-Alejandro, despierta.
-¿Qué pasa, mamá?
-Tienes que ir al mercadillo y echar una mano a tu padre.
-¿Sí, no?
-Pues sí, y lávate bien la boca que aún hueles a alcohol.
Cojo el móvil y miro la hora: las cinco de la mañana.
-¿A qué hora volviste anoche? - me preguntó mi madre con su voz de interrogatorio de la DEA.
-Pues, prontico.
-...
-A las dos.
-Pues chico, tienes que ir igualmente.
-Y voy, siempre cumplo con mis deberes.
-Muy bien.
Salí después de media hora con mi padre que me estaba esperando fuera de casa.
Teníamos el puesto en el mercadillo a unos treinta kilómetros de Valencia y teníamos que llegar pronto, ya que a las ocho ya había gente mirando los puestos.
Hasta las diez no hubo mucha faena y yo me estaba cayendo por el sueño, aunque ya había tomado dos cafés.
-Ten, te está sonando el móvil - me dijo mi padre.
“Número desconocido, a saber quien es”, pensé.
-Buenas
-Buenos días, ¿hablo con Alejandro Fernández Morreo?
-Sí, soy yo.
-Le llamo de la empresa de seguridad, nos dejaste el curriculum ayer y nos interesa tu perfil. ¿Podrías pasarte ahora por una entrevista?
-Ehm, cierto, ¿dónde?
-En el barrio de Alfafar, no sé si lo conoces, en la zona de los polígonos.
-Claro, cierto, voy ya. Muchas gracias.
-Hasta ahora- colgó.
-¿Qué pasó?- me preguntó mi padre.
-Me han llamado de una empresa, tengo una entrevista ya.
-¿Dónde, hijo?
-Aquí en Alfafar, zona polígonos.
-Genial, vete.
-¿En serio?
-Claro, no te dejaré perder esta oportunidad, así que vas corriendo.
-Claro, voy, muchas gracias.
-Luego vuelves y me cuentas.
Ya estaba escuchando a mi padre de lejos porque fui corriendo hacia la sede central de la empresa.
“Mierda, voy en chándal” pensé, mientras estaba entrando en el gran edificio.
-Buenos días.
-Soy Alejandro Fernández Morreo.
-Sí claro, pasa.
-Muchas gracias.
La sala de espera, en este caso, era mucho menos lujosa, pero inspiraba confianza y profesionalidad, tenía un estilo moderno, muy elegante, juntando colores oscuros, como blanco, negro y gris.
-Adelante Alejandro- me dijo un señor saliendo de una habitación.
-Gracias - entré.
Se sentó y me dio la mano con una amplia sonrisa.
“Ya me gusta”, pensé.
-Ante de todo quería pedirle perdón, no es la ropa adecuada para una entrevista de empleo, pero estaba ayudando a mis padres en su trabajo.
-¿De qué trabaja?
“Mierda”.
-Pues, en el mercadillo. Somos gitanos.
-Ah, muy bien, me parece genial que los ayudes- comentó sonriendo.
“¿Espera qué?”
-Leí tu currículum y me gustó mucho.
-Me alegro, de verdad - le dije sonriendo.
-¿Es tu primera experiencia laboral como vigilante?
-Sí, llevo ya días llevando curriculums y tuve una entrevista.
-¿Y, cómo fue?
-No muy bien. No le gustó mi descendencia.
-¿Cómo?
-Soy gitano y aún hay ciertas personas que no aceptan que puedo ocupar una buena posición laboral.
-Pues, a mí me pareces una buena persona, trabajador y con un buen currículum, así que para mí, si lo aceptas, estás bienvenido en la empresa.
-¿En serio?
-Sí.
-Para mí es un honor, claramente.
-Perfecto, espera que te haga una copia impresa del contrato y te digo tus turnos y lugares.
-Genial.
Esperé unos minutos antes de la firma y cuando me dio el bolígrafo estaba nervioso: mi primer trabajo en una empresa tan grande y primer empleo como vigilante.
Me dio un papel con los turnos y el lugar: tenía que vigilar unos chalets de lujo a las afueras de Valencia.
Me parecía todo tan perfecto, estaba yendo según mis planes, por fin.
-Bienvenido en la empresa - me dijo Carlos, así se llamaba, cuando le saludé al salir de su despacho.
-Muchas gracias - le dije sonriendo.
Salí y lo primero que hice fue escribir en el grupo de los amigos: soy un gitano, un vigilante gitano que mañana empieza a currar en una empresa privada de seguridad.