque, creando un paisaje de sombras largas y contrastes plateados. El aire frío olía intensamente a pino, a tierra mojada y a algo más, algo salvaje y almizclado.
Arianna se adentró en el bosque, usando el sendero que conocía y encendiendo la linterna. Avanzaba lentamente, sintiendo que cada crujido de hojas bajo sus pies era un trueno en el silencio. Estaba buscando la fuente del sonido, la dirección de donde provenía ese aullido desgarrador.
Caminó durante quizás diez minutos, adentrándose más en la oscuridad. El corazón le latía en el cuello. Los sonidos del bosque, que Dominic le había enseñado a apreciar, ahora le parecían amenazas.
De repente, una silueta se movió entre los árboles a su izquierda. Era grande, oscura y se movía demasiado rápido para ser un ciervo. Arianna apagó la linterna por instinto y se quedó inmóvil, pegada al tronco de un árbol.
Entonces lo vio.
Era un lobo. No, no un lobo, sino un animal gigantesco que superaba en tamaño a cualquier criatura salvaje que Arianna hubiera visto. Su pelaje era de un tono ceniza profundo, casi negro a la luz de la luna, y su cabeza era inmensa. Se movía con una mezcla de furia y un sufrimiento físico palpable, como si estuviera herido o encadenado mentalmente.
El pánico se apoderó de Arianna, pero no podía moverse. Sus botas parecían pegadas al suelo.
El lobo se detuvo en el sendero, a menos de diez metros de ella. Levantó su enorme cabeza, y sus ojos se clavaron en ella. No eran los ojos amarillos de un depredador normal; eran de un verde intenso, brillante a la luz de la luna. Ojos verdes.
Los ojos de Dominic.
Un terror primordial la invadió. Es el lobo que Dominic lanzó, pero es más grande, y... sus ojos...
El lobo gigante giró su cabeza, aspirando el aire. El olor de Arianna, del mate, era irresistible para la bestia. El lobo de Dominic, con su mente humana luchando todavía por el control, sintió el impulso irrefrenable. Dejó escapar un gruñido bajo y profundo, un sonido que era a la vez una advertencia y un reclamo.
Dio un paso hacia ella.
En ese momento, la mente de Arianna se dividió. Una parte gritaba: ¡Corre! ¡Es un monstruo! La otra, la parte que había escuchado el aullido, notó algo extraño: el lobo no parecía querer atacarla con intención asesina.
Había una intensidad en su mirada, un conocimiento, una familiaridad que la hizo temblar aún más. Era como si la estuviera viendo a ella, Arianna, y no solo a una comida.
El lobo gigante dio otro paso, sus patas enormes casi tocando el borde del claro. Arianna podía ver el brillo de su saliva. Se preparó para gritar.
Justo cuando el gran lobo estaba a punto de cerrar la distancia, otro aullido, más agudo y de advertencia, resonó a la izquierda. Un segundo lobo, más pequeño pero aún grande, irrumpió en el claro, ladrando frenéticamente al lobo ceniciento.
Era Kael, el Beta de la manada, que había estado patrullando la zona y había olido el pánico de Arianna y la presencia descontrolada del Alfa.
El lobo gigante se distrajo. El instinto de pelea por el territorio, por el mate, se encendió. Dominic gruñó, pero el Beta era una interferencia. El lobo ceniciento se volvió, emitiendo un rugido que hizo temblar las hojas.
"¡Vete, Alfa!" aulló el lobo Beta mentalmente. "¡Ella está a salvo! ¡Regresa, o te romperás!"
El lobo de Dominic lanzó un último gruñido a Arianna, un sonido de frustración y un extraño anhelo, y luego, con la furia dirigida hacia el Beta, se lanzó sobre él para alejar la amenaza de su mate.
Arianna, liberada del trance de terror, cayó al suelo, hiperventilando. Oyó el sonido de la lucha en la oscuridad, un alboroto de gruñidos, ladridos y ramas rotas que se alejaban rápidamente.
Se arrastró hasta ponerse de pie, temblando incontrolablemente. Encendió la linterna, y la luz se posó en el suelo del claro donde el lobo había estado. Había marcas profundas de garras en el barro.
Regresó a la cabaña corriendo, con el terror alimentando sus piernas. Al llegar, se arrojó sobre la cama, temblando.
Un lobo gigante. Ojos verdes. El aullido de Dominic.
La mentira sobre el "ex-militar" se había roto. La adrenalina no hacía crecer pelaje ni daba ojos verdes y brillantes a un lobo. La verdad, fea y aterradora, se asomó por un instante: El lobo, ese depredador inmenso y desesperado, era Dominic.
Pero el cerebro de Arianna, en su mecanismo de defensa, se aferró a la última explicación posible: Fue un lobo mutante, o una especie rara con ojos verdes. Y la lucha fue por el territorio. Fue un encuentro terrorífico con la vida salvaje que Dominic me advirtió que evitara.
Sin embargo, el recuerdo del aullido triste y la intensidad, el conocimiento en esos ojos verdes, permaneció como un ancla en su mente. Ella había escapado, pero sabía que acababa de mirar a su protector a los ojos, y el depredador la había reconocido. El velo entre la leyenda y la realidad estaba a punto de rasgarse para siempre.