El silencio que siguió a la confesión de Dominic fue más ensordecedor que cualquier aullido de luna llena. Arianna estaba pálida, sus ojos celestes fijos en él, procesando la magnitud de las palabras: licántropo. Monstruo. Compañera.
Dominic sintió cada segundo. Su lobo se sentía expuesto, vulnerable por primera vez en quinientos años. Había soltado la verdad, y ahora, el destino de su eternidad y la de su manada pendía de la reacción de esta joven humana de cabello de fuego.
Arianna finalmente retiró su mano de la suya, no con rechazo, sino con una necesidad urgente de espacio. Dio un paso atrás, luego otro, hasta que su espalda tocó la pared rústica de la cabaña.
"Necesito... aire," susurró Arianna, su voz temblorosa. "Esto no es real. Es una historia, Dominic. Es folclore. Es... estás bromeando, ¿verdad? Es una elaborada forma de justificar tu fuerza."
Dominic asintió lentamente, su rostro lleno de pena. "Ojalá lo fuera, Arianna. Pero el lobo que viste anoche, con mis ojos, ese soy yo. Y las heridas que cierran," él señaló su antebrazo, cuya herida ya era apenas una línea rosada, "esa es mi realidad."
Se acercó lentamente, con una cautela infinita. "No te pido que lo creas de inmediato. Solo te pido que recuerdes lo que viste. Lo que escuchaste. Y que, por favor, me des tiempo para demostrarte que, aunque soy un monstruo, no soy tu monstruo. Que nunca te haría daño."
Dominic sabía que presionarla ahora sería su error fatal. Había violado su confianza con mentiras; no podía obligarla con la fuerza de su destino.
"Me iré," dijo Dominic, su voz quebrada. "Necesitas procesarlo sin mi presencia amenazante. Pero prométeme algo, Arianna Almonte. Por tu vida. No abandones esta cabaña hasta que yo regrese. El bosque es territorio de la manada, y tú eres su Luna, su compañera, pero ahora mismo, no estás bajo mi protección directa. Otros lobos podrían encontrarte."
Arianna simplemente asintió, su mente en blanco, incapaz de articular una palabra coherente.
Dominic se dio la vuelta y, con la pesadez de los siglos sobre sus hombros, se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se giró para mirarla una última vez, su expresión era una mezcla de adoración y desesperación.
"Volveré por ti, mi flama. Tómate tu tiempo. Tómate los siglos que necesites. Yo he esperado quinientos veintiseis años; puedo esperar unos días más."
Y con eso, se fue, cerrando la puerta con una suavidad que resonó como el golpe más fuerte en el alma de Arianna.
PV: Arianna (Días Después)
Los días se hicieron largos y se convirtieron en una tortura psicológica. Arianna permaneció en la cabaña, cautiva de su miedo y de la verdad. Al principio, la incredulidad fue su escudo. Es imposible. Está loco. Es un hombre fuerte que se ha hundido en el folclore. Intentó empacar, intentó razonar, intentó llamar a la policía, pero ¿qué diría? Mi guía es un hombre lobo de 526 años y me ha dicho que soy su compañera.
El miedo la paralizó. El miedo de ser atacada, el miedo de la bestia de ojos verdes.
Pero la incredulidad se desmoronó.
Miró las notas de su cuaderno: "Hombres fuertes bajo la luna, fiebre incontrolable, sacrificio para proteger al pueblo." Recordó la fuerza imposible en la plaza, la velocidad con la que había desaparecido, la cicatriz sanando en segundos. Y lo más condenatorio: el lobo gigante de aquella noche, cuyos ojos verdes eran la misma intensidad que la mirada de Dominic.
Arianna sintió un escalofrío. La verdad que Dominic le había contado era la única que explicaba todos los misterios.
El miedo comenzó a transformarse, lentamente, en una especie de aceptación forzada. Si él era un monstruo, ¿por qué no la había atacado anoche? ¿Por qué se había contenido, a pesar de estar herido y enloquecido? ¿Por qué se había molestado en inventar una mentira elaborada en lugar de simplemente silenciarla?
Y luego vino la parte más incomprensible: Compañera.
Arianna recordó la conexión inmediata que sintió, esa corriente eléctrica, esa extraña paz que sentía solo con su presencia. El aullido de dolor de Dominic, esa tristeza infinita, resonó de nuevo en su mente. Era el sonido de la soledad. El sonido de quinientos veinticuatro años.
Al cuarto día, el miedo había desaparecido casi por completo, reemplazado por una necesidad extraña y profunda de verlo. Ella quería escuchar la historia completa, no la de su linaje, sino la de él. Quería entender por qué había esperado tanto tiempo y por qué su llegada lo había quebrado.
Arianna se sentó junto a la chimenea, mirando las llamas. La ciudad, con sus ruidos y su superficialidad, le parecía un recuerdo lejano. Esta era su nueva realidad. Había venido buscando una historia para su investigación, y había encontrado la historia de su vida.
Cuando el sol comenzó a ponerse en la tarde del cuarto día, Arianna sintió una determinación firme. Cerró su cuaderno.
Estaba lista.
El miedo se había ido.
De repente, un suave sonido de ramas rotas y una respiración pesada vinieron del exterior. Arianna se levantó. Dominic estaba de regreso.
Ella no esperó el golpe. Abrió la puerta de par en par.
Dominic estaba de pie allí, luciendo limpio y humano, pero con sus ojos verdes llenos de una ansiedad que casi lo consumía. Él había venido preparado para luchar, para rogar, para convencerla de la verdad.
Pero Arianna se le adelantó.
"Entra, Dominic DankWolf," dijo Arianna, su voz firme, con un toque de la antigua determinación que la había traído al bosque.
"Quiero que me cuentes todo. Desde el día en que naciste hace quinientos veintiseis años."
Ella no estaba huyendo; estaba lista para escuchar. Había pasado por el miedo, la negación y, finalmente, la aceptación. Y en ese instante, Dominic supo que su espera había valido cada segundo.