-Hola Pingu - me dijo mi hermano entrando en la habitación, mientras me estaba poniendo la corbata negra.
-Oye que tú también tienes que ponerte la camisa blanca - afirmé.
-Bueno, pero la corbata y la chaqueta negra paso.
-No hay chaqueta, solo me puse esta corbata, queda bien con los puntos negros de la camisa.
-¡Pingu! - exclamó.
-¿Me pongo el uniforme del trabajo?
-Te queda mejor.
-Yo también empezaré a ser tan amable contigo, Antón.
-De todas formas no entiendo por qué un puto domingo tenemos que madrugar para ir a misa, a primera hora, ¿el párroco no puede darla más tarde? - preguntó enfurecido mi hermano.
-A primera hora hay más gitanas - comentó mi hermana entrando en la habitación.
-¿O sea que tengo que madrugar para que mi hermano encuentre una gitana que le guste a mamá?
-Algo parecido - contestó ella. -Te queda bien este traje, Ale - añadió, mientras salía del dormitorio.
Agradecí. -¿Visto? Hay gente que entiende de outfit - dije mirando a mi hermano.
-Yo no me acercaría a ti vestido así si fuera una git…, oh, es una buena táctica - afirmó.
-No hay ninguna táctica - expliqué.
-¿Qué excusa te inventas esta vez?
-Ninguna, Antón, ya no hay.
-No te puedes dar por vencido ya.
-...
-Ale.
-Déjalo, ya entenderás.
-Espero que no, espero que nunca te entenderé.
Antón sacó el móvil y sonrió, nunca le había visto aquella sonrisa.
-¿Ganamos la lotería?
-¿Qué?
-Esa sonrisa.
-No, un meme que me envió Ezequiel.
-A ver.
-Luego - afirmó poniendo el móvil en el bolsillo de los vaqueros negros.
“Yo nunca sonreí tanto por un meme”, pensé.
-Chicos, vamos, que vuestro padre está en el coche - gritó mi madre desde la entrada.
Ambos bajamos y fuimos hacia el auto.
Tras la pandemia era la primera vez que salimos todos juntos para ir a misa, era una tradición que durante el confinamiento se había perdido y a mis padres ir a la iglesia le hacía ilusión como a un niño le hacía ir a un parque de atracción, así que hacíamos el esfuerzo de parecer encantados, menos mi hermana, ella también adoraba ir a misa con la familia, no tenía que fingirlo.
-Jo, no me acordaba de que era tan larga - susurró Antón, mientras el párroco estaba diciendo la eucaristía.
-Calla.
-Es verdad, hay muchas gitanas - afirmó mi hermano, mirando a su alrededor. -Todas para ti, a saber cuál elige mamá- añadió.
Miré a la izquierda y derecha y me fijé en una chica con un vestido largo rojo y blanco, llevaba el pelo suelto y rizado.
-Esa de allí - confirmé.
-Apostamos veinte euros- dijo Antón.
-Voy a ganar - concluí.
La misa había acabado y mi madre se me acercó a mí.
-Mira, aquella chica de allí, parece maja, ve y preséntate, a ver si tienes suerte - me dijo.
Miré a mi hermano, me acerqué a su oreja y le susurré: -Luego me das los veinte euros.
-Jo... - comentó.
-Hola - saludé y la joven gitana se dio la vuelta.
-Hola- me dijo mirándome de la cabeza a los pies.
-Me llamo Alejandro, encantado.
-Yo soy Drina.
-Bonito nombre - dijo. “¿Qué más tendría que decir?”
Me pasó un papel escrito a mano. - A las nueve esta noche - me avisó.
-Claro, no faltaré.
-Hasta luego - me saludó y se fue.
Miré la hoja, era una dirección, supongo que de un local para cenar o tomar algo.
“No entiendo si ligué o qué pasó”, reflexioné.
-Entonces, ¿qué te ha dicho, hijo?
-Nada mamá, hemos quedado para cenar.
-Muy bien, me alegro Ale - afirmó mi padre, poniendo su mano en mi hombro.
-Buena excusa - me susurró Antón.
-No es una excusa, me dio una dirección y hemos quedado.
-¿Cómo te pareció?
-No hemos hablado, solo sé como se llama.
-Qué gitana más rara, ¿no?
-Un poco, ya veremos.
-Te esperaré despierto para escuchar cómo ha ido, de buen hermano - explicó Antón.
-Tú solo estás curioso de saber cómo saldrá la noche.
-Eso también.
Para la cita decidí ponerme una camisa verde y naranja con un par de vaqueros cortos, ya que hacía mucho calor también por la noche.
-¡Qué guapo, mi hermanito! - me abrazó mi hermana.
-Gracias.
-Va, que es tu ocasión perfecta, me parecía una buena chica, ya verás que es la mujer que tanto buscabas.
“¿Qué buscaba?”, pensé.
-¿Qué te pasa Ale?
-Nada, todo bien.
-¿Seguro?
-Claro, ahora ya bajo que si no llego tarde.
Adoraba a mi hermana, me habría gustado hablar con ella de todos los problemas, de mis sueños, de lo que no me habría gustado ser en la vida, pero era lo que nuestros padres más deseaban, por mi parte, pero no lo habría entendido, antes de ser mujer, era gitana.
-Oye, suerte, si no hay rollo, invéntate algo, no te esfuerces - me dijo mi hermano antes de salir de casa.
-Fuera fácil.
El local era diferente de los demás, no tenía terraza, ni había gente con copas en mano, entré y no había camareros, solo una chica en la recepción.
-Buenas noches, ¿tenía reserva?
-Yo no s… - no pude acabar la frase.
-Hola Drina - le saludó la chica, parecía que tenían bastante confianza.
-¿La de siempre, Drina?
-Claro.
-Aquí tienes - la joven gitana cogió la tarjeta y me miró.
-Vamos, sígueme.
Lo hice, no entendía qué estaba pasando, pero lo hice y quizás no habría tenido que hacerlo.
La famosa tarjeta abría una puerta, entré y observé la habitación: una cama doble con una mesita de noche al lado derecho, nada más.
-No es mucho, pero es lo que puedo pagar.