Oliver insistió en tomar un taxi a su casa, alegando que era su cumpleaños y que no iba a dejar que ella fuera en bus, muy aparte de que sudaría y el maquillaje se correría y un montón de cosas más logrando meter gusanos en la cabeza de una muy inocente Annie, quien aceptó un poco avergonzada de dejar que el pague por completo.
Annie tocó la puerta de su casa cuando ambos estuvieron de pie en el umbral.
Oliver observó la casa con curiosidad; era de dos plantas y parecía estrecha, pero por otro lado se veía exactamente igual a esas casas que salen en las películas, que por más pequeña que sea, si está bien cuidado se ve preciosa.
Era una casa que combinaba con Annie, lo que lo hizo pensar que era ella quien cuidaba de esa edificación.
Unos segundos después, el padre de Annie abrió la puerta para encontrase de frente con el par.
-Anastasia, te ves tan linda. – la saludó dándole un gran abrazo de oso.
Annie le sonrió, devolviéndole el abrazo con igual de fuerza.
-Hola, pa.
- Y tú debes ser Oliver – se dirigió al castaño, quien se puso sorprendentemente tenso.
Se apresuró a ponerse alado de Annie y le extendió la mano soltando un poco de aire contenido.
-Asi es, señor Lurck, soy Oliver Dircov, es un placer conocerlo.
El señor Lurck tomó su mano en un formidable apretón de manos.
-El placer es mío, muchacho, gracias por cuidar de mi niña. Pasen, pasen.
Annie abrió los ojos con entusiasmo hacia Oliver y lo tomó del brazo para hacerlo pasar.
Adentro, la señora Lurck ponía la mesa con suma precisión, cucharas de un lado y cubiertos del otro, el platillo principal frente a cada asiento y en el centro de la mesa, flores fresquecitas y todos los aderezos.
Oliver sonrió al ver que Annie había sacado los ojos de su madre, así como él. También tenía su cabello rizado.
La madre de Annie se acercó a abrazar a su hija apenas los vio entrar. Annie le devolvió el abrazo más que encantada. Finalmente, la señora Lurck se volteó hacia el para saber quién era el castaño de presencia señorial del que su hija solía hablar constantemente.
—Es un gusto conocerla, señora Lurck, gracias por recibirme en su casa – se apresuró a decir él.
La señora Lurck le sonrió; era tan educado como les había dicho Anastasia. Se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.
-Gracias por tratar bien a esta cabeza dura – le dijo echándole una mirada a Annie.
Ambos rieron sin poder evitarlo, ya que ``tratar bien´´ no era exactamente lo que definía su relación, pero si la señora Lurck lo prefería así Oliver no iba a decir nada al respecto.
-Tomen asiento, vamos – indicó el señor Lurck – Ethan llegará dentro de poco.
La sonrisa de Annie calló a medida que ambos se iban sentando, uno alado del otro.
-¿Ethan vendrá?
-Si, eso es obvio, cariño. Además, así Oliver podrá conocerlo.
Oliver sonrió hacia la señora Lurck, omitiendo cualquier comentario sobre el encuentro no muy placentero que habían tenido en el centro hace un tiempo.
—¿Y la señora Ida? – preguntó el señor Lurck.
Ambos se sentaron en el otro extremo de la mesa, dejando dos asientos libres.
-Tuvo que quedarse a cuidar el recinto – respondió Oliver en visa de que Annie una vez más se había quedado muda a la mención de Ethan.
-Oh, que mal – suspiró la señora Lurck – bueno, ya que sobra un espacio en la mesa, ¿Por qué no invitamos a Lori?
Annie asintió sonriendo débilmente. Su madre sabía muy bien que a Annie le disgustaba estar en el mismo espacio que Ethan, pero no había otra opción, así que había optado por llamar a una de las mejores amigas de su hija para alivianar un poco el ambiente.
Una buena idea, secundó Annie.
Apenas 5 minutos después, una pelinegra de pestañas largas apareció en la casa. Lucia más o menos la edad de Annie, sin contar que el maquillaje cargado que llevaba la hacía parecer de unos cuantos años más. Su vestimenta era otra cosa, ya que había optado por unos pantalones alicrados y una camiseta un poco ajustada también, mostrando casi con orgullo su silueta.
-¿Dónde está mi linda Annie? – gritó apenas entró.
Annie chilló casi por costumbre y corrió a abrazarla.
Oliver sospechó que quizá era una de esas amistades que se forjan desde niñas, a las cuales los padres ya están acostumbrados y siempre que se van de excursión o a pasear a algún lugar, cuentan una persona más para incluir a la amiguita de su hija.
Lori no se contuvo de darle unas cuantas miraditas a Oliver.
-Es muy guapo, nena– siseó hacia Annie - ¿por qué no me lo habías presentado antes?
-porque nunca vas a visitarme al recinto – aventuró.
Lori rio, esforzándose porque su risa no sonara muy escandalosa mientras se sentaba en la mesa, junto a Annie, de preferencia diagonal a Oliver, quien ahora se encontraba adulando la comida de la señora Lurck.
Oliver saludó a Lori con una sonrisa característica de él; a pesar de que no la conocía, sus modales a veces actuaban por si solos.
La puerta sonó casi inmediatamente, sin darle opción a Lori para responder el saludo del castaño.
-Debe ser Ethan – comentó el señor Lurck poniéndose de pie.
Tal y como había predicho él, Ethan estaba tras la puerta. Vestía ropa muy formal, en realidad, pantalón de tela, camiseta blanca y un saco del mismo color del pantalón.
Oliver no pudo evitar pensar que hubiera sido genial si hubiera llegado con un ramo de flores, porque a Annie le encantaban las flores, pero no, absolutamente nada en las manos.
Annie estaba ardiendo en su propio puesto, estaba segura de que Ethan haría sus comentarios grotescos y mencionaría en cada ocasión que pudiera los planes de su boda. Ella se había esforzado por intentar meter en la cabeza de sus padres la idea de estudiar en el extranjero, pero Ethan se había encargado con esmero de convencerlos que era una pésima idea.