Era un día sumamente tranquilo, las personas iban y venían de un lado a otro sin parar. Alumnos, profesores y curiosos se reían, conversaban o se perdían por todos los pasadizos y recovecos que podía haber dentro del gran complejo de la universidad.
Y entre esa grisácea e imponente construcción, las personas visitaban ese puestito al lado de una de las escaleras que parecía escondida de la vista pública, un puesto de comida en donde siempre atendía una señora que amarraba su cabello con un pañuelo rojo que combinaba con sus labios, haciéndola parecer más joven de lo que realmente era.
Había una larga cola de gente que esperaba si quiera tener la oportunidad de pedir su orden, aunque era muy posible que se perdiera entre el océano de todas las demás. La mayor parte de ellos prefería correr ese riesgo que no comer nada en las siguientes horas. Además, estaban aquellos quienes se sentaban cerca de las plantas, esperando su próxima clase, que el tiempo pasara o quizás que su suerte cambiara.
Es, entre todos ellos, en donde me encontraba, mi cabello usualmente estaba desbaratado por las mañanas y estaba haciendo cola para poder comprar un sencillo pan con queso antes de volver al salón para la siguiente clase.
Andaba perdido en mis pensamientos hasta que aquella voz me sacó del trance mismo de la rutina.
—¿Has esperado mucho? —Preguntó una chica que estaba sentada junto a las plantas, a unos centímetros de mí.
Apenas volteé y lo primero que noté fueron sus ojos marrones que parecían brillar casi pareciendo avellana.
—Hoy más de lo común. —Al escuchar mi respuesta, sonrió—. ¿También vas a comprar algo?
—Uhm… eso quisiera, pero estoy segura que esperaría hasta el almuerzo.
Eran las diez de la mañana. Sonreí, al entender el sarcasmo.
—Si quieres te puedo comprar algo. —Le dije.
—Oh no no…, está bien así.
—No te preocupes. Sé lo que es sentirse con hambre a estas horas y no poder comprarse un pan, justamente ayer me pasó eso. Déjame ayudarte.
Sonrió nuevamente, parecía una chica bastante risueña, sus expresiones vibraban en su rostro, dándole color; su oscuro cabello caía sobre sus hombros con gracia desligándose de sus movimientos que parecían tan calmados.
—Está bien, gracias. Te debo una...
—Tranquila, no me debes nada. A veces es duro ser estudiantes, pero es parte de la vida, supongo...
—Tienes razón, vivir lejos, tener poco dinero y comer algo asequible de vez en cuando. Ya sería demasiado ser egoístas. —Dijo con un ademán sarcástico.
Me miró, esperando mi reacción con una sonrisa dócil, como una niña esperando con malicia el castigo de alguna travesura.
—No lo podría haber dicho mejor, la vida no puede ser tan mala con nosotros. —Su mirada compenetraba de alguna manera incomprensible con la mía, casi como si conversaran entre ellas. Me gustaba la sensación—. ¿Estás sola?
—Pues sí.
—¿De qué carrera eres?
—… —Miró más allá de mí, quizás pensando que no lo podría entender—. No estoy estudiando, solo estoy de visita. Ya sabes, conociendo nuevos lugares, lugares que siempre quise conocer.
No supe que decir por un momento, era algo extraño y fascinante al mismo tiempo; su presencia poseía algo diferente, la rodeaba un aura que pocas veces había podido sentir. No recordaba haber conocido alguna vez a alguien así.
—Algo me dice que te gusta arriesgarte, experimentar todo lo que puede darte la vida, incluso estando sola.
—Así es más divertida, ver y conocer cosas que quizás teniendo una vida más tranquila nunca llegue a ver.
—Ja ja, puede que tengas razón, pero quizás pueda ser peligroso y creo que es normal temer a lo que nos puede hacer daño.
Parecía tener esa costumbre de nunca cerrar los labios por completo, los mantenía en suspenso, como si siempre tuviera alguna palabra entre ellos.
—No siento que el arriesgarme me pueda hacer daño, quizás sí, pero es parte de mi vida, es lo que soy, quizás me muera haciéndolo, pero está bien. No podría vivir arrepintiéndome, siendo algo que no quiero ser.
—¿No le tienes miedo a la muerte? —Pregunté sabiendo que quizás le asustaría mi premisa.
—Es solo otro estado de existencia, no hay por qué tenerle miedo a algo tan natural. Es como tenerle miedo a vivir..., y querer encerrarte por ello.
—Si lo pones así no tiene sentido, pero ciertamente hay muchas cosas que no tienen sentido, quizás sea algo inherente al hecho de sentir, estamos conectados al mundo de tal manera que nos atrae hasta lo que nos hace daño y el miedo solo intenta aligerarnos un poco el dolor; lo desconocido, la oscuridad, el amor, la soledad, todo aquello puede ser tan destructivo...
En ese momento, sentí una leve presión en mi hombro.
—Amigo, discul…
—Ah, pase. —Avancé un paso—. Lo que digo es que a veces la propia existencia puede ser ilógica y el miedo nos controla de cierta manera para no cometer errores, el exceso en cualquier sentido nos puede volver locos.
Ella me miraba fijamente, pero no parecía verme a mí, intentaba ir más allá, quizás trataba de alcanzar mi alma.
—¿Le temes al amor? —Dijo con un tono sereno.
Mi corazón se contrajo por alguna razón. Si me miras así, quien no le temería.
—Es normal temerle a algo que conlleva tanta intensidad.
—¿Intensidad?
—Bueno…, el saber y el no saber, el de darle tanto poder a alguien más sobre ti mismo, alguien que puede darte la mayor de las felicidades o la peor tristeza que has sentido. El vacío constante que sientes cuando no tienes esa persona a tu lado, estando en una deriva que solo puede terminar cuando está cerca. El amor puede acabarnos con simples palabras, con simples gestos o con simples miradas porque significan tanto con tan poco… No es fácil lanzarse a ese abismo y mucho menos saber si sobrevivirás a esa caída.