-Tu compañero de trabajo aún no te pagó las horas extras - sacó el tema mi madre, mientras cenábamos.
-Lo sé, mañana lo veré y se lo comentaré seriamente - dije enseguida.
-¿Cómo se llama?
-Mateo.
-Entiendo, entonces Mateo te necesitó mucho en este periodo. - afirmó mi madre.
-Sí. - “¿Qué está pasando?”, pensé, mirando a mi hermano, el cual, tampoco entendía del todo la situación.
-¿Nos has tomado por tontos? - gritó mi padre.
“Joder, ya no se lo creen”, reflexioné y empecé a pensar en como podía salir de aquella situación.
-Sofía es paya, ¿no? - me preguntó mi madre.
“¿Qué? ¿Cómo era posible que sabían hasta su nombre?”, me pregunté.
-Vimos tu móvil. - confesó mi padre.
-También visteis que nos queremos mucho, ¿no? - pregunté.
-Es paya - dijo mi madre.
-Haría de todo para mí- afirmé.
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Las payas no podrían entender nuestra cultura.
-Ella me quiere.
-Nos vamos a Andalucía, todos, en una semana, salimos. - afirmó mi madre. -Podrás saludar a tus amigos e ir dejando a esa paya. - añadió.
-¡Mamá! - exclamé. -Ella es increíble, nos gustamos, estamos viviendo algo bonito, ella me ama y yo también estoy sintiendo algo muy fuerte. - expliqué.
-En una semana nos vamos a Andalucía, conocerás a Josefa, la hija de una amiga y lo más seguro es que te casarás con ella - avisó mi madre.
-¡Mamá! Por favor, no me hagas dejar todo.
-Aquí te inventas demasiadas excusas, con Josefa no podrás - afirmó mi padre.
-Pierdo el trabajo, a mis amigos, a Sofía.
-Pierdes todo esto para encontrar tu futura esposa y madre de tus hijos, esto es lo más importante - me explicó mi madre.
-Oye, igual es un poco apresurado, ¿no? - avisó mi hermana, intentando defenderte.
-Tú tendrías que estar de acuerdo con nosotros, después de lo que pasó con el payo ese - afirmó mi madre.
-Por eso estoy diciendo que es un poco pronto para juzgar la situación, Ale no dice estupideces, si os cuenta que la chica le ama es porque es así.
-Sigue siendo paya. - comentó mi madre.
Yo no sabía qué más decir, habría tenido que luchar por mi amor y mi vida, pero estaba agotado de tanto agobio y estrés.
Me levanté de la mesa y subí hasta mi habitación, me tumbé, saqué el móvil y volví a leer los mensajes con Sofía, pronto empecé a ver la conversación borrosa por culpa de las lágrimas; quería pensar en que lo que tenía que hacer era más por dejar Sofía libre de tanto agobio y no porque no podía aguantar más el estrés de mis supuestos deberes de gitano.
-¿En serio no vas a hacer nada? - me preguntó mi hermano entrando.
-Antón, déjame.
-Oye.
-No quiero hablar, dime que soy cobarde, dime que soy un gilipollas, igual es así, pero estoy cansado de tanto agobio, yo no podré ser libre, ya lo he entendido, pero Sofía podrá encontrar otro hombre donde su familia le quiera como una hija.
-Pero ella te quiere a ti. - comentó mi hermana, mientras, junto a Antón, se acercaron a mi cama.
-Lo sé y le voy a romper el corazón, esperaré hasta los últimos días, le diré que estoy agobiado y necesito espacio, así ya me acostumbraré a estar sin ella y viceversa.
-Ella vivirá lo mismo que sentí yo, es feo, Ale, no, feo, es decir poco, pensará en que ella, como mujer, no tiene valor, intenta quedar bien con ella, si ves que llora, déjale hacer, es normal, que no se guarde nada y si te insultarás también, déjale hacer.
-Te lo merecería, incluso - confesó Antón.
-Ella no haría eso, pero sé que le haré daño, fui su primera historia y la primera persona a romperle el corazón.
Pensando en eso, no pude aguantar las lágrimas.
Mis hermanos se acercaron a mí y me abrazaron.
-Túmbate - me dijo mi hermana, empezando a acariciarme la cabeza.
-Piensa en que ella podrá encontrar algo diferente.
-Mejor - la corregí. - Ese es el único motivo bueno.
-Es un gran motivo - concluyó mi hermana.
No se fue hasta que me dormí con las mejillas mojadas y pensando en Sofía y su preciosa sonrisa.
-¿Dónde vas, Antón? - le pregunté, mirando el móvil, eran las cuatro de la mañana.
-Me voy a vivir a casa de Luisa.
-¿Qué dices?
-No grites, que despiertas a mamá y papá - me susurró.
-No puedes hacerlo, eres menor de edad.
-No me voy a Andalucía.
-Antón, escúchame, no lo hagas.
-No le digas donde he ido, por favor.
-No lo haría nunca, pero llamarán a la policía.
-No, porque dejaré una nota.
-¿Qué le has escrito?
-Que quiero vivir mi vida y no quiero irme a Andalucía.
-Antón.
Me miró y su cara estaba agobiada, reconocía aquella sensación.
-Vale, haz lo que piensas que es mejor para ti, pero mándame mensajes de vez en cuando, para saber que estás bien.
-Lo haré, te quiero Ale.
-Y yo - le saludé abrazándolo.
Intenté volver a dormir, pero era imposible, no conseguía conciliar el sueño, me puse a pensar en Sofía, mi hermano, mi familia; tenía la cabeza que me estaba explotando, igual, si hubiera conocido a la edad de Antón a Sofía también habría huido de casa, como hizo él o quizá no.
Lo que estaba convencido y que me ayudaba a tranquilizarme era que Sofía habría conocido alguien mejor que yo y, yo, gracias a ella, pude experimentar, una vez en la vida, el significado del amor.