EL USUAURIUS
Juanito se trataba del típico informático de los de antes, de los que se había desarrollado profesionalmente a medida que la tecnología avanzaba e incluso le adelantaba, teniendo que realizar esfuerzos titánicos para sobrevivir al pie del cañón. Informático de los de pura raza y pelo en pecho capaz de batirse a muerte contra el software y el hardware del momento con la navaja siete muelles entre los dientes si la situación lo requería; “o caes tú o caigo yo, hijo de la gran puta”.
A punto de cumplir la cincuentena, con cuatro pelos en la cabeza por culpa del implacable paso del tiempo y una vista fundida tras decenas de centenares de miles de millones de horas detrás de una pantalla a la que últimamente miraba con apatía y desgana; “que te den bien dao, perra”.
Atrás quedaron esos años 90 de monitor verde radioactivo que abrasaba los ojos tras una buena sesión de bits o ‘baits’, utilizando un teclado que sonaba como si estuvieses caminando sobre una alfombra de cucarachas y un ratón que se movía gracias a una pesada bola de acero en su interior y la cual se atascaba cada dos por tres por culpa de la cantidad de porquería y pelos que habitaban en la mesa de turno; una bola que colocada en un tirachinas se convertía en el arma letal de cualquier ‘mani’ reivindicativa.
Juanito eligió en su día la informática porque sabía que debía ganarse la vida con algo; no la escogió por pasión o entusiasmo porque no tenía ni la más remota idea de qué coño era en realidad, sino que más bien se tiró a la piscina a bocajarro bajo la premisa “eso seguro que tiene futuro. Me voy a forrar bien ‘forrao’ y además voy a ligar como un campeón”.
Futuro sí que tuvo, aunque el resto fue otro cantar. Desde que comenzó a ir a clases en la universidad, ya al principio se puso a trabajar paralelamente los fines de semana despachando y montando equipos en una tienda de ordenadores de mala muerte y dudosa reputación, consiguiendo los cuatro duros que necesitaba en aquella época de eclosión hormonal para sus ‘gastos de mantenimiento nocturnos y vicios variados’. Incluso llegó un momento justo antes del cambio de siglo, que aquella profesión tan ‘guay’ le otorgaba un caché y un respeto peculiar en la sociedad en general, aunque totalmente inútil ante las chicas en particular, quienes se mantenían aún alejadas y nada impresionadas ante ese mundo nuevo y tecnológico tan surrealista. No obstante, el inexorable avance de la Humanidad provocó que se necesitara a granel a todos aquellos sofisticados tíos que sabían manejar ordenadores y programas; así que muchos chavales universitarios (chavales porque en la época de Juanito el noventa por ciento de los estudiantes eran hombres y rara vez se veía una mujer en las aulas de informática), empezaron a apuntarse como posesos a estudiar aquella singular carrera.
Las empresas requerían de manera vital implantar su informática para optimizar sus negocios y no perder competitividad ni el tren de la ineludible evolución. El mundo se encontraba a las puertas de sufrir la revolución industrial más brutal de todas. Sin embargo, no había prácticamente gente que supiera de aquel mundo porque casi toda estaba formándose. Así que ni cortos ni perezosos, las compañías comenzaron a sacar a todos aquellos inmaduros estudiantes llenos de acné y carentes de bello facial de sus carreras ofreciéndoles auténticos sueldazos, hinchando de manera irresponsable una burbuja profesional la cual rápidamente reventó. El resultado fue el esperado y de la noche a la mañana el pobre Juanito pasó de un plumazo de héroe a villano, como el resto de sus compañeros.
Si a aquella circunstancia histórica le añadimos que la informática de consumo invadió a una velocidad vertiginosa cada rincón de todos los hogares con ordenadores, portátiles, tablets y teléfonos móviles, entre un descomunal abanico de dispositivos electrónicos, los elementos para la tormenta perfecta se convirtieron en una realidad.
No obstante, Juanito resistió y se transformó en un verdadero superviviente ante las hordas agresivas y salvajes de usuarios de todo tipo que pasaron de la ignorancia a la ‘sabiduría’ en un inapreciable periodo de tiempo.
Y de esa manera pasaron los años y las décadas, teniendo que habitar y convivir con auténtica valentía y maestría en la selva de la profesión, lidiando ante una nueva especie animal condenada al uso cotidiano de la informática y enmascarada bajo apariencia humana de múltiples perfiles: El Usuaurius; Pero ¿qué diablos era un usuaurius?; pues sencillamente todo aquel ser que usaba la tecnología por gusto o por obligación, por desagrado o por pasión.
Así que Juanito, tras media vida de experiencia batallando contra personajes de todo linaje, se sintió en la obligación de clasificar a esa desconocida fauna tecnológica que había emergido de la nada al más puro estilo del National Geographic.
EL CONFUSO
Juanito se armaba de paciencia, creyéndose en ciertos momentos que era la reencarnación del mismísimo Santo Job, respirando hondo una y otra vez tratando de no perder los nervios, masajeando sus sienes suavemente con las yemas de los dedos mientras explicaba con vocabulario de primero de infantil los conceptos más elementales del mundo de la informática; tales como que el ratón tiene un botón derecho y otro izquierdo que hacen cosas diferentes.