Cambió todo el 14 de marzo de 2020, cuando el famoso coronavirus llegó a nuestra provincia y todo se puso en pausa. Mis padres desde el primer momento empezaron a preocuparse a nivel económico, ya tenían que olvidarse de ir a los mercadillos todos los días, mi hermana, después de su divorcio, pasó unos días con nosotros y decidió pasar la pandemia en familia; mi hermano pensó que ya no era el caso de buscar un nuevo instituto y juntos a mis padres decidieron darle el año sabático. Lo único que podía seguir su vida laboral era yo: la empresa de vigilancia seguía ofreciendo sus servicios, pero siguiendo las normativas vigentes sobre el Covid-19.
Ir al trabajo, en aquel periodo, era un lujo, salir de la rutina familiar, desconectar de un ambiente tan fuerte y lleno de personas, poder ir a trabajar, solo, diez horas diarias era un premio y los días de descansos eran los peores. Había días en los cuales mi padre y mi hermano pasaban la mañana en el supermercado, mi madre y mi hermana cerradas todo el día probando recetas y yo, cuando no trabajaba, solía hacer un poco de ejercicios en casa, estar en llamada con mis amigos, ver la televisión y poco más.
La pandemia para todo el mundo fue el peor periodo del siglo, pero para mí y para Antón significaba estar más libres.
-Hoy estuve hablando con Adonay y Ezequiel, tienen muchos exámenes - me comentó Antón sentándose a mi lado en el sofá.
-Y tú no.
-Exacto - dijo sonriendo. -No está mal esto - añadió.
-¿El qué?
-Poder sentirme libre así.
-Ya es una sensación maravillosa.
-Mamá no te dice nada, ¿no?
-Imposible; iglesias, oratorios, todo cerrado, no hay gitana que pueda conocer en estas condiciones, solo puedo ir a trabajar, disfrutar de unas horas de tranquilidad allí y volver a casa con vosotros.
-¿Te gusta?
-Lo adoro - confesé.
-Oye, cuándo acabará todo esto, si es que pasará, podríamos hablar con mamá.
-¿De lo que pienso yo?
-Sí.
-Antón, hasta septiembre a ti te dejará en paz y a mí, no sé, igual por todo el verano y luego ya volverá a pensar en que tengo que casarme y estas cosas.
-Ya veremos cómo hacerlo. - sonrió.
-¿Por qué esa sonrisa?
-En nada es tu cumpleaños y yo no tengo que pensar en que comprarte porque no hay sitios abiertos - dijo riendo.
-Siempre hay Amazon, tonto - le avisé.
-Sin tarjeta, ¿Cómo lo hago? - se levantó, mientras aún seguía riéndose.
Mi móvil sonó y ya era la hora de los ejercicios en grupo: yo, Christopher, Albe y Fabi teníamos tres veces a la semana entrenamiento juntos por videollamada, así que me fui a mi habitación y cerré la puerta.
-Hola chicos - dije.
-Hola a todos - saludó Chris.
-¿Qué tal vais? - preguntó Albe, mientras estaba comiendo un bocadillo de tortilla de patatas.
-Albe, es hora de entrenar, no de comer - comentó Fabi.
-Yo hoy hago el coach, dejadme - afirmó.
-Por aquí bien, hoy tengo descanso, pero mañana ya regreso- conté.
-¿Y cómo es trabajar durante esta pandemia?
-Parece estar en una película post-apocalíptica, no hay ruidos, ni personas, nada, las carreteras están prácticamente vacías, parece que el tiempo se puso en pausa - expliqué.
-No sé si te envidio o no - dijo Chris.
-Yo sí que echo de menos salir - comentó Fabi.
-Normal, porque en tu casa casi ni dormías - afirmó Albe.
-Bueno, sí, podríamos decir que es así.
-¿Y sin ligar cómo lo haces? - le pregunté a Don Juan, así le llamábamos a Fabi.
-Sex chatting, chicos, sex chatting - contestó.
-No sé porque, pero me lo imaginaba - afirmó Chris.
-¡Qué guarro eres! - exclamó Sara, la mujer de Albe.
-Joder, ¿Sara está ahí contigo, Albe?
-Hombre, todos estamos confinados y la casa no es tan grande.
-Podías avisar.
-¿No era obvio?
Todos nos reímos y enseguida empezamos con los ejercicios; solíamos entrenar un poco todo el cuerpo con ejercicios al suelo muy básicos, en poco menos de una hora ya habíamos acabado.
“Toc toc”.
-¿Sí?
-Ale, la comida ya está lista - me avisó mi hermana.
-Me voy chicos, hasta pronto - saludé y fui al comedor.
Mi hermana y mi madre habían preparado un pollo al horno con patatas, del olor parecía riquísimo. Mi padre empezó dividiendo en partes el pollo y daba a cada uno su trozo.
En la mesa veíamos las noticias, las comentábamos y también intentábamos reírnos contando historias y chistes; no había presión, ni estrés y ninguna forma de enfado, por fin era todo perfecto.