PV: Caelus, El Alfa Feral
La noche era su manto, la furia su motor. Caelus se movía como una sombra a través de la densa capa de abetos y robles, cada zancada cubriendo distancias increíbles. Ya no usaba la forma lobuna; su forma humana, magnificada a proporciones titánicas y marcada por cicatrices de siglos de cautiverio y soledad, era más eficiente para el desplazamiento. La locura le había quitado el miedo, dejando solo la necesidad.
Tres meses. El Consejo Mayor mentía. Su instinto, la brújula ancestral que no podía ser silenciada, le gritaba que el territorio del Alfa Joven estaba a menos de dos semanas.
La Furia de la Eternidad no era solo una falta de control; era una agonía constante. Cada fibra de su ser gritaba por un lazo de Mate que nunca llegó, y la ausencia de ese ancla había permitido que el poder de su linaje de mil años lo devorara. El Santuario de Calisto, el lugar donde lo habían encadenado para evitar que su locura consumiera el mundo, ahora era solo un recuerdo distante y amargo.
El Odio del Vínculo
Durante semanas, solo había percibido la cercanía del Alfa rival, el DankWolf. Pero en los últimos días, un aroma insoportable se había infiltrado en la neblina de su locura, un perfume tan exquisito y tan cruel que lo hacía aullar internamente.
El olor inicial era del Mate. Fuego y vainilla. El olor de la posesión, de la felicidad que se le había negado. Caelus había olido ese lazo sellado y se había movido más rápido, impulsado por el deseo de destruirlo.
Pero ahora, esa fragancia se había transformado. Bajo el fuego de la Luna, su olfato feral detectó una nota dulce, sutil, pero de una potencia biológica incuestionable. Era el olor a Legado.
El cachorro. La semilla.
—¡No!— El aullido silencioso de Caelus resonó en su propia mente fracturada.
El joven Alfa no solo había encontrado un ancla para su lobo; ¡había concebido un heredero en menos de un ciclo! El universo se estaba burlando de la eternidad vacía de Caelus. Él había esperado siglos, con el vientre estéril de la soledad, y el recién llegado lo tenía todo.
La rabia se triplicó. No bastaba con matar al Alfa Joven y reclamar el territorio; ahora debía destruir la raíz de su estabilidad. Destruir al cachorro en el vientre del Mate.
Caelus percibió la presencia de Dominic en el Link compartido. El joven Alfa era poderoso, con la fuerza bruta de una línea fuerte, pero lo que más irritaba a Caelus era su equilibrio.
Dominic estaba anclado. Su mente ya no era solo la de un Alfa poderoso, sino la de un Alfa sano, sostenido por la calma proyectada de su Luna. La estabilidad era una burla ofensiva para la furia de Caelus.
«Es un cachorro. Un cachorro a la hora de la cena, sin experiencia en la verdadera furia,» pensó Caelus con un desprecio milenario. «Su Mate lo hará débil, lo hará dócil. Ella es la debilidad que usaré.»
Pero el instinto antiguo de Caelus, la pequeña parte de su mente que recordaba las leyes ancestrales, le advertía: No subestimes el poder de un Mate. Un Alfa completo es el doble de peligroso.
Mientras avanzaba, Caelus sintió un cambio en el aire. La energía de la manada se había concentrado, no en las fronteras, sino en el corazón. Los lobos no huían. Estaban listos. Habían movido a sus guerreros hacia un único punto de poder.
Y Caelus lo olió. El olor a tierra húmeda, a sacrificios rituales, a poder lunar, todo mezclado con la dulce fragancia del Mate y el Heredero.
El Círculo de Juramentos.
«Me están esperando en el lugar más sagrado. Me están desafiando con su unidad. Me están mostrando lo que un Alfa completo puede proteger,» pensó Caelus, y una risa ronca y quebrada escapó de su garganta.
La locura se hizo más aguda. La ofensa era demasiado grande. Usar la bendición de la Luna contra el que había vivido bajo su luz durante un milenio era un acto de guerra que solo podía ser respondido con una aniquilación total.
«Acepto tu desafío, cachorro. Tu Luna será mi primera cena, y su cachorro será la prueba de que un Mate es solo una debilidad, una cadena que los Alfas verdaderos rompen.»
Caelus aumentó su velocidad. El miedo de la Manada era un sabor dulce en el viento, pero el sabor más potente era el del desafío.
La tregua de cuatro meses era inútil. El tiempo era una ilusión para un Alfa milenario, y su instinto era más preciso que cualquier cálculo. La Manada Luna Creciente estaba a solo unos días de marcha. Y su destino se decidiría en el Círculo de Juramentos.
El Alfa Feral aulló hacia la luna, un sonido que solo él y, a través del vínculo, Dominic pudieron percibir: una promesa de destrucción y reclamación.