El Valle de las Rosas

Capitulo 7

El primer rayo de sol se filtró tímidamente por las cortinas de lino claro, pero Davina no se despertó por la luz, sino por el estrépito de pasos y voces contenidas dentro de su habitación. Abrió los ojos lentamente, con la mente aún sumida en el sopor, y lo primero que vio fue a dos criadas doblando con rapidez sus vestidos de seda, guardándolos en cofres que se cerraban de inmediato, lo cual hizo que todo sueño que aun tuviera se espantará por completo.

—¿Qué…? —murmuró, incorporándose de golpe.

En un rincón, otro sirviente empaquetaba sus zapatos de tacón, ordenados hasta la víspera con tanto cuidado, ahora apilados como si fueran objetos vulgares. Junto al tocador, sus perfumes de cristal yacen despojados de sus delicados estuches, y un muchacho se los llevaba en una bandeja. El resplandor del oro y de las piedras de sus joyeros desaparecía entre manos ajenas, engullido en cajas que parecían tragar sus tesoros sin piedad. Davina dio un brinco de la cama, descalza, con el corazón martilleando de furia.

—¡Alto! ¿Saben cuánto me tarde en ordenarlo? —exclamó, extendiendo los brazos como si con ese gesto pudiera detenerlos—. ¡Es mío! ¡Devuelvan todo esto inmediatamente!

Nadie le contestó. Los criados seguían su labor, evitando mirarla directamente, como si la orden de otro pesara mucho más que sus gritos. Davina estaba a punto de abalanzarse sobre la doncella que sostenía uno de sus cofres de joyas, cuando una sombra en el umbral la detuvo en seco. Su tía Sherlyn estaba allí. Erguida, con el rostro pétreo y los brazos cruzados, la sola presencia imponía un silencio reverente en la habitación. Aquellos ojos celestes la miraban de manera sombría, como si esperara un falso movimiento para castigarla.

—Detente, Davina —su voz era grave, carente de toda ternura—. Lo que ves no es un robo, es una lección.

Davina se quedó sin aliento, la furia quemándole en las mejillas.

—¡Pero son mis cosas! ¡No puede simplemente arrebatármelas!

Sherlyn avanzó un paso, y con apenas una mirada fría bastó para acallar cualquier protesta.

—Puedes y debes aprender —dijo—. Los lujos que tanto atesoras son cadenas que te ciegan. Has olvidado la humildad, y peor aún, has olvidado la vergüenza. Por tus actos imprudentes, cualquiera otra familia habría considerado apropiado enviarte al monasterio

Davina la miró horrorizada.

—¿Me piensa mandar?

Sherlyn inclinó apenas la cabeza, impasible.

—Da gracias a tus hermanas. Ellas rogaron por ti. Su súplica ha salvado tu destino de quedar enterrada en la monotonía de la oración y el silencio —replico seria—. Yo, en cambio, pienso que habría sido lo mejor.

Davina apretó los labios, temblando de indignación, pero incapaz de pronunciar palabra.

—Por ahora —continuó Sherlyn—, aprenderás a vivir sin los adornos que tanto presumes. Quizás entonces logres reflexionar sobre el valor de lo que realmente importa.

Con un gesto de su mano, la tía indicó a los sirvientes que continuaran. Luego, sin dar más explicaciones ni mirarla una vez más, giró sobre sus talones y se marchó, dejando tras de sí un silencio sepulcral. Davina se desplomó sobre la cama, incapaz de contener la humillación y el coraje que se le enredaban en el pecho. Por primera vez, el valle le parecía más frío que nunca.

—¡Entonces no saldré de mi habitación!

—Haz lo que quieras niña —vocifero la tía—. Ya veremos que puede más contigo si el hambre o el aburrimiento.

—¡Al menos debería de traer ropa decente!

Antes de que pudiera recibir respuesta un par de sirvientas desconocidas le trajeron un baúl, para posteriormente abandonar nuevamente su habitación. Davina se acercó curiosa ojeando el baúl que le había dejado su tía, decepcionándose rápidamente al ver que eran vestido sencillos y anticuados, en verdad ese era su castigo. Bueno pensó que para lo que había hecho Davina, iba a irse directo hacia el monasterio. O peor aún que la degradaría a ser una sirvienta o dormir en los establos, al menos no le ha llegado a cobrar la renta, supuso que después de todo su tía no era tan cruel como quería aparentar. Davina llevaba horas encerrada en su cuarto, tendida boca abajo sobre la cama, con el rostro hundido en la almohada. Había jurado no moverse, ni hablar, ni mucho menos bajar a compartir la mesa con su tía Sherlyn. “Si quieren que aprenda humildad, ¡pues que se queden sin mí!”, se repetía con orgullo herido. Unos golpecitos suaves sonaron en la puerta.

—Davina —la voz de Barbara era serena—. Abre, por favor.

Davina no se movió. La puerta se entreabrió y la figura de su hermana mayor apareció en el umbral. Barbara la observó unos segundos, con los brazos cruzados, antes de suspirar.

—Hermana no puedes vivir encerrada en tu habitación para siempre…

—¡No es para siempre! —exclamo Davina, desde la comodidad de su cama—. Solo es hasta que se termine el verano.

—Davina eso es mucho tiempo incluso para ti —replico calmada—. ¿De verdad piensas seguir con esta tontería? Es solo ropa y perfumes, no tu vida entera.

Davina se incorporó apenas, con el cabello desordenado enmarcando su rostro ofendido.

—¡Solo ropa y perfumes! —repitió indignada—. Para ti puede no significar nada, Barbara, pero para mí eran lo único que me quedaba de Londres.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 07.10.2025

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