El Último Vínculo: La Luna de Oakhaven

Capítulo Treinta y Cuatro: Las Secuelas, la Paz, y el Legado

PV: Alternante

El aullido de victoria se extendió por todo Oakhaven, un sonido que era tanto de alivio como de júbilo. El combate en el Círculo de Juramentos había terminado.

Dominic se sentó junto a Arianna en la Piedra de la Luna, su cuerpo magullado y agotado, pero su alma rebosante de una paz que trascendía su victoria. Él la abrazó con una ternura infinita, sintiendo la suave pulsación de la vida dentro de su vientre.

"Has salvado a todos, Arianna," susurró Dominic, besando su frente. "Tu coraje es más grande que mi fuerza. La Manada te honrará por siempre."

Arianna estaba pálida por el esfuerzo de proyectar el link, pero su espíritu era inquebrantable. "Fue nuestra fuerza, Dominic. El poder de un Alfa anclado."

La Disposición del Feral
Mientras tanto, Kael y Uriel se acercaron al Alfa Feral, Caelus, que yacía inmóvil, derrotado pero no muerto. Su forma híbrida se había encogido, y el amarillo de sus ojos había disminuido a un brillo opaco de dolorosa conciencia.

"La Ley debe ser cumplida, Alfa," dijo Uriel, con solemnidad. "Un Alfa derrotado que ha amenazado a la Luna y al Legado debe ser juzgado."
Dominic se levantó, su figura dominante una vez más, a pesar de sus heridas. Caminó hacia Caelus, su paso firme.

"Caelus," dijo Dominic, su voz no era de ira, sino de autoridad. "Por tu ataque al territorio, por tu amenaza a la Luna, y por tu violación de la paz, la Ley de los Ancestros te condena a la reclusión de por vida. No te destruiré. Te someteré. Y serás testigo de lo que perdiste."

Dominic dio la orden a Kael, quien con la ayuda de varios guerreros, envolvió a Caelus en cadenas forjadas con runas de contención. El plan era devolverlo al Santuario de Calisto, pero no sin antes asegurarse de que entendiera la magnitud de su derrota.

Antes de que se lo llevaran, Caelus levantó la mirada hacia Arianna, la Luna. Por un instante, el odio en sus ojos se mezcló con una fugaz sombra de comprensión.

"La Luna... ha ganado," susurró Caelus, una última muestra de la conciencia que su locura le había robado. "El Legado... siempre prevalece."

Con eso, el Alfa Feral fue llevado lejos, su amenaza silenciada por la ley y la unidad.

Dominic no permitió que Arianna caminara. La cargó en sus brazos y la llevó de regreso a la cabaña, con Kael y Uriel escoltándolos, la Manada aullando su respeto y adoración.

Una vez de vuelta, Elara ya esperaba. Ella examinó a Arianna, sonriendo. "El bebé está bien, Luna. Es fuerte. La energía del ritual lo protegió. Ahora, el único requisito es el descanso."

Dominic despidió a todos y se dedicó a Arianna. Limpió sus heridas, la vistió con ropas suaves, y se acostaron, acurrucados junto al fuego. La cabaña, que había sido un centro de tensión y miedo, ahora era un santuario de paz.

"Te amo, Arianna," le dijo Dominic, besando su cabello. "Eres la razón de mi existencia y la fuerza de mi manada."

"Y tú eres mi eternidad, Dominic," respondió Arianna, acurrucándose más cerca.

Cuatro Meses Después:

La Paz y la Promesa
Los meses que siguieron fueron de una inmensa felicidad y preparación. La amenaza había desaparecido, y la Manada Luna Creciente estaba más unida que nunca, orgullosa de su Luna y su inminente Legado.

Arianna se convirtió por completo en la Matrona y consejera de la Manada, usando su intelecto para organizar los recursos y las leyes, aplicando una lógica moderna a los códigos ancestrales. Dominic, anclado y completo, gobernaba con una serenidad que nunca había conocido.

La cabaña se transformó para la llegada del bebé. Dominic, con manos sorprendentemente diestras, terminó la cuna de mimbre. Arianna, ahora con un vientre grande y redondo, reía ante el orgullo de su Alfa.

En la primavera, con el bosque floreciendo y la Manada en una calma absoluta, Arianna dio a luz. El parto fue asistido por Elara y Uriel. Dominic estuvo presente, su terror inicial de que algo saliera mal se transformó en una adoración silenciosa.

Nació un varón. Un bebé fuerte y sano. Su primera respiración fue un aullido pequeño y poderoso, y sus ojos se abrieron para revelar un tono azul profundo, el color de la Luna en el zenit, que pronto se convertiría en el verde característico de su padre.

Dominic tomó a su hijo en sus brazos, su rostro lleno de lágrimas que no había derramado en siglos.
"Nuestro hijo," susurró Dominic a Arianna. "Nuestro Legado."

"Nuestro Alfa," corrigió Arianna, sonriendo, agotada pero radiante.
El nombre elegido, siguiendo la tradición ancestral que honraba la batalla de sus padres, fue Lucien.

La vida en Oakhaven continuó. El miedo a Caelus se desvaneció en una leyenda. El Alfa Dominic DankWolf tenía a su Luna, Arianna, y a su Legado, Lucien. El final de la espera de quinientos años no era solo el amor; era la creación de un futuro eterno.




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