PV: Arianna
Los días se deslizaron en el bosque como ríos de niebla, marcados por el olor a pino, el entrenamiento con Dominic y, sobre todo, por la constante inmersión en la vida de la Manada. Arianna se dio cuenta de que el vínculo de Mate no era solo una conexión romántica; era una puerta de acceso instantánea. Gracias a Dominic, el miedo de los lobos hacia su presencia se disipaba rápidamente, y la natural desconfianza se reemplazaba por el respeto.
Su relación más profunda, y la más inesperada, se dio con el círculo de Matronas y Sanadoras de la manada. Después de su presentación formal, Arianna comenzó a pasar sus mañanas en la cabaña de Elara, un edificio acogedor que olía a tierra húmeda, lavanda y mil hierbas desconocidas.
Al principio, Arianna se sintió patosa. Ella era una mujer de ciudad, experta en bases de datos y café latte, no en decocciones de corteza de sauce y emplastos de musgo.
"Tu don no es la velocidad ni la fuerza," le explicó Elara un día, mientras Arianna torpemente intentaba moler hojas secas en un mortero de piedra. "Tu don es el anclaje. El Alfa nos trae la caza; la Luna nos trae la calma. Pero debes conocer la vida que curas."
Las matronas, mujeres fuertes que habían visto nacer y morir a generaciones de lobos, la aceptaron sin reservas. No la veían como la "Luna Humana" o la debilidad del Alfa; la veían como la pieza que faltaba.
Arianna aprendió a diferenciar el bálsamo de fresno para las heridas leves del veneno del acebo que servía para purgas. Aprendió a leer el lenguaje de las flores silvestres que crecían solo bajo la protección del territorio. Las mujeres le contaron historias, no de guerra ni de caza, sino de las lunas de parto, de las enfermedades de la infancia y de los rituales de luto.
Una de las matronas, Lena, le enseñó un ritual para fortalecer el vínculo de Mate, que consistía en mezclar miel silvestre y hojas de roble. Arianna sintió una oleada de orgullo y pertenencia. Era la fuerza femenina, la sabiduría tranquila y la resistencia que mantenía unida a la Manada más allá de la fuerza bruta de los guerreros.
La Integración Femenina
Un mediodía, mientras ayudaba a Elara a preparar aceites para masajes curativos, Arianna se sintió lo suficientemente cómoda como para preguntar algo que le picaba la curiosidad.
"Elara," preguntó Arianna, moliendo raíces de valeriana. "¿Por qué me aceptan tan rápido? Vengo de fuera, soy... diferente."
Elara, con sus ojos sabios y arrugados, sonrió sin dejar de tejer una canasta de paja. "Nuestra aceptación no es por la facilidad, Pequeña Flama. Es por la necesidad. El Alfa Dominic ha cargado el peso de su linaje por quinientos años sin el equilibrio. Su lobo estaba envejeciendo en soledad, su fuerza era incontrolable. Había demasiada sombra en él."
La anciana se detuvo y miró a Arianna directamente. "Tú eres la luz. Eres su ancla. Desde que llegaste, sentimos el link estabilizarse. Tu aroma, humano y vibrante, es ahora el aroma de la cabaña del Alfa. El lobo de Dominic te eligió porque eres la única que puede contener su poder. Nosotras, las matronas, vemos la estabilidad, y por eso te amamos."
Las palabras de Elara conmovieron a Arianna hasta las lágrimas. Ya no era solo el amor de Dominic lo que la retenía, sino la aceptación incondicional de una comunidad ancestral que dependía de ella para la salud y la paz.
El Vínculo y la Tensión Oculta
A medida que Arianna se integraba, la sensibilidad de su vínculo con Dominic creció. Podía sentir su presencia aun cuando él estaba lejos, atendiendo sus "asuntos de papeleo" con Kael y el Consejo (que siempre tenían lugar después del anochecer).
Sin embargo, en las últimas noches, una sutil fisura en la calma de Dominic había comenzado a molestarla. Él estaba más tenso, más alerta. Sus ojos, aunque aún llenos de amor por ella, llevaban una preocupación que no compartía. Había una frialdad en la forma en que patrullaba las ventanas de la cabaña antes de acostarse.
Una noche, Arianna se despertó para encontrar a Dominic sentado en el suelo junto a la chimenea, despierto y vestido, con la mirada perdida en las sombras.
"¿Dominic? ¿Qué pasa?" preguntó Arianna, con la voz soñolienta.
Él se giró de inmediato, y la sonrisa regresó a su rostro con una velocidad alarmante, como una máscara bien ensayada.
"Nada, mi Luna. Los deberes del Alfa me tienen la mente ocupada. Estoy planeando los despliegues de invierno, es todo," mintió, acercándose para besarla.
Arianna sintió la familiar oleada de calidez y seguridad que emanaba de su Mate, pero justo debajo de esa superficie, notó una capa helada de alerta. Ella, ahora parte de la Manada, percibía la sombra de su Alfa, aunque él se negaba a nombrarla.
Ella decidió no presionarlo. Por ahora, su papel era ser el ancla. Se acurrucó contra su pecho, dejando que el aroma de las hierbas sanadoras de Elara se mezclara con el olor a bosque de Dominic.
"Entonces, descansa en mí," susurró Arianna, su mano subió hasta la Marca en su cuello, sintiendo la cicatriz del lazo. "Cualquiera que sea la tormenta, la enfrentaremos. Pero por ahora, descansa. La Manada necesita a su Alfa descansado."
Dominic la abrazó, su rostro enterrado en su cabello. "Eres mi fuerza, Arianna," susurró con gratitud.
Arianna cerró los ojos, reconociendo el patrón. Dominic estaba a punto de enfrentar una amenaza, y por su seguridad, la mantendría en la ignorancia. Ella se integraría, aprendería y esperaría. Pero en el silencio de su corazón de Luna, prometió que tan pronto como tuviera las herramientas, buscaría la verdad que su Alfa le estaba ocultando.