El sonido firme de pasos resonó en el pasillo. Davina se incorporó de inmediato, todavía con el trapo húmedo en mano, cuando vio a Penny acercarse con su porte erguido y su expresión seria. La doncella examinó el candelabro pulido, luego deslizó los dedos enguantados por el brazo de bronce, buscando cualquier resto de polvo o cera. Davina contuvo la respiración, expectante.
—Hm. —Penny levantó una ceja, girando lentamente el objeto para observarlo con detenimiento—. Para ser su primer intento, no está del todo mal.
Davina sintió un alivio inmediato, aunque se mordió el labio al notar que Penny había encontrado una pequeña mancha en la base.
—Pero aún le falta pulir este detalle —añadió la doncella con tono severo, señalando la imperfección.
Davina asintió con rapidez, inclinándose para frotar con más esmero.
—Tiene razón. Lo arreglaré ahora mismo.
Por un instante, el silencio se prolongó. Luego Penny, con un gesto más suave de lo habitual, dejó escapar algo parecido a una sonrisa.
—No todas las jóvenes de su posición aceptarían esta tarea con esa disposición —se asombró—. La mayoría se quejaría.
Davina levantó la vista, sorprendida por el comentario.
—No sería correcto quejarme —le confeso—. Estoy aquí por decisión de mi tía… y porque, de algún modo, siento que debo aprender algo de todo esto.
La rigidez del rostro de Penny se relajó. La seriedad no desapareció por completo, pero sus ojos se suavizaron con un destello de complicidad.
—Tal vez seamos más parecidas de lo que piensa, lady Davina.
Aquellas palabras tomaron a Davina desprevenida. Durante un segundo, se quedó observando a la doncella, notando que detrás de aquella formalidad estricta había una mujer joven, quizá con sueños que no podía confesar en voz alta.
—Entonces espero que algún día me lo cuente —respondió Davina con una pequeña sonrisa.
Penny bajó la mirada, como si aquel gesto hubiera atravesado su coraza habitual. Luego se irguió de nuevo, retomando la compostura.
—Ya veremos, mi lady. Por ahora, continúe. Si logra que todos los candelabros luzcan como este, diré a Mr. Whitmore que está cumpliendo bien con su deber.
Mientras Penny se alejaba, Davina se sorprendió a sí misma sonriendo. Quizás, solo quizás, había encontrado en aquella doncella una primera aliada dentro del castillo.
—Lady Davina. —La voz grave y mesurada de Whitmore interrumpió el silencio de la sala, tomando a las dos por sorpresa ya que no había escuchado sus pasos acercarse hacia ellas. Penny se enderezó de inmediato, inclinando la cabeza al mayordomo—. Su excelencia solicita su presencia.
El corazón de Davina dio un salto nervioso. Sin poder ocultar la inquietud en sus ojos, dejó el trapo a un lado y siguió al mayordomo por los pasillos del castillo. La sola idea de volver a enfrentar al duque después de la última vez la hacía temblar. Whitmore abrió la puerta de la habitación y, tras una leve reverencia, se retiró, cerrándola con suavidad para dejarlos a solas. Davina alzó la vista… y quedó conmocionada. El hombre que tenía enfrente apenas parecía el mismo. El cabello negro, antes largo y grasiento, había sido recortado con precisión y brillaba bajo la luz que se filtraba por las cortinas. La barba que ocultaba la mitad de su rostro había desaparecido por completo, dejando al descubierto facciones firmes, la mandíbula definida y la piel clara. Sus ojos grises, siempre sombríos, parecían ahora más vivos, iluminados con una fuerza nueva. Por un instante, Davina no supo qué decir.
—¿Dónde ha estado? —preguntó Sirius con voz seria, rompiendo el silencio.
Ella tragó saliva, nerviosa.
—He… he estado cumpliendo mis labores.
El ceño del duque se frunció con severidad.
—¿Qué labores? Usted no está aquí para limpiar ni para obedecer órdenes menores —le reclamo—. Su única tarea es cuidarme. ¿Quién le ha dado esas ocupaciones?
Davina bajó la mirada, jugando con las manos como si buscara valor.
—Nadie… —confesó al fin, con un suspiro—. Fui yo quien las pidió. No quería ser un estorbo ni parecer que no hacía nada… pensé que sería mejor colaborar.
Sirius la observó en silencio unos segundos, hasta que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible.
—Ya veo. —Su voz se suavizó, y en sus ojos apareció un destello divertido—. Así que fue su elección.
Davina, aún cohibida, alzó la mirada hacia él y, antes de pensarlo demasiado, dejó escapar una pequeña observación.
—Con su nueva apariencia… ya no lo confundirán con un vagabundo —bromeo, para intentar disminuir la tensión que los rodeaba—.
Por un instante, Sirius la miró como si hubiera recibido un golpe inesperado. Luego, una carcajada breve pero sincera salió de su pecho, llenando la habitación con un calor insólito.
—Touché, lady. —Se recostó en la silla, todavía sonriendo—. Admito que tiene razón.
Davina, sorprendida por la reacción, sintió que sus propios labios se curvaban en una sonrisa tímida. La tensión que había sentido al entrar parecía disiparse poco a poco, reemplazada por una complicidad que no se atrevía aún a reconocer. Sirius permaneció en silencio unos segundos, todavía con esa sonrisa apenas esbozada en los labios. Después, fijó de nuevo sus ojos grises en ella, serios, aunque con un matiz distinto al de antes.