El Valle de las Rosas

Capitulo 6

El aire del valle parecía haberse espesado tras la revelación. Sirius Leclerc. Duque de Hamilton. El nombre flotaba aún entre ellas como un golpe de viento inesperado. Davina, con el rostro encendido y los labios apretados, caminaba a un lado de su tía y sus hermanas mientras se alejaban de la panadería. Solo pudieron observar impotentes como el duque se marchaba en silencio en su carruaje prometiéndole a Davina que este no sería su ultimo encuentro, para la mala suerte de ella.

—¡Por todos los cielos, Davina! —exclamó la tía Sherlyn en cuanto estuvieron a una distancia prudente—. ¿Sabes lo que acabas de hacer? ¡Gritarle a un duque en plena vía pública!

Davina alzó el mentón, aún furiosa.

—Un duque, un zapatero o un mendigo, ¿qué importa? La descortesía no distingue títulos.

A su lado, Catherine no pudo contener una risita que tapó con la mano.

—Oh, Davina, tu temple es admirable… aunque esta vez, quizá un poco imprudente. ¿Acaso no viste cómo te miraba el mayordomo? Parecía que ibas a ser arrastrada directo a la horca —respondió entre risas—. Cada día te vuelves más atrevida y tonta como en el tiempo hermana —soltó una carcajada—. ¿Golpear a un discapacitado en plena vía pública? —siguió riéndose—. En verdad eres un problema andante.

—Davina por amor a Dios —reprimió Barbara—. ¿Cómo pudiste ser tan grosera?

—¡Él fue el grosero…!

—¡Cállense las tres! —exclamo la tía Sherlyn, quien había pasado de su rostro pálido a un con un color más rojizo—. ¡Les di mi voto de confianza…! —suspiro frustrada—. Hablaremos cuando lleguen.

—Tía no fue mi culpa —replico Davina dolida—. Yo solo intente… él fue el grosero conmigo…por eso Dios lo dejo en una silla

—¡Davina! —replicó la tía con indignación, llevándose una mano al pecho—. Jamás vuelvas a decir esas cosas, muchacha.

—Davina ni siquiera puedo defenderte —replico Barbara, con una expresión sombría—. Hermana eres increíble para saber como meterte en problemas en los lugares que vayas.

—Eres un imán de problemas —comentó Catherine—. Prometemos visitarte en el monasterio.

—¡Catherine! —reprendió tía Sherlyn.

—¿Y qué quiere que diga, tía? —contestó con descaro—. Que nuestra querida hermana menor ha dejado al mismísimo duque de Hamilton en ridículo. ¡En un valle perdido! Créame que eso se recordará durante años.

—Basta —intervino Davina, clavando en ella una mirada fulminante—. No busco ser la comidilla de nadie, y mucho menos la tuya.

Barbara intervino con suavidad, tratando de aplacar las aguas:

—Lo hecho, hecho está. Pero admitámoslo —suspiro cansada—. Davina: tu compasión casi te mete en problemas. ¿Qué esperabas, que el duque te agradeciera por tu bondad?

La mayor suspiró con frustración, pero sus palabras fueron firmes.

—No esperaba nada. Solo me pareció injusto apartar la vista de un hombre en necesidad —intentó defenderse—. ¿Qué clase de mundo sería, si ignoramos lo evidente? ¿Acaso es un pecado ayudar a la gente?

La tía la observó con severidad, pero también con un dejo de cansancio.

—Un mundo en el que no arriesgarías el honor de tu familia con un escándalo, querida. La compasión es virtud… pero la imprudencia es un lujo que no podemos permitirnos.

Davina apretó los labios, herida, y por un instante reinó el silencio entre ellas. Sin embargo, Catherine volvió a romperlo con un murmullo cargado de ironía:

—Pues yo diría que, si este valle es tan remoto, encontrarse con un duque gruñón y guapo podría ser la mejor de las sorpresas —propuso emocionada—. ¿Quién sabe? Tal vez la pesadilla de Davina termine en un sueño.

Davina giró sobre sus talones con una furia contenida, pero antes de responder, la tía la tomó del brazo con fuerza.

—Ni una palabra más, jovencita. Ven conmigo. Tenemos mucho que conversar… y espero que recapacites antes de que nos arrastres a todas contigo en tu tormenta.

Las hermanas se miraron con complicidad mientras seguían a su tía, y aunque Barbara mantenía un gesto preocupado, Catherine no disimulaba la risa que todavía se les escapaba a ratos. Davina, en cambio, sentía que las llamas en su pecho no se apagaban. Porque lo último que ella hubiera imaginado era que aquel encuentro fortuito, aquel gesto de compasión rechazado, sería el comienzo de un destino imposible de revertir. El regreso a la casa fue tenso. Ni el canto de los pájaros del valle ni el murmullo del río lograban suavizar la rigidez del aire que rodeaba a las cuatro mujeres. Apenas traspasaron el umbral, la tía Sherlyn se volvió con brusquedad hacia Davina, cerrando la puerta de un golpe que hizo temblar los cristales.

—¡¿En qué estabas pensando?! —la voz de Sherlyn retumbó por la estancia como un trueno—. ¿Cómo se te ocurre gritarle en público a un duque? ¡A un duque, Davina! ¿Acaso quieres condenarnos a todas al ridículo? ¡Y alguien con su enfermedad como él! ¿Niñas acaso eres estúpida? ¿Cómo pudiste golpearlo? ¡Y enfrente de todos!

Davina intentó mantener la compostura, pero el temblor en su barbilla la traicionó.

—Yo… yo solo quise mostrar compasión —dijo, la voz quebrada pero firme—. Yo no sabía que era un duque, de haberlo sabido ¡jamás le hubiera extendido mi mano de gratitud! ¿acaso hice mal? Solo fui ingenua…



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 07.10.2025

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