PV: Dominic
Diez años habían pasado desde el combate en el Círculo de Juramentos y el nacimiento de Lucien. Oakhaven ya no era solo un territorio; era un bastión de paz y prosperidad. La Manada Luna Creciente se había expandido, atrayendo a lobos de linajes más débiles que buscaban la estabilidad de un Alfa completamente anclado.
Dominic, con más de quinientos años, finalmente sentía que el tiempo se había detenido. Su cuerpo era tan fuerte como siempre, pero su alma estaba en reposo. El vínculo de Mate con Arianna no era una simple conexión, era la estructura de su existencia.
Estaba sentado en el porche de su cabaña al atardecer, tallando un pequeño juguete de madera para su hijo. El aire olía a tierra mojada, a pino y, de manera más dulce, al aroma inconfundible y reconfortante de su familia.
Arianna salió de la cabaña, con el cabello recogido en una trenza floja, el brillo en sus ojos celestes era el mismo que el día que se conocieron. Se sentó a su lado, recostándose en su hombro. A pesar de los diez años, el vínculo hacía que pareciera que el tiempo apenas la había tocado, un efecto secundario menor de compartir la longevidad de un Alfa.
"Kael dice que Lucien y los otros cachorros están a punto de volver de la práctica de rastreo," dijo Arianna, su voz era suave. "El chico es demasiado rápido. Su lobo es impaciente, como su padre."
Dominic sonrió, dejando la talla. "Él tiene tu fuego, mi Luna. Y mi longevidad. Tenemos que enseñarle la paciencia de los siglos."
"Y yo le enseñaré el amor por los libros y la verdad," respondió Arianna, acariciando su barba.
La paz era tan palpable, que a veces Dominic sentía la necesidad de pellizcarse. Recordó los siglos de soledad, la agonía del celo sin Mate, el terror de Caelus. Todo era ahora un recuerdo lejano, un precio pagado por esta felicidad total.
El pequeño Lucien irrumpió en el claro, seguido por Kael, que lo miraba con una mezcla de exasperación y orgullo. Lucien, de diez años, ya mostraba la estatura y la fuerza de su linaje. Sus ojos verdes brillaban con energía salvaje.
"¡Padre! Kael dice que no puedo desafiar a los Betas mayores a una carrera. ¡Pero soy más rápido!" se quejó Lucien, trotando hasta el porche.
"La velocidad es un arma, hijo," dijo Dominic, atrayéndolo a su lado. "Pero la paciencia es el escudo. Si quieres la verdadera lección de la vida, no me mires a mí."
Dominic miró a Arianna con una profundidad de amor y respeto.
"Mira a tu madre. Ella vino de un mundo de velocidad, pero eligió la eternidad. Ella vio mi monstruo y eligió mi corazón. Ella vio la amenaza del Alfa Feral y usó la verdad para vencerlo. Ella no solo me dio un heredero; le dio un ancla a mi linaje."
Lucien se sentó en el suelo, mirando a sus padres. Había escuchado la historia de Caelus y la Piedra de la Luna innumerables veces, pero siempre con una nueva capa de significado.
"Ella es la razón por la que la Manada Luna Creciente es la más fuerte, Lucien," continuó Dominic. "Porque nuestro poder no viene de la fuerza, sino del vínculo. Y esa es la lección que tendrás que enseñar a tus hijos. Un Alfa no es nada sin su Luna."
El Final de la Búsqueda
Esa noche, cuando Lucien dormía, Arianna y Dominic estaban de vuelta en su cama, envueltos en las pieles y el calor.
"Gracias por la paz, Dominic," susurró Arianna, su cabeza descansando sobre su pecho.
"Gracias por la eternidad, mi Luna," respondió Dominic. "Yo pasé quinientos años buscando una compañera para poner fin a mi soledad. Y en su lugar, encontré mi hogar, mi corazón y el futuro que nunca creí merecer."
Dominic la abrazó, su labio rozó la Marca en su cuello, un gesto que se había convertido en un ritual. El vínculo era un río de calma que fluía entre ellos.
El aullido del lobo de Dominic fue un susurro silencioso en la mente de Arianna: "Completo."
La vida del Alfa Dominic DankWolf había encontrado su culminación. El final de la leyenda no era la batalla, sino la paz que se construyó después.
—FIN—