El unicornio de la pradera

Capítulo uno:

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La madre no podía dejar de mirar a su bella hija Rosemary. La chica se divertía en el jardín repleto de rosas que su propiedad poseía. Para Gaeyla su bellísima hija era una bendición. La madre se había quedado viuda poco antes de que naciera Rosemary, y su hija era el único ser querido que había tenido cerca. 

Ambas féminas vivían en el campo, en una casa apartada de cualquier aldea o poblado, así que la interacción con vecinos era escasa. Esta situación le resultaba triste a Gaeyla al principio, especialmente cuando se quedó sola, pero más tarde se daría cuenta de que quizás este modo de vida, no era tan malo, incluso era beneficioso en parte, porque la mujer se había dado cuenta de que las personas más cercana a ella, reaccionaban  de mala manera frente a la increíble belleza de su hija. Las mujeres, como suelen ser por su condición, trataban de ocultar la aversión que realmente sentían a Rosemary. Para ellas, pese a no contar con una figura paterna, Rose lo tenía todo. Su belleza era increíble y exótica (pues tenía rasgos físicos no muy comunes en la zona). Ella conseguiría una pareja muy fácilmente con esos atributos. Al ser hija única, a algunas les despertaba el envidiar que por ello tuvieran más dinero solo para ella y su pariente. Para otras personas, sin embargo, pesaba más el hecho de que recibiera toda la atención por parte de su madre, de que su amor no se dividiera en fracciones para unas cuantas personas. Lo poco común que era que una persona no tuviera al menos dos hermanos en aquella época, les producía aún más envidia. Claro, que esas mujeres agradecían tener a sus hermanos y hermanas. Pero les enfurecía ver tantas ventajas reunidas en una sola chica, dos de ellas extraordinarias.  La madre notaba como muchas se comportaban de manera hipócrita, ocultando un carácter hostil o de complejo de superioridad (el de inferioridad, en realidad). 

Los hombres por otro lado, no fingían tanto y solo les parecía importar una sola cosa de Rose: el que estuviera soltera y fuera tan bella. Se notaba que iban a lo que iban y se lo comentaban a la madre sin miramientos. Gaeyla no se oponía a casar a su hija, de hecho sabía que era necesario para tener un heredero, pero era demasiado joven cuando sus vecinos habían hecho sus propuestas y si podía, prefería que no fueran hombres tan humildes de clase. No es que Gaeyla fuera ambiciosa, pero siendo las dos mujeres, sabía que solo contaba con el dinero de su difunto marido, y que una vez gastado, se iría todo para siempre. La única ayuda que le había ofrecido su vida, era que Rose era la única boca que alimentar y que su marido había sabido gestionar bien el dinero en el pasado. Pero aún así, sabía que en poco tiempo, se terminaría todo. 

Rosemary continuaba jugueteando por el pequeño jardín, muy contenta por simplemente existir. Era otro hermoso y tranquilo día en el que no tenía todavía mucho que hacer para subsistir. Aun no tenía hijos, ni esposo y ni siquiera un trabajo (aunque siendo mujer sabía que eso era la última cosa a la que iba a acudir). Tampoco tenía hermanos pequeños, así que su día a día se basaba únicamente en hacer unas pocas tareas domésticas, pasear por el campo, conversar con su madre, jugar con animales y leer un rato. 

Gaeyla salió al jardín y fue a darle un abrazo a su hija. La chica se sorprendió por lo repentino que fue. Sabía que le iba a pedir o decir algo importante. En cuanto se separaron, la madre miró a Rose y le dijo con una expresión ensombrecida.

-Hija, he contado las monedas que nos quedan y no nos queda más de medio año. Tú sabes que en el fondo no quiero que partas del nido ni obligarte a estar con un determinado hombre, pero no nos queda otro remedio.

A Rose enseguida se le vino el mundo encima. Se puso a pensar en lo tranquila que era su vida. Su convencimiento de que la mejor compañía para ella era simplemente su madre, le hacía ponerse aún más triste.

-Pero mamá, aún soy joven...

-Ya no hija, hace poco que ya cumpliste dieciocho, ya es hasta tarde. Pero incluso si tuvieras menos edad, comprende que es necesario. No puedo consentir una decisión opuesta por tu parte.

Rose se puso a lagrimear, intentando que no fuera así.

-Es que no sé porqué, pero me cuesta imaginar que dejo de vivir contigo.-dijo la chica.

Gaeyla abrazó a su hija fuertemente y acto seguido le dijo:

-Es normal, pero tranquila, yo no me voy a otro lado de la forma en la que lo hizo tu padre. Seguiremos viéndonos.

-No mucho si mi futuro esposo vive lejos, y por lo que tú quieres, probablemente será de la ciudad-respondió la hija.

La madre en seguida se puso firmemente de pie, revestida con una coraza.

-Es lo que hay hija, es lo que debe suceder. Agradece que no vas a la guerra como si fueras un varón.

<<¿Qué no voy a la guerra? CASI>> pensó Rose.

-Me da miedo no casarme por amor, madre. ¿Me permitirás al menos eso?- preguntó Rose.

Gaeyla, que ya dirigía hacia el interior de la casa, se perturbó por unos momentos. Se giró hacía su hija y le dijo:

-Nos queda muy poco tiempo, tendremos que ser rápidas. Si no surge nada, no surgió; pero te casas. Tu padre y yo no fuimos un matrimonio por amor y no es el fin del mundo como algunas chicas jóvenes y libros de ficción pintan. De hecho tiene sus ventajas. 

La madre se giró otra vez en dirección al interior de la casa. En el fondo le afectaba, por ello quería dejar el tema.  

-¿Y si trabajo?- preguntó enérgicamente Rose, antes de que su madre desapareciera de su vista.

La madre esta vez no se giró y de sus labios salió:

-Como no sea de prostituta, no sé de qué. 

Rosemary había hablado antes de esto con su madre. Ella sabía que ser una mujer trabajadora era básicamente un privilegio. La remuneración era casi nula y los trabajos que existían pedían especialización, incluso ser una criada o niñera. Se trabaja para las clases más altas, y estas eran muy exquisitas. Las únicas mujeres que accedían a trabajar eran aquellas pocas que podían cualificarse. No se debe olvidar tampoco que luego el dinero que acumulaban era menor que el de un hombre trabajador. Muchas mujeres trabajadoras eran de por sí ricas que solo querían hacer las cosas por amor al arte, como pasaba en el mundo de las bailarinas, por ejemplo.



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En el texto hay: hadas, unicornios, fantasia y magia

Editado: 07.03.2023

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