El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Quince: El Silencio del Alfa y la Preparación

PV: Dominic

Dominic no regresó inmediatamente a la Caverna del Consejo. Cuando salió de la cabaña de Arianna, sintió la punzada de su partida como un corte físico. Había dejado a su mate en el umbral de su verdad, expuesta y sola, y la idea lo atormentaba. Sin embargo, su instinto de Alfa sabía que la había empujado demasiado lejos y que forzar el vínculo solo resultaría en la destrucción. Ella necesitaba tiempo para reconciliar a la joven pelirroja de la ciudad con la idea de ser la compañera de un licántropo ancestral.

Corrió. No en su forma lobuna —necesitaba mantener la cabeza despejada—, sino con la velocidad y resistencia sobrehumana de un licántropo en forma humana. Se dirigió al corazón del territorio.
Al llegar al límite de la zona habitada de la manada, fue interceptado por Kael, su Beta más leal, un hombre de hombros anchos y mirada tranquila.

"Alfa," saludó Kael, su voz baja y respetuosa. "Nosotros sentimos... lo sabemos. La ha expuesto a la verdad. ¿Está bien?"

"Está viva, Kael," respondió Dominic, con el aliento agitado. "Pero está conmocionada. Le di cuatro días. Cuatro días de soledad para que elija. He prometido que no la presionaré."

Kael frunció el ceño. "Cuatro días, Alfa. En la cabaña, sola y sin nuestra protección directa. Es un riesgo demasiado grande."

"No lo es," dijo Dominic con firmeza. "He establecido límites de guardia silenciosa alrededor de su cabaña. Nadie se acerca a menos de cien metros. Y si alguien osa cruzar la línea, le darás la orden de matar. La única persona que tocará a Arianna soy yo. Informa a todos. Si algún joven lobo se acerca por curiosidad o impulso, lo castigarás personalmente."

Kael asintió, su rostro sombrío. "Será hecho, Alfa."

Dominic pasó las siguientes horas dando órdenes, asegurándose de que la manada estuviera lista para la aceptación de su Luna, o para la trágica posibilidad de su rechazo. Luego, se retiró a su propia morada.
La cabaña de Dominic, oculta en un claro más profundo y fortificado que cualquier otra en Oakhaven, era sencilla pero robusta. Estaba construida con troncos masivos y tenía una enorme chimenea de piedra en el centro, el único lugar donde se permitía el fuego.

Durante los días de espera, Dominic se dedicó a prepararla para Arianna. No se trataba de lujosos regalos, sino de comodidades esenciales y significativas para una humana. Limpió el polvo de los libros que había coleccionado durante siglos. Puso sábanas de lino limpio en su cama de troncos tallados y se aseguró de que la estufa de leña en la cocina estuviera abastecida. Lo más importante: despejó el armario más grande y viejo.

No puede vivir como un prisionero, pensó Dominic. Necesita un espacio que sea suyo.

Mientras trabajaba, el tiempo era un tormento. El reloj humano de la cabaña avanzaba con una lentitud insoportable, pero el reloj interno de Dominic se sentía como si los siglos se hubieran acelerado hasta el instante presente. Cada fibra de su ser anhelaba ir a la cabaña de Arianna, tomarla entre sus brazos y poner fin a la agonía de la espera.
Pero el respeto que le debía a su mate era la única cosa que lo mantenía a raya. Ella había sido arrastrada a un mundo de monstruos y mitos, y merecía la dignidad de decidir su propio destino.

En la noche del tercer día, Dominic se sentó junto al fuego, mirando las llamas. Ya no se transformó; había aprendido a suprimir el instinto para esta noche crucial. Sacó un mapa viejo y desgastado de Oakhaven y lo extendió. Era un mapa detallado que marcaba no solo los senderos y los ríos, sino las guaridas de la manada, las fronteras, y el Círculo de Juramentos.

Necesita saberlo todo. La verdad y el peligro, pensó.
Dominic planeó el encuentro. Iría a su cabaña, ya no como el mentiroso guía, sino como el Alfa. Le daría la verdad completa, desde su nacimiento en el siglo XV hasta la razón por la que la Luna lo había elegido como su compañera. Le explicaría la manada, los ancianos, el ritual de unión y, lo más aterrador, la amenaza que representaba para ella su propia existencia.

Finalmente, llegó la mañana del cuarto día. El sol se levantó con una calma inusual.

Dominic se afeitó y se puso su mejor ropa de caza, una que le hacía parecer fuerte y capaz, pero no abiertamente salvaje. Era una mezcla del guardián del bosque que ella conocía y el Alfa que era.

Se armó de valor y se dirigió al sendero. Al acercarse a su cabaña, sintió el pánico. ¿Qué pasaría si ella se había ido? ¿Si había llamado a alguien, si lo había rechazado?
Al ver la cabaña, notó que no había signos de huida. Su pequeño coche seguía aparcado allí.

Se acercó a la puerta, su corazón latiendo con una fuerza que ni quinientos años de inmortalidad podían atenuar. Levantó la mano para tocar, pero la puerta se abrió ante él.

Arianna estaba allí, sus ojos celestes fijos en él, y en su mirada ya no había terror ni repulsión. Había una aceptación tranquila, una seriedad que lo desarmó.
"Entra, Dominic DankWolf," le había dicho. "Quiero que me cuentes todo."

Dominic sintió un susurro de alegría del lobo en su alma. Su espera había terminado. Entró en la cabaña de su mate, sabiendo que este era el verdadero punto de partida de su historia.




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