Él único en mí vida 1

Capítulo VI. Cena

Llegue a mi habitación y me di cuenta que entre mis manos tenía el libro negro de los Markle, tenía mucha curiosidad de leerlo, lo confieso, pero mis ganas de dormir eran más fuertes asi que me quite todo, las botas, el pantalón y el chaleco, quede completamente desnuda y así me dormí.

Cinco horas más tardes...

Escuche tocar la puerta y adormecida pregunte —¿Quién es?—la inmensa flojera en mí no me dejo levantarme.

—Soy Leticia señorita la ama de llaves—coloque la almohada en mi rostro mientras gruñía un poco—Él señor Markle la está esperando en el comedor—Dijo y al momento me desperté.

¡Dios! ¿Qué? ¿Cómo que me está esperando? ¡No sabía que desayunaría con él!

Me levanté al instante.

—Ok... ok... Dile que ya bajo Leticia, por favor —respondí estirándome para luego alistarme.

Leticia se retiró.

Me dirigí hacia el baño y al salir no me quería poner la misma ropa de ayer ¿Pero cómo hago si no traje más nada? Nervios. Nervios que hicieron que empezara a revisar el clóset que estaba en otro cuarto dentro de mi habitación. —¡Wow! ¿Qué?—dije al abrir el clóset que tenía docenas y docenas de vestidos, zapatos y joyerías. Quede totalmente impresionada, no sabía que ponerme hasta que vi un vestido color perla suave que al ponérmelo sentía que no tenía puesto nada y para combinarlo me puse unas delicadas sandalias con medio tacón y con los labios color rosa pasión baje al comedor pero, antes de salir por completo me miré al espejo y me retoque un par de veces el labial.

Bajé.

Al llegar a la puerta del comedor la abrí con delicadeza, me sorprendí al verlo, el salón era grande con ventanas largas de vidrio que iluminaban todo el lugar, con una mirada sexy mire al señor Markle que estaba al costado derecho de la mesa. Él cual al instante dejo de comer y me expreso:

—Se ve totalmente impresionante señorita Fox. Veo que las cosas de mi hermana fallecida le quedan a la perfección— dijo Markle con su tono sarcástico e hiriente—Tome asiento por aquí —continuó diciendo señalando un asiento junto él.

«Otra vez volví a meter la pata, de verdad que mi estupidez cada vez se vuelve más grande. Qué vergüenza Dios ¡Cómo quisiera que me tragara la tierra!.» No sabía que decir ante lo último y en ese momento sólo se me ocurrió.




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