-Nosotros vamos al mercadillo, recuerda hablar a Choomia, ya te quedan pocos días - me escribió mi madre.
“¡Qué buen despertar!”, pensé suspirando.
Cogí el móvil y cuando estaba a punto de escribir a mi supuesta prometida vi una llamada de Antón.
-¿Hola?
-Hola Ale.
-¿Qué tal estás?
-Bien, ¿mamá y papá están en casa?
-No, se han ido al mercadillo, volverán más tarde.
-Vale - colgó.
“¿Qué está pasando?”, reflexioné, pero todo me quedó claro cuando oí abrir la puerta.
-¡Antón! - exclamé bajando deprisa las escaleras.
-Ale- me saludó abrazándome fuerte.
-¡Qué bonito es verte! - dije emocionado.
-Te echaba de menos - confirmó. -Mira, ella es Luisa - nos presentamos.
-Venía para verte - avisó.
-Gracias, hermanito, me alegra saber que estáis bien.
-¿Y tú, qué?
-Ahora te cuento, pero sentaros, ¿queréis algo para beber?
-Si hay Coca-Cola, dos vasos - dijo Antón.
Fui a la cocina y cogí la bebida.
-Pues, yo, justo ahora iba a hablar a Choomia, para quedar.
-Joder, estás haciendo la colección de gitanas, ¿no?
-Ya, casi - contesté riendo. -Esta vez tiene que ser ella, sí o sí.
-Si no volveréis a Andalucía -dijo.
-Definitivamente.
-Jo, ¡qué asco! - exclamó.
-Ya, pero bueno.
-¿Y con Sofía?
-Todos me preguntan de ella, ya no está en mi vida, no puede estar.
-¿La echas de menos? - me preguntó.
-Todos los días.
-¿No hay esperanza? - me preguntó Luisa, que hasta ahora había escuchado silenciosamente.
-No, ya no hay, pero me alegro de que Antón haya podido salir de esto.
Su cara cambió cuando oímos el coche de nuestros padres aparcar justo enfrente de la casa.
-Rápido, subir a mi habitación - afirmé.
-¡Joder! -exclamó Antón.
Enseguida corrieron hacia arriba, mientras yo limpiaba los vasos y ordenaba la mesa.
-Hola, hijo - me saludó mi madre, mientras entraba.
-Hola, habéis llegado más pronto hoy.
-Empezó una tormenta impresionante, no podíamos quedarnos más - explicó mi padre.
-Entiendo.
-¿Aún en pijama vas? - me preguntó extrañada mi madre.
-Ya, subo a cambiarme - dije, mientras rápidamente llegué hasta la habitación y cerré la puerta con el pestillo.
Mi hermano y su novia, pero, no estaban en el dormitorio, vi las camas deshechas y la ventana abierta.
“No lo hicieron”, pensé, mientras me acercaba.
-Sí, lo hicieron- dije, viendo las sábanas atadas entre ellas con varios nudos.
Vi a Antón y Luisa detrás del árbol al lado de casa, me estaban saludando con las manos, mientras se alejaban.
“Locos enamorados”, reflexioné sonriendo.
-Casi hemos acabado- afirmó Carmen desde la caja.
-Hoy se hizo largo el turno - comenté.
-Ya, es normal, ya te conocerás el supermercado de memoria, por las tantas vueltas que diste.
-Así es, ahora daré otra vuelta - dije, mientras entraba en el pasillo de las bebidas, pronto oí el ruido de las puertas abrirse.
“¿En serio hay alguien que llega ahora a comprar?”, me pregunté molesto.
Escuché un ruido sordo y me di la vuelta, preocupado, la chica a la cual acababa de decir que teníamos que cerrar se resbaló y cayó.
-¿Todo bien? Dame la mano. - le dije.
Me miró y mi corazón se paró por unos segundo.
Era ella, los mismos ojos dulces, la misma sonrisa de la cual me había enamorado, el amor de mi vida, del cual intenté olvidarme por varios meses, estaba ahí, enfrente a mis ojos; mis latidos empezaron a acelerar, después de mucho tiempo me encontraba sereno, ella tenía el poder de hacerme sentir que todo habría ido bien.