Oliver observó con algo de desagrado como el agua sucia se deslizaba por los antebrazos de Annie desde la ventana.
Habían pasado dos días desde que se abrieron en ese silencio que lo decía todo y desde entonces no habían tenido mucho tiempo para conversar, pues la tía Ida había decidido que habían estado muy holgazanes últimamente y los puso a trabajar a ambos sin descanso.
Oliver había tenido que limpiar varias veces las gracias de los caballos y no pudo evitar pensar que era como tener perros de más kilos de la cuenta.
Ese día estaba lloviendo en particular, Oliver estaba refugiado en el confort de la casa y veía por la ventana como Annie se mojaba bajo la lluvia mientras limpiaba la caseta de las gallinas por dentro.
A pesar de que la tía Ida les había dicho a ambos que los días de lluvia estaba bien dejar el trabajo externo, Annie se esforzaba de sobremanera para ganarse su paga, era ciertamente un motivo de admiración, aunque Oliver no quería aceptarlo y se limitaba a sumarlo a las cosas por las cuales admirar a las mujeres, justo alado de ``una risa que no sea fingida´´
Annie pasaba el trapo por una parte de la caseta y tres segundos después lo exprimía fuera, dejando que esa agua sucia le corriera por los brazos. Su camiseta verde claro ya era totalmente verde oscuro y sus rizos lucían aplastados y pegados a su cuello y clavícula.
Todos los animales estaban bajo techo, refugiándose también; incluso Almendra, a quien siempre le había gustado seguir a Annie con la mirada por todo el recinto.
Oliver abrió la ventana tratando de que las gotas que se estrellaban contra el cemento no le salpiquen en la cara.
- ¡Annie, entra ya! – exclamó.
La chica lo miró un momento y luego levantó ambas manos al cielo, casi con emoción. Después de casi un minuto las volvió a bajar y siguió con la caseta.
Oliver suspiró, resignándose, y decidió ir a la sala de estar; recordaba haber visto una muy apetecible mantita caliente sobre el sillón super suave; si Annie se divertía a su manera, él también podía sacarle provecho al delicioso clima que provocaba la lluvia.
Se sentó en el sofá más que cómodo y se sacó los zapatos para poder recoger los pies; luego tapó todo su cuerpo hasta el cuello y apoyó la cabeza en el cojín ultra blando que tenía el sillón en la parte de atrás.
Si, definitivamente Oliver podría quedarse dormido así.
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Annie se envolvió en la toalla que había dejado en la entrada de la cocina tiritando de frio; la lluvia le encantaba, sí, pero sus padres siempre le habían advertido que por descuidada comenzaría a sentir un frio de muerte.
Avanzó a la sala y vio a Oliver recostado en el mueble de una sola persona y tapado hasta el cuello con una manta. Lucia cómodo.
Annie observó con detenimiento como sus pestañas parecían curvearse de manera natural, su semblante serio, siempre enmarcado por su cabello un poco rebelde.
Annie no tenía problemas en aceptar que Oliver era, de hecho, guapo, pero tampoco es como si a ella le importara mucho eso o le llamara la atención, no iba a admitirlo en voz alta pero lo que realmente la tenía suspirando eran esos ojos azules que parecían contener el universo entero, así como los de Almendra; su novio de 4 patas.
Le costó un poco aceptar que aun con los ojos cerrados, el castaño le parecía irremediablemente guapo.
De la nada, Annie soltó un estruendoso estornudo que hizo a Oliver saltar en su propio eje.
Miró a todos lados, desorientado, y luego se fijó en Annie, quien estaba de pie envuelta en una toalla. Llevaba el cabello mojado, haciéndolo ver más oscuro y ya había formado un charquito de agua bajo ella.
Con ese aspecto, Oliver no pudo evitar pensar que parecía la muñeca de trapo de una descuidada niña de tres años, a la cual se le había caído al escusado una o dos veces; con sus costuras algo rotas y su tela un poco sucia. A él siempre le habían parecido hermosas esas muñecas, por muy retórico que suene.
-Deberías ir a cambiarte – musitó mientras se desperezaba.
-No tengo ropa aquí
Annie se encogió de hombros, restándole importancia.
-Toma alguna de mis camisetas, no sé, vas a resfriarte.
-No voy a resfriarme – dijo rotundamente – tus camisetas son enormes.
-Soy un chico – le recordó.
-Ah, claro, a veces se me olvida.
Oliver le dedicó una sonrisa socarrona y se irguió completamente en su asiento, Annie aprovechó para sentarse al pie de las escaleras y comenzar a escurrir su cabello sobre la toalla. Lo que más le gusta a Annie de mojarse bajo la lluvia era esa parte; sentir que seguía mojada a pesar de haber dejado el exterior; le hacía sentir que estaba un poquito más conectada con el cielo.
-Oye, Annie, ¿has salido con alguien alguna vez? – le preguntó de repente.
Ella titubeó un momento y luego recapacitó.
-¿el de kínder cuenta?
-Absolutamente no.
-Bien, no, en mi vida no hay nada de romance más que los libros de Colleen Hoover
-¿has leído a Colleen Hoover? – le preguntó un poco sorprendido.
-Casi todos – asintió – mi favorito es Confess, para serte franca.
-¿Slammed?
-me encanta – aceptó – pero Confess consiguió mi atención por completo.
Oliver la miró un poco impresionado, le sorprendía que Annie tuviera los mismos gustos de él con respecto a literatura y se cuestionó seriamente sobre si sus gustos eran femeninos o algo así.
-Ok. ¿Qué me dices de los libros de John Green?
Era una pregunta trampa.
Annie apretó los labios y luego los soltó haciéndolos sonar.
-No me gustan mucho que digamos… - Oliver estaba cada vez más fascinado.
-¿sus finales?
-¡exacto! – corroboró – son demasiado crudos, dañan por completo mi manera de ver el mundo.