El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Diecinueve: La Sombra del Alfa Ancestral

PV: Dominic (La Calma Engañosa)

Dominic se despertó con el sol colándose por las cortinas de cuero. La calma que lo inundó no era la habitual serenidad del Alfa; era una paz profunda y total que nunca había creído posible. Abrió los ojos y lo primero que vio fue a Arianna, acurrucada contra su costado, con el cabello de fuego desparramado sobre su almohada.

La miró, y su vista se detuvo en la pequeña, perfecta Marca de Mate en la curva de su cuello. A pesar de que la herida ya estaba sanada y solo era una sutil marca rosada, Dominic podía sentir la fuerza del lazo, un ancla cálida y vibrante que lo conectaba a ella. Era una sensación que trascendía los siglos, el fin de quinientos veintiséis años de espera.

Dominic se quedó quieto durante varios minutos, observándola. Cada detalle de su rostro, el suave ascenso y descenso de su pecho, la inconsciente confianza con la que dormía a su lado. Era su Luna, y su presencia lo hacía sentir humano de una manera que su vida inmortal le había negado. El lobo, ahora satisfecho, dormía en paz.

Con la delicadeza de un hombre que teme despertar un tesoro invaluable, Dominic se deslizó fuera de la cama. Se vistió rápidamente con ropa oscura y funcional. Antes de salir del dormitorio, se inclinó y besó suavemente la frente de Arianna.

"Descansa, mi Luna," susurró. "Hay deberes que no esperan, pero hoy, el mundo puede esperar por ti."

Se dirigió a la cocina para preparar café recién molido y asó unas rebanadas gruesas de pan integral que la manada había horneado esa mañana. Luego, con el olor a café llenando el aire de la cabaña, se dirigió a su despacho, un pequeño anexo de la casa que funcionaba como centro de mando.

El despacho de Dominic era austero: un mapa del territorio, estantes llenos de libros ancestrales y una pesada mesa de roble repleta de documentos de la manada. Había una pila de informes matutinos y solicitudes de los Betas que no podían esperar.

Se sentó, encendió la lámpara de aceite a pesar de la luz de la mañana, y comenzó a revisar los informes. La seguridad en las fronteras, la planificación de la caza de invierno, una disputa territorial menor con una manada vecina... todo era rutina.

Pero a mitad de la pila, encontró un sobre sellado con el emblema de la Tríada Eterna—el Consejo Mayor de todos los clanes licántropos de la región. Era inusual; estos mensajes solo se enviaban por asuntos de extrema gravedad.

Dominic rasgó el sello y desdobló la carta.
A medida que leía, la sangre se heló en sus venas, y toda la paz de la mañana se desvaneció, reemplazada por una ira glacial y un terror primitivo.

El texto era conciso, formal y devastador:
> Informe de Seguridad Prioritario a los Alfas Regionales. Se confirma la brecha en el Santuario de Calisto, sector norte. El sujeto ha evadido la contención.

> Identificación del sujeto: Alpha Feral Caelus, Linaje Ancestral. Sin Mate. Sin control. Peligro máximo.

> Advertencia: Caelus tiene más de mil años y está en un estado de locura permanente debido a la privación del vínculo de Mate. Su instinto Alfa Feral lo llevará a buscar un territorio dominante y, potencialmente, a una Luna. Se ruega máxima discreción para evitar el pánico entre las manadas y las comunidades humanas. Su prioridad es la protección.
>

Dominic arrugó la carta en su puño. El papel quedó atrapado en el agarre de su mano, la textura cediendo bajo su fuerza inhumana.

Caelus. El nombre resonó con siglos de advertencias. Los Alfas sin Mate que vivían demasiado tiempo caían en un estado de locura conocida como La Furia de la Eternidad. Se volvían depredadores absolutos, impulsados solo por el instinto territorial y la desesperada necesidad de una Luna, de cualquier Luna, para estabilizar su mente rota. Y Caelus era uno de los más antiguos y poderosos que habían existido.

El Conflicto y la Decisión
La amenaza era la más grande que su manada había enfrentado en los últimos tres siglos. Y llegaba justo después de haber sellado el lazo. La ironía era cruel.

Dominic se levantó, su mente Alpha ya en modo de combate total.
Debe saberlo. Ella es mi Luna, debe estar informada. El pensamiento honesto luchó por un instante.
No. Acaba de cruzar el umbral. Acaba de aceptar ser la compañera de un licántropo. Si ahora le digo que un Alfa demente de mil años la buscará porque tiene mi Marca, huirá. Y si huye, morirá.

La decisión fue rápida y dolorosa. La protección de Arianna era la prioridad absoluta, incluso por encima de la honestidad que le había prometido. La seguridad de la manada dependía de su Luna, y su Luna dependía de su tranquilidad. Ocultaría la información hasta que pudiera idear un plan de contención.
Dominic se acercó a la ventana, sus ojos verdes fijos en el bosque, que de repente ya no se sentía como un hogar, sino como una jaula vulnerable.

Cerró los ojos. Arianna seguía durmiendo profundamente, el lazo recién sellado dándole el descanso que necesitaba. Tenía que contactar a Kael de inmediato, pero sin hacer ruido físico.

Dominic forzó el link mental de la manada, contactando directamente a su Beta.

—Kael. ¿Me copias?—
La respuesta de Kael fue instantánea, una oleada de respeto y alarma. —Alfa. Estamos en alerta por el lazo. ¿Necesita algo?—

—Máxima urgencia. Silencio absoluto. Convoca al Consejo. Uriel, Tyrus y tú. Medianoche. La Caverna del Consejo. Prepara el mapa de fronteras. Y Kael—

Dominic hizo una pausa, su voz mental cargada de una amenaza fría.

—Esto se queda entre nosotros cuatro. Nadie, absolutamente nadie, debe saber sobre este asunto. Especialmente Arianna. ¿Entendido?—
—Entendido, Alfa. Medianoche en la Caverna. Secreto absoluto. Que la Luna nos guíe—

Dominic rompió el link. La carta del Consejo Mayor fue reducida a cenizas en la chimenea, sin dejar rastro.

Regresó a la cocina. El café estaba listo y el sol ya calentaba la cabaña. Se sirvió una taza, tomó una respiración profunda para calmar el latido del corazón del lobo, y forzó una sonrisa. Su Luna estaba a punto de despertar a su nueva vida. Él se aseguraría de que esa vida no fuera tocada por la locura de los mil años. Tenía cuatro días antes de la próxima luna llena, y el juego había comenzado.




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