El unicornio de la pradera

Capítulo nueve:

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De nuevo Rosemary sentía un gran mareo aquella noche. No solo eso sino que, en la espalda, notaba un punzante dolor, fruto de que ya le estaban comenzando a salir más las alas. Esta vez, no sufrió ningún desmayo pero, si estuvo toda la noche con una intensidad de malestar muy intensa.

 

<<Genial, precisamente la noche en la que más lo necesito, no estoy pudiendo pegar ojo>>pensó la chica.

 

La chica no dejaba de dar vueltas y vueltas en la cama. Ya no tenía rastro de mareo ni malestar, pero una vez pasada su hora de coger el sueño, la joven ya no podía quedarse dormida. En un momento dado, por la desesperación, se levantó abruptamente de la cama y pensó:

 

<<Se acabó, una noche son ocho horas y tengo muchísima prisa>>.

 

Rosemary, rápidamente, cogió todos los frascos, el mapa y la comida que tanto iba a necesitar y la metió en una pequeña mochila que también le había brindado Platina después de haber estado juntas tomando el té.

 

Rosemary salió de puntillas de la habitación, quería despedirse de Platina y agradecerle por su acogida. Sin embargo decidió no hacerlo, al menos de manera presencial. No quería que el hada le volviera a persuadir de no irse. Realmente ella no sabía la verdad: no sabía que su madre podría estar bajo las manos de la ley y quién sabe si a punto de ser ejecutada en cualquier momento… La joven buscó un pequeño pedazo de papel y escribió sus agradecimiento y plan a Platina.


 

Rosemary ya había salido del hogar tan sigilosa como velozmente. Acto seguido, saludó al pegaso, el cual como si hubiera sabido todo desde el principio, se encontraba en el jardín del hogar esperándola. 

 

En cuanto Rosemary lo había montado, el Pegaso alzó el vuelo. Por fin había comenzado el viaje que tanto ansiaba hacer la joven.

 

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Habían pasado ya unas cuantas horas desde que Rosemary había partido en dirección norte. El cielo comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del amanecer. Desde su altísima posición aunque la joven se encontrara en el mismísimo paraíso del Edén, no podía divisar nada. Como mucho, de vez en cuando, divisaba alguna que otras manchas de color neón.

 

Rosemary de repente se percató de que el estómago le pedía comida. Ya de paso decidió estirar sus piernas. Sabía que era arriesgado porque aún era temprano, eran como las cinco de la mañana.

 

La chica entonces ordenó al animal que descendiera. Pegaso y mujer terminaron encontrándose en un lugar donde habían muchísimas setas de gran tamaño de distintos colores neón. La chica se sentía un poco nerviosa, no conseguía ver casi nada. Con cautela, decidió sentarse en una de las rocas más grandes que había en la zona.

 

La chica cogió su mochila y de ella sacó uno de los pasteles que le había dado Vanabella el día anterior. 

 

-¡Quién osa molestarnos!-escuchó de repente. La voz era demasiado aguda.

 

Rosemary miró a sus alrededores, lista para enfrentarse con cualquier tipo de criatura. Pero no vio a nadie…

 

<<A ver, Rosemary, estás en un lugar paradisíaco, lleno de criaturas benévolas. Tranquila>> Rosemary recordó que Platina le había explicado que las hadas eran ángeles caídos. <<Bueno quizás un poco traviesas..>> pensó.

 

De repente la joven sintió como le golpeaban en los tobillos. No era doloroso, pero sí notó que intentaban que así fuera pues la intensidad aumentaba exponencialmente. Guiada por su sensación, la chica miró hacia abajo.

 

Un grupo de duendecillos extraordinariamente pequeños eran los autores de los golpes. Estos estaban ofendidos.

 

-¡Largo de nuestra casa! ¡Deja de pisotear nuestras cosas!-gritaban. 

 

Nerviosa, la chica comenzó a pedir perdón y a decir que no tenía malas intenciones. Intentó irse cuanto antes, pero al no ver nada, se vio envuelta en un dilema. Lo único que pudo percibir es que en sus alrededores había diminutas casitas y, probablemente, muy cerca de ella, también.

 

Rosemary se quedó paralizada sin saber en qué dirección ir. De todos modos, el pequeño tamaño de esas criaturas y sus diminutos ataques no le parecían amenazadores. Así que con calma, comenzó a calcular por dónde abandonar aquel lugar. Pero su reflexión se vio interrumpida. 

 

-¡Eh! ¿No te han dicho ya que te largues de aquí, jovencita? ¿Qué eres? ¡Un hada! Como se nota…

 

Rosemary se dio la vuelta. Aquella voz sonaba por detrás de su espalda. Un enorme hombre pelirrojo vestido de verde estaba con los brazos en jarra. La cabeza de Rosemary le llegaba a la rodilla a ese enorme varón. 

 

En ese momento Rosemary sí que sintió terror. Intentó explicarle la situación, pero antes de lograrlo, el gigante ya la había cogido en sus manos. Sin pensárselo tiró a la joven, por suerte esta cayó encima de su pegaso. Muy enfadada, la chica tenía ganas de contestarle pero, el miedo le exigió prudencia.

 

-¡Vámonos de aquí, por favor!- le rogó al pegaso. 

Inmediatamente, el pegaso alzó el vuelo. Mientras, el gigante y los duendes seguían maldiciendo a la joven y tratándola con desprecio. La joven se sintió decepcionada. Aquellos seres le recordaban demasiado a los humanos. En sus cuentos, las criaturas fantásticas solían ser buenas personas. Quizás si la hubieran dejado explicarse, la hubieran tratado de otra manera… 

 

<<Prefiero comer sobre el animal  mientras vuelo, aunque sea arriesgado>> pensó Rosmery. <<A estas alturas me parece más seguro que encontrarme con criaturas en las que no puedo confiar y  que pueden tener mucha ventaja física>>pensó.  



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En el texto hay: hadas, unicornios, fantasia y magia

Editado: 07.03.2023

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