El invernadero quedaba atrás, con sus muros de cristal brillando bajo el sol. Más allá, los senderos de grava se extendían como cintas blancas entre prados verdes y campos dorados de trigo que danzaban con la brisa. Davina, sin pedir permiso, tomó la silla de ruedas de Sirius con un ímpetu infantil. El aire olía a tierra húmeda y a flores, y a cada empuje de Davina las ruedas crujían sobre la grava. Sirius, al principio rígido, fue soltando los hombros hasta dejar escapar una risa ronca, corta, pero verdadera.
—¿Ahora piensa ser acusada de ser secuestrada? —inquirió Sirius—. ¿Cuántos cargos piensa agregar a su lista?
—Yo no veo que este gritando por auxilio —respondió astutamente—. No podría considerarse secuestro.
Sirius rio ante su respuesta tan fresca, observó el paisaje que lo rodeaba, recordando viejos momentos cuando era verdaderamente él.
—Hacía años que no sentía esto… —murmuró, observando los campos que se abrían a su alrededor.
Davina lo miró por encima del hombro, sorprendida por el brillo en sus ojos.
—¿Sentía qué?
—El viento en la cara, el sol sin filtros de cristal. Y la ilusión de… escapar —admitió con cierta timidez—.
Davina sonrió satisfecha.
—Entonces considérese afortunado —dijo victoriosa—. Le dije que era la mejor compañía que podría encontrar.
—No se dé tanto crédito lady Compton.
Caminaron así entre las flores silvestres, que salpicaban de colores vivos el prado: amarillos, lilas y rojos que contrastaban con el dorado del trigo. Sirius rompió el silencio con una pregunta inesperada:
—Dígame, señorita Davina, ¿usted siempre es tan obstinada?
Ella rio.
—¿Obstinada? —ironizo—. Prefiero llamarlo tenacidad.
—Rebelde, testaruda… —añadió él, con sarcasmo, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa.
—Oh, excelencia, me halaga. No cualquiera se atreve a describirme con tanta precisión —replicó ella, juguetona.
El duque no pudo contener la risa. Y en ese instante, Davina descubrió una faceta distinta en él: ya no era el hombre amargado que la había humillado en la panadería, sino alguien capaz de reírse con ella bajo el sol de Gales.
—No pensé que tuviera ese tipo de humor —le confeso—. Sinceramente pensé que me iba a encontrar con una persona amargada.
—Normalmente lo soy —dijo sincero—. Pero a diferencia de usted, lady Compton parece sacar mi mejor lado.
Davina no pudo evitar sonrojarse ante su confesión, rápidamente evito la mirada intentando no delatarse ante él.
—Creo que nos juzgamos mal —mencionó seria—. No es como yo pensaba duque.
—¿Cómo pensábamos que era?
—Amargado, furioso, cruel —respondió sincera—. Pensé que sería como uno de esos ogros de los cuentos que asustan a los niños.
—¿Es por la barba?
Davina lo miró fijamente.
—¿Puedo hacerle una pregunta personal?
—Lo harás de todos menos pese a mi respuesta —dijo calmado—. Adelante.
—¿Nació así o fue una condición que adquirió en su vida?
Sirius sonrió ante su pregunta como si ya la esperará, parecía que comenzaba a conocerla a pesar de solo haber convivido un par de días con ella, siempre era alguien tan libre y imprudente, que no le importaba hacer las preguntas incomodas, pero no había ninguna maldad en su mirada.
—Esa es una pregunta que será contestada otro día.
Davina lo entendía después de todo para él era una forastera, entendía que no quisiera hablar algo personal con alguien desconocida como ella, así que no insistió, supuso que con el tiempo se enteraría de la respuesta. Se quedaron juntos observando los campos se abrían infinitos ante sus ojos, y mientras avanzaban por el sendero, la distancia entre dos mundos —la frivolidad de Londres y el encierro del castillo— parecía desvanecerse, dejando solo a Davina y Sirius, cómplices inesperados en aquella huida hacia los prados.
—¿Qué hace una chica de Londres como tú en un lugar tan alejado como este? —preguntó curioso—. No creo que hayas escogido Gales para pasar las vacaciones de verano, menos con la temporada en su máximo esplendor.
Davina soltó una risa nerviosa.
—Digamos que esta no es la primera vez que me meto en problemas —le confesó—. Viene voluntariamente obligada a pasar las vacaciones con mi tía.
—Y supongo que arrastraste a tus hermanos contigo ¿no es así?
—Es bueno deducido su excelencia —respondió sonriente—. Algo así sucedió.
—Así que solo pasará el verano en Gales —inquirió—. ¿después marchará a Londres con su prometido?
—No tengo ningún prometido como mis hermanas —contesto sincera—. Cualquiera diría que queremos seguir los pasos de nuestra tía.
Sirius soltó una risa burlona, que comenzó a irritar a Davina.
—No sé porque pregunte sabiendo la respuesta —dijo entre risas—. ¿Qué buen hombre con uso de razón se atrevería casarse con usted?