El Valle de las Rosas

Capitulo 14

El carruaje se detuvo frente a la imponente entrada del castillo Ravenscroft, donde solo el día de ayer había sido echada a gritos y ahora regresaba para quedarse por todo lo que el verano restaba. Davina descendió con pasos inseguros, sosteniendo con fuerza los pliegues de su vestido para no tropezar, intentaba calmarse, pero era difícil ocultar que sus manos temblaba de los nervios. Si el duque decidía no aceptarla, entonces estaría perdida, ¿Dónde pasaría las noches? Prefería no preocuparse por eso, pero no podía ocultar sus nervios desde la mañana. Primero al despertar pensó que su tía se arrepentiría de su decisión, que se tentaría el corazón por Davina y comprendería su situación, pero al ver su rostro descorazonado, supo que no cambiaría de opinión. Eso hizo que sus nervios aumentará, lo que termino por hacer que su cuerpo temblará, fue esperar que el carruaje que enviaba Hamilton llegará. Sino llegaba eso significaba que oficialmente estaba despedida, eso sería otro problema más. Pero gracias a su poca suerte, el carruaje llego, eso logro calmarla un poco, significaba que el duque aun deseaba recibirla, pero por un momento quiso que no apareciera, para realmente ver si su tía la dejaría sin un techo. Pero era mejor no arriesgarse, eso lo entendía bien. A su alrededor, un par de criados aguardaban para tomar las maletas que habían sido apiladas junto a la portezuela.

El golpe seco de la puerta del carruaje al cerrarse la hizo estremecerse. Con un chasquido de riendas, los caballos avanzaron, alejándose por el sendero empedrado. El vehículo se fue haciendo cada vez más pequeño en la distancia, y cuando Davina dio un paso impulsiva hacia adelante, su corazón gritaba en silencio que corriera, que suplicara, que rogara que la devolvieran a la finca de su tía. Pero se detuvo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero su cuerpo permaneció inmóvil. No importaba cuánto gritara, llorara o pataleara: su tía Sherlyn no cambiaría de opinión. Un recuerdo la atravesó con la fuerza de un cuchillo. Esa misma mañana, Barbara y Catherine se habían arrodillado casi literalmente frente a su tía, implorando que reconsiderara.

—Por favor, tía, no puede mandar a Davina sola al castillo… ¡no de esa manera! —había dicho Barbara, con voz suplicante.

—No lo soportará —agregó Catherine, desesperada—. ¿No teme que hunda a la familia en más vergüenza?

Sherlyn, sin embargo, no se conmovió. De pie, con las manos juntas en la espalda, se limitó a responder con dureza:

—Está decidido. No hay más que hablar.

El recuerdo se deshizo, y Davina regresó al presente, donde la fachada de piedra gris del castillo la miraba como un monstruo silencioso. Tragó saliva, respiró hondo y se obligó a levantar la barbilla. Si ese lugar iba a ser su nuevo encierro, al menos no dejaría que la vieran llegar completamente derrotada. El viento de la tarde revolvió un mechón suelto de su cabello, y con el corazón pesado, dio el primer paso hacia lo que sería el comienzo de su castigo. En cuanto Davina cruzó el umbral del castillo, fue recibida por el mayordomo Whitmore acompañado de dos criados que la aguardaban en formación impecable. El eco de sus pasos en el mármol se mezclaba con el leve crujir de las maletas que arrastraban detrás de ella.

—Lady Compton —saludó Whitmore con su habitual compostura, inclinando apenas la cabeza. Sin embargo, sus cejas se arquearon un instante al reparar en el número de maletas que se alineaban tras ella. —Veo que ha traído… ¿todas sus pertenencias?

Davina, al percatarse de la sutil sorpresa en su voz, se apresuró a desviar el tema con una sonrisa tensa.

—¿Cómo se encuentra Su Excelencia? —preguntó con suavidad, como si la respuesta pudiera hacerla olvidar la incomodidad.

Whitmore, alzando apenas la barbilla, respondió con sobriedad:

—El duque se encuentra en reposo —la calmó—. Los médicos aseguran que no es nada grave, aunque deberá guardar descanso durante algunos días. Está… esperándola.

—Me alegra escucharlo —dijo Davina, respirando con alivio. Luego, con un gesto delicado, extendió una carta cerrada con el sello de su tía Sherlyn—. Aquí tiene, mi tía creyó necesario que esto… explicara las maletas.

Whitmore la tomó con una leve reverencia, aunque apenas tuvo tiempo de mirarla: Davina ya había dado media vuelta, apretando contra su brazo una pequeña canasta de mimbre. De su interior sobresalía el aroma cálido de panecillos recién horneados, dulces sencillos que había preparado aquella mañana, además de un par de frascos con mermelada. Sobre todo, llevaba consigo un par de volúmenes cuidadosamente escogidos: historias que intuía podían interesar a Sirius.

—Si me disculpa, señor Whitmore… —añadió, con una determinación inesperada—. Prefiero llevarle yo misma el desayuno.

Sin esperar la aprobación, avanzó por el pasillo con pasos apresurados, sus faldas rozando el suelo pulido mientras se dirigía hacia los aposentos del duque.

La puerta se abrió suavemente, y la luz del pasillo entró en la penumbra de la habitación. Sirius levantó la vista con un sobresalto, no esperando visitas tan pronto, se sentía nervioso, tenía miedo de que ella ya no quisiera volver a verlo, que la haya espantado y ahora le tenga miedo. El corazón le dio un vuelco al ver a Davina entrar con una canasta entre sus manos, cubierta con un delicado paño blanco. Ella avanzó con paso contenido, como si temiera irrumpir en un espacio sagrado. Su cabello castaño rojizo estaba recogido en un moño alto, con algunos mechones sueltos que enmarcaban suavemente su rostro. Sus ojos celestes, habitualmente brillantes, se veían velados por una sombra de tristeza que acentuaba la dulzura de su expresión.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 29.10.2025

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