El océano Pacífico estaba extrañamente quieto.
Demasiado quieto.
El destructor japonés JS Kongō cortaba el agua con precisión impecable. En el puente de mando, el capitán Hiroshi Takeda observaba el radar con el ceño fruncido.
—Esto no me gusta —murmuró, ajustándose los lentes—. El mar no se queda así sin motivo.
A su lado, la teniente Aya Morimoto, oficial de navegación, revisaba los instrumentos una y otra vez.
—Capitán, no hay tormenta, no hay fallas electromagnéticas… pero el radar muestra una anomalía justo al frente.
Takeda levantó la vista.
—¿Anomalía de qué tipo?
—No puedo clasificarla —respondió ella—. Es como… un vacío. Pero al mismo tiempo emite energía.
Antes de que pudiera decir algo más, una alarma corta y grave resonó en el puente.
—¡Capitán! —gritó el suboficial Kenji Sato, encargado de sensores—. ¡La lectura está aumentando de forma exponencial!
A unos kilómetros de distancia, navegando en formación paralela, la flota mexicana avanzaba con cautela.
La fragata ARM Independencia lideraba el grupo. En su puente, el capitán Alejandro Vargas sostenía una taza de café que ya se había enfriado.
—Dime que no soy el único que siente que algo anda mal —dijo.
La teniente Sofía Ramírez, oficial táctica, levantó la mirada de su consola.
—No, mi capitán. El mar está… raro. Y los sistemas están captando algo que no debería estar ahí.
—¿Contacto enemigo?
—Negativo. No es nada conocido.
El sargento Miguel Torres, operador de comunicaciones, giró en su asiento.
—Capitán, los japoneses están solicitando enlace directo. Dicen que detectaron lo mismo.
Vargas dejó la taza.
—Conéctalos. Ahora.
Las pantallas se encendieron y el rostro serio de Hiroshi Takeda apareció frente a Vargas.
—Capitán Vargas —saludó Takeda con formalidad—. Nuestros sensores coinciden. Algo está ocurriendo justo entre nuestras flotas.
—Coincido —respondió Vargas—. ¿Retirada?
Takeda negó lentamente.
—Si nos retiramos sin entender qué es, podría seguirnos. Prefiero observar… con cautela.
Antes de que cualquiera pudiera responder, el cielo cambió.
No fue una nube. No fue una tormenta.
El horizonte se abrió.
El mar frente a ambas flotas comenzó a girar, como si alguien estuviera retorciendo la realidad misma. Un enorme anillo de luz azul y dorada emergió del agua, elevándose como una puerta imposible.
—…Dios mío —susurró Sofía Ramírez.
—Eso no es tecnología humana —dijo Kenji Sato, con la voz tensa.
El anillo absorvía la luz, el sonido, incluso el viento. Las olas comenzaron a arrastrar a los barcos hacia él.
—¡Máquinas a máxima potencia! —ordenó Vargas—. ¡Intenten alejarnos!
—¡No responde! —gritó un ingeniero—. ¡Los motores están siendo jalados!
En el Kongō, Aya Morimoto se aferró a la consola.
—¡Capitán Takeda, estamos perdiendo control de timón!
Takeda apretó los dientes.
—Mantengan la formación. ¡No entren en pánico!
Pero el mar no escuchaba órdenes.
Uno a uno, los barcos japoneses y mexicanos fueron tragados por la luz.
El cruce fue silencioso.
No hubo explosión. No hubo impacto.
Solo… caída.
El JS Kongō emergió primero.
El cielo ya no era azul.
Era violeta, atravesado por nubes lentas y gigantescas. Dos lunas colgaban en el firmamento. El mar tenía un tono esmeralda imposible.
—Reporte inmediato —ordenó Takeda, con la voz firme aunque sus ojos reflejaban incredulidad.
—Casco intacto. —Motores funcionales. —No hay bajas.
En la distancia, la ARM Independencia apareció también, seguida por el resto de ambas flotas.
—Takeda —la voz de Vargas llegó por radio—… dime que tú también estás viendo esto.
Takeda exhaló lentamente.
—Sí. Y no estamos en la Tierra.
Antes de que pudieran analizar más, un grito resonó desde el puesto de observación del Kongō.
—¡Contacto visual al este!
Todos giraron.
Desde el horizonte emergían barcos que no pertenecían a ningún siglo conocido. Velas negras, cascos de madera reforzada con metal, y en la proa… criaturas humanoides armadas con lanzas y estandartes.
—Eso —dijo Sofía Ramírez, con la mano temblando sobre su consola—… definitivamente no es un ejercicio.
Takeda enderezó la espalda.
—Todas las unidades, mantengan posición defensiva. Nadie dispara sin orden.
Vargas sonrió con tensión.
—Bueno, capitán Takeda… parece que acabamos de declarar presencia en otro mundo.
Takeda miró las lunas gemelas.
—Entonces será mejor que dejemos una buena primera impresión.
El viento cambió de dirección.
Y la historia acababa de comenzar.