El Valle de las Rosas

Capitulo 4

Apenas Davina tomó asiento, un murmullo de pasos suaves anunció la entrada de los criados. Uno tras otro, entraron en rigurosa fila, como si se tratase de una coreografía ensayada cientos de veces. Sus uniformes oscuros contrastaban con los delicados colores de la estancia, y su andar silencioso apenas interrumpía la solemnidad del comedor. El primero en acercarse portaba una bandeja de plata donde humeaba una tetera de porcelana fina, decorada con pequeños lirios azules. Con destreza, llenó cada taza de un té negro intenso, al que pronto se añadieron terrones de azúcar y un leve toque de leche en los casos solicitados. El aroma envolvente llenó la mesa, despertando aún más a quienes apenas estaban abriendo los ojos al día. Detrás de él, otro sirviente dispuso jarras de chocolate caliente espumoso, servido en tazas más grandes, con la superficie cubierta por una ligera capa de espuma cremosa. Davina no pudo evitar mirar con deleite el remolino que formaba la bebida al ser vertida, brillando bajo la luz que entraba por los ventanales.

Luego llegó una doncella con una cesta cubierta por un paño blanco bordado. Al retirarlo, se descubrieron panecillos recién horneados, aún tibios, cuyo aroma a mantequilla derretida se esparció por toda la mesa. Junto a ellos, dispuso cuencos pequeños de mermelada de frambuesa y de naranja amarga, y un tarro de miel dorada que atrapaba la luz como si fuese ámbar líquido. Otro criado acercó un plato grande de huevos escalfados sobre tostadas crujientes, adornados con un ligero espolvoreo de pimienta y perejil. A su lado, un segundo plato con lonjas de jamón ahumado y pequeñas salchichas doradas, cuya fragancia hizo que Davina, contra su costumbre de dama refinada, respirase más hondo de lo debido. Finalmente, se colocó un frutero de cristal rebosante de uvas verdes, higos, peras y rodajas de manzana roja, que parecían pintadas por un artista. Davina observaba cada movimiento con ojos brillantes, como si nunca hubiera visto nada semejante, aunque estaba más que acostumbrada a los lujos de Londres. Pero había algo diferente en ese lugar: la perfección rústica, el aire fresco que aún parecía impregnado en la fruta, el calor auténtico del pan recién hecho. Todo ello la fascinaba.

—Veo que el campo no es tan cruel como temía —murmuró con una sonrisa satisfecha, tomando con gracia un panecillo y extendiendo sobre él un delicado velo de mermelada de frambuesa.

Sus hermanas, más discretas, agradecieron a los sirvientes y comenzaron a servirse en silencio. La tía Sherlyn, mientras tanto, observaba todo con la calma de quien ya había visto cientos de desayunos semejantes, tomando su taza de té con elegancia y sin mostrar emoción alguna. Davina, sin embargo, no podía ocultar su fascinación: a sus ojos, ese desayuno parecía un festín digno de un palacio, parecía que el enojo de la Tía Sherlyn del anterior día ya se le había pasado. La vajilla tintineaba suavemente mientras los sirvientes se retiraban, dejando a la familia en una atmósfera más íntima. La tía Sherlyn, con su porte recto y la severidad casi innata de su carácter, dejó reposar su taza de té sobre el platillo. Sus ojos grises, tan agudos como el filo de un cuchillo, recorrieron uno por uno los rostros de sus sobrinas.

—Imagino que su padre ya les habrá advertido por qué están aquí —dijo con una voz clara y firme, sin necesidad de alzar el tono.

Barbara, la mayor, enderezó la espalda con naturalidad y asintió, respondiendo con su acostumbrada sensatez.

—Sí, tía. Nos lo dejó muy en claro —respondió claramente—. Este verano debe servirnos de lección.

Sherlyn sostuvo su mirada unos segundos, como evaluando la sinceridad de sus palabras, y luego pasó a Catherine, que mantenía los ojos bajos sobre su plato, nerviosa ante el escrutinio.

—¿Y tú, Catherine? —preguntó la tía, suavizando apenas su voz.

La joven, en un esfuerzo por mostrarse serena, alzó la vista y respondió con un hilo de voz tímido:

—Haré lo que se espere de mí, tía.

Un ligero asentimiento de aprobación fue su recompensa, antes de que los ojos de Sherlyn se posaran finalmente en Davina, quien sonreía con un aire de encanto estudiado mientras extendía otra capa de mermelada en su panecillo.

—¿Y tú, Davina? —preguntó la tía, con un matiz de sospecha.

Davina inclinó la cabeza con gracia, fingiendo ingenuidad.

—Oh, querida tía, ¿qué podría aprender una criatura tan simple como yo en un valle como este? —dijo con dramatismo, provocando que Catherine se removiera incómoda y Barbara reprimiera un suspiro.

Los labios de Sherlyn se curvaron en lo que apenas fue una sombra de sonrisa.

—Precisamente, muchacha. Quizás la sencillez sea lo que más falta te hace —respondió seria—. Aquí no hallarás bailes, ni teatros, ni caballeros dispuestos a festejarte con flores. Aquí encontrarás deberes, silencio y, con suerte, humildad.

Davina, aunque por dentro se revolvía ante tal sermón, decidió no dejar escapar su máscara encantadora.

—Entonces, tía, prometo aprender humildad… aunque espero que al menos se me permita llevarla con gracia.

Catherine rodó los ojos discretamente, Barbara se mordió el labio intentando no reír, y Sherlyn, por un instante, permitió que una chispa de ironía suavizara su rostro. El desayuno continuó, pero la lección había quedado clara: la tía no pensaba permitirles un verano de complacencias. Mientras desayunaban las tres se miraron de reojo, sonriendo satisfechas por haber cumplido con su deber. Pensaron que su tía Sherlyn era muy ingenua si creía que ellas cambiarían gracias a ella, ¿Por qué cree que su padre se tardó tanto tiempo en disciplinarlas? Eran unas grandes actrices, sabían cuando debían de comportarse con la elegancia y cortesía que esperaban de ellas, y sabían ocultar muy bien sus verdaderas intenciones. Así engañaron varias veces a su padre hasta que se hartó de creer en sus queridas hijas y decidió mandarlas lejos. Sería lo mismo con la Tia Sherlyn, solo debían de fingir que las había corregido, ser dulces y complacientes, para así poder sobrevivir aquel verano y evitar el monasterio. Después de que regresaran a Londres donde estuvieran seguras, podrían seguir con sus mismas actitud altaneras que tanto las caracterizaban. Así las hermanas se pusieron de acuerdo en fingir mutuamente un comportamiento adecuado.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 07.10.2025

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