El Valle de las Rosas

Capitulo 17

Con ambas manos firmemente aferradas a las bandejas, Davina intentó mantener la compostura mientras avanzaba por el pasillo de mármol. Cada paso retumbaba en el silencio del castillo como un pequeño tambor de nervios. El aroma a pan recién horneado y tocino caliente se mezclaba en el aire, pero en su frente ya perlaban gotas de sudor, no tanto por el peso, sino por el miedo a tropezar. La primera curva fue un desafío. El borde de una alfombra amenazó con atrapar su pie, y apenas pudo mantener el equilibrio, tambaleándose como una acróbata sin red. Unos cuantos sirvientes que la vieron pasar bajaron la mirada para ocultar sonrisas discretas, mientras Davina murmuraba entre dientes:

—¡Oh, cielos… si no lo logro, nunca me dejarán cargar ni una cuchara!

Al fin llegó a la puerta de la habitación del duque y, con un suspiro de alivio, entró con paso ceremonioso. Sirius la observó desde la cama, con su habitual expresión entre divertida y provocadora, como si disfrutara de aquel pequeño espectáculo. Con toda la solemnidad que pudo reunir, Davina colocó la bandeja sobre la mesa junto a él. Pero al retirar la cubierta plateada, el desastre quedó a la vista: el pan estaba aplastado contra los huevos, el tocino se había mezclado con la mermelada, y la taza de café, aunque milagrosamente intacta, chorreaba un poco por un costado. Davina abrió la boca, horrorizada, justo cuando recordó con un sobresalto mayor:

—¡El jugo de naranja! Lo dejé en la cocina…

El silencio duró apenas un segundo. Sirius, incapaz de contenerse, estalló en una carcajada franca y sonora que llenó la habitación.

—Vaya, lady Davina —dijo entre risas, llevándose una mano al pecho—. Debo admitir que nadie había logrado hacer que mi desayuno pareciera una pintura abstracta… hasta ahora.

La joven, colorada de vergüenza, bajó la vista, aunque en sus labios temblaba una sonrisa involuntaria. Ella apretó los labios y, aunque sabía que debía disculparse con humildad, la vergüenza le arrancó una respuesta más rápida de lo que pensó:

—Pues… —alzó un poco el mentón—, tal vez así le sea más fácil comer, excelencia. ¿No dicen que la comida ya masticada ahorra esfuerzo?

Por un instante temió haber hablado de más. Pero en lugar de molestarse, Sirius soltó otra carcajada aún más fuerte, inclinándose hacia atrás en la cama.

—¡Por todos los cielos, tiene usted un ingenio inesperado! —exclamó, divertido—. No sé si debería castigarla o nombrarla mi bufona personal.

Davina, que apenas podía ocultar su sonrisa nerviosa, carraspeó con fingida seriedad:

—Con tal de que no me haga volver a la cocina por el jugo de naranja… aceptaré cualquiera de las dos cosas.

El duque la miró sorprendido, y por primera vez, Davina creyó ver en sus ojos algo más que burla: una chispa genuina de curiosidad.

—Ya que voy a estar cargo de cuidarlo —menciono emocionada, se atrevió a sentarse en la silla de su lado—. ¿Qué le parece un nuevo cambio?

—¿Un nuevo cambio? —inquirió sorprendido—. ¿No le gusta mi actual apariencia?

—Si se me permite ser sincera —empezó con tacto—. Su actual apariencia es muy descuidada y fácilmente cualquiera pensaría que usted no es el duque.

—Eso no me ha importado.

—Tengo curiosidad sobre como se ve sin barba y con un corte más corto—le confeso de golpe—. Aparte es más agradable a la vista.

Sirius se rio ante sus provocaciones.

—¿Y tu lo harás? —preguntó curioso—.

—Tal vez el corte no sea mi mejor punto —respondió sincera—. Pero la barba si puedo afeitársela.

Sirius se rio con incredulidad subestimando a Davina que solo provoco que se molestara.

—¿Quiere que se lo demuestre?

—Acepto —dijo sonriente—. Whitmore pase por favor.

Solo basto que lo llamará para que Whitmore acudiera de inmediato ante su llamado.

—¿En que puedo ayudarle su excelencia?

—Trae todo lo necesario para que lady Davina pueda afeitarme la barba —le ordeno—.

Whitmore lo miro incrédulo observó a Davina esperando que le confirmará que se tratará de una broma.

—¿Creen que no puedo hacerlo? —inquirió ofendida—. Se los demostraré a los dos.

—No dudo de las habilidades de lady Compton —menciono sincero—. Pero debo de admitir de mi preocupación de que lady Compton tenga algo afilado cerca del rostro de su excelencia…

—Soy Davina recuérdalo Whitmore —lo corrigió—. Y le aseguro de que su excelencia se encuentra en unas buenas manos.

Whitmore le suplico con la mirada de que detuviera la locura de Davina, pero Sirius solo pudo sonreír divertido queriendo averiguar hasta donde podía llegar aquella chica.

—Si su excelencia desea recortar su barba yo mismo…—insistió—.

—Por favor Whitmore haz lo que te ordene —le pidió Sirius—. Veamos las capacidades ocultas de lady Davina como barbero.

Ella se enderezó, con el mentón alzado y una chispa de orgullo en la mirada.

—Lo digo porque sé hacerlo, excelencia. No sería la primera vez.



#1428 en Novela romántica
#435 en Otros
#196 en Humor

En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 29.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.