El Valle de las Rosas

Capitulo 8

Davina dormía tranquilamente, abrazada a las sábanas, soñando con mundo lleno de rosas y arcoíris donde ella podía vagar libremente, con pies descalzos sobre el suave pasto, las nubes eran algodón de azúcar que podía comer con solo estirarse, los ríos estaban hecho de chocolates, no importaba a donde mirara podía comer lo que quisiera, las flores estaban hechos de caramelos tan dulces. Podía caminar despreocupada, era su mundo ideal, encontró un poni al que pudo montar mientras recorría su fantasioso mundo ideal. Todo lo que la rodeaba era perfecto, hasta que sintió como su perfecto mundo se tambaleaba, comenzó a temblar bruscamente y de un solo golpe todo su mundo se desmorono enfrente de sus ojos. Fue cuando Davina sintió unas manos suaves sacudirla con insistencia. Entreabrió los ojos, desorientada y algo molesta porque en sus sueños aún no se había bañado con el chocolate, y lo primero que vio fue el rostro risueño de Margery inclinada sobre ella.

—Lady Davina, despierte.

Davina se removió con un gruñido.

—¿Qué hora es? Apenas amaneció…

Antes de poder girarse y esconderse de nuevo bajo las sábanas, una voz mucho más firme y autoritaria se impuso en la habitación.

—Basta de pereza. —Era Wendy, la ama de llaves, erguida en la entrada con las manos entrelazadas al frente. Sus cabellos castaños oscuros estaban perfectamente recogidos en un moño y el porte severo hacían que la estancia pareciera de repente más fría—. Debe levantarse de inmediato, mi lady.

Davina frunció el ceño, confundida.

—¿De inmediato? ¿Qué tanto alboroto? —murmuro molesta—. Si mi tía misma dijo que no me permitiría lujos ni atenciones, ¿a qué viene este caos repentino?

Wendy avanzó un paso, implacable.

—Porque, señorita, hoy no es un día cualquiera. El mayordomo del duque de Hamilton ha solicitado audiencia con lady Compton —le informo—. Y su tía ha aceptado recibirlo.

La joven se incorporó de golpe, con el cabello alborotado cayéndole en ondas rebeldes sobre los hombros, sintiendo la baba pegada en su mejilla.

—¿El duque de Hamilton? —repitió, incrédula, sintiendo un nudo en el estómago.

—Así es —confirmó Wendy, arqueando apenas una ceja—. Y a pesar de lo que haya ocurrido en el valle… usted es todavía sobrina de lady Compton y, por tanto, debe presentarse con decoro.

Davina abrió la boca, lista para protestar, pero Margery ya había comenzado a retirar las sábanas con presteza, mientras un par de criadas entraban con jarras de agua caliente y jabones perfumados.

—¡Un baño! —exclamó, entre indignada y aturdida—. Pero si hace apenas dos días me dijeron que debía acostumbrarme a la austeridad.

Wendy la observó sin un ápice de compasión.

—La austeridad no está reñida con la dignidad, señorita —le recordó—. Ahora, al agua. Debemos bañarla, perfumarla y arreglarla. No se tolerará demora.

Davina resopló, cruzando los brazos.

—Por todos los cielos… —murmuró, aunque el rubor de sus mejillas la traicionaba. El recuerdo del “vagabundo” en silla de ruedas que ella había insultado la asaltó de inmediato—. El duque…

Margery, que no entendía el motivo de su súbito nerviosismo, sonrió mientras le desataba los lazos de la bata nocturna.

—No se preocupe, mi lady —la calmó—. Brillará como siempre.

Pero Davina, mordiéndose el labio inferior, no estaba tan segura de querer estar relacionada a ese hombre y si su propio mayordomo venía personalmente a visitar a su tía, suponía que no eran buenas noticias, presentía que algo muy malo se acercaba a ella. Se maldijo mentalmente, ¿Por qué ella era un imán para los problemas? Carajo, nada bueno debía de venir de aquel duque macabro, tal vez si iba a cumplir su palabra de demandarla. Oh por Dios, ni siquiera tenía un abogado, ¿si la metía a la cárcel? Peor aún, ¿si tenía que pagarle alguna numerosa compensación? Oh Dios, estaría en la quiebra… Oh Dios sería pobre… prefería el monasterio, tal vez aun no era tarde para decirle a su tía que recibió esa noche el llamado de Dios invitándola a sus servicios como monja. Davina pensó en escaparse, pero rápidamente fue detenida por Wendy, quien la tomo del brazo de manera delicada, jalándola hacia el baño.

—¡No quiero! —se negó—. ¡Deje que vaya a hablar con mi tía! ¡He decidido ser monja! ¡Dios me hablo en mis sueños…!

—Mi lady me sorprende lo gran mentirosa que puede llegar hacer —comentó Margery—. Y lo sinvergüenza que puede llegar hacer para usar el nombre de nuestro Señor en vano.

—Que nuestro señor tenga misericordia de su pobre alma —comentó Wendy decepcionada—. Rezaré para que perdone su imprudencia.

—Gracias por rezar por mi Wendy —le agradeció sollozando de manera dramática—. Nadie se había preocupado por mí, ¿si te escucha…? ¿puedes decirle que el duque de Hamilton tenga compasión de mí?

—Oh mi lady el señor no hace esa clase de milagros —replico Wendy con una sonrisa burlona—. Me temo que en esto… está sola, ¡ya vámonos!

Antes de que pudiera replicar, dos doncellas la tomaron suavemente de los brazos y la guiaron hacia el baño. El agua estaba tibia, perfumada con pétalos de rosa y un leve toque de jazmín. Davina, resignada, cerró los ojos y dejó que la enjabonaran, recordando que hacía apenas unas horas se le había dicho que no disfrutaría más de tales atenciones. Tras el baño, Wendy misma supervisó que su cabello fuese secado y peinado. Con destreza, las doncellas trenzaron algunos mechones, dejándolo suelto en ondas suaves que caían sobre sus hombros, adornándolo con un lazo discreto de raso rosa. Luego vino el perfume: no el intenso aroma a violetas que solía preferir, sino uno más sobrio, con notas de lavanda y cedro, elegido seguramente por su tía para remarcar la nueva disciplina que pretendía imponerle.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 07.10.2025

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