El Valle de las Rosas

Capitulo 19

Davina no había podido dormir en toda la noche. Se revolvió entre las sábanas, pateó las mantas, apretó la almohada contra su rostro y murmuró maldiciones que habrían hecho enrojecer hasta a un marinero. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen volvía: Sirius inclinándose sobre ella, la oscuridad del establo, el roce inesperado, el beso que la había dejado sin aire… y el inconfundible hedor a estiércol.

—¡Maldito sea! —masculló, dándole un golpe al colchón—. ¡Maldito, arrogante, insoportable Sirius!

Su primer beso. Su tan esperado primer beso había sido completamente arruinado, ¿Cómo pudo atreverse a robarse el momento más atesorado de una dama como ella? En sus fantasías, siempre había sido con un príncipe azul, bajo la luz de las velas, sería romántico y detallado, sería una cena bajo un cielo estrellado, con una brisa perfumada y un violín imaginario sonando de fondo. El entonces sin poder soportar más ocultar sobre sus sentimientos le realizaría una hermosa declaración que la conmovería, entonces ella lloraría de la emoción y se besarían en ese momento mágico. Esa era la fantasía que Davina había soñado durante toda su vida. Pero no. El destino, con su humor retorcido, había decidido que sería en un mugroso establo, con las bestias rumiando a pocos metros y con el aroma inconfundible del excremento impregnando cada respiración. Maldito fuera el duque de Hamilton, había arruinado su tan esperado primer beso, su fantasía se había destrozado enfrente de sus ojos.

—¡Qué horror! —susurró tapándose la cara con las manos—. ¡Y pensar que llevaba años imaginándolo!

Intentó convencer a su mente de que lo importante era la revelación que Sirius le había hecho, pero era inútil. Su orgullo estaba demasiado herido. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía arruinarle de esa manera algo tan... sagrado? Era el momento tan esperado por las damas como ella, debió de haber sido especial en un momento especial y romántico, pero en cambio, había sido a oscuras y con el olor inconfundible del excremento. Que horror, de solo volver a recordar sentía que se desmayaría de la desilusión, maldito, se lo haría pagar. Pero… si debía de ser sincera consigo misma, había disfrutado aquel mugriento beso, aunque hubiera sido en las peores escenarios para generar un ambiente romántico y mágico, había sido al menos con una persona especial, pero su declaración no la conmovió para nada. Se sentís frustrada y decepcionada, pero ¿Por qué su corazón seguía latiendo como loco? Maldito corazón estaba traicionándola a ella y a su mente, tanto tiempo habían añorado ese momento mágico que llegará y fue destrozado completamente. Se sentó en la cama con los cabellos revueltos y los ojos desvelados. Si lo veía, juró para sí, si lo veía, le lanzaría lo primero que tuviera a la mano. No importaba si era una almohada o una tetera. Y, aun así, cuando recordaba el instante exacto en que él la miró, tan cerca, con ese brillo extraño en los ojos… su corazón, traidor, latía más rápido.

—No. No. No. —se dijo, dándose pequeños golpecitos en la frente—. ¡No voy a pensar en eso!

Pero lo hizo. Toda la noche. Hasta que el amanecer la encontró con las mejillas encendidas, el cabello hecho un desastre, y el orgullo tan revuelto como las sábanas de su cama. El sol ya se había filtrado entre las cortinas cuando Davina bajó a desayunar, aunque “bajar” era una palabra generosa: más bien se arrastró por las escaleras como un fantasma con los nervios destrozados. Había intentado verse presentable —cabello recogido, rostro sereno, sonrisa falsa ensayada frente al espejo—, pero las ojeras delataban su falta de sueño y el gesto crispado en su boca traicionaba su supuesto autocontrol. Se fijo en alisarme perfectamente su uniforme como doncella, quería verse fuerte ante él, que no sería fácil de intimidar, pero sabía que en cuanto lo viera, todas sus sentimientos saldrían en una gran explosión, que su corazón se le aceleraría y que sus piernas se debilitarían al verlo. Respiro profundamente, exhalo profundamente intentando calmar sus nervios. Esta vez no se verían en sus aposentos o en el comedor, la había citado en un lugar más privado: en su biblioteca personal. Debía calmar su mente para poder afrontarlo.

La biblioteca del duque olía a papel envejecido y madera encerada. A esa hora, la luz del amanecer apenas se colaba por los ventanales altos, bañando los lomos de los libros en un tono ámbar. Davina estaba sentada frente a la mesa central, fingiendo leer un tomo que llevaba veinte minutos abierto en la misma página. Intentaba parecer tranquila, pero cada vez que escuchaba el roce de las ruedas del sillón de Sirius acercándose, sus hombros se tensaban. No lo había visto desde el beso. No quería verlo. Y, sin embargo, ahí estaba.

—Parece que alguien madrugó —comentó él con esa voz serena que ella ya odiaba.

Davina levantó la vista despacio, fingiendo indiferencia. Lo observó con cierto desagrado al verlo llegar en silla de ruedas como sino supiera ya su secreto.

—Tenía insomnio —comentó seca—. Supongo que usted también.

Sirius sonrió apenas, deteniéndose frente a una estantería.

—Digamos que tuve una noche... más movida de lo esperado.

Ella sintió el calor subirle al rostro.

—¿Piensa insinuar algo, su excelencia?

—Yo no insinué nada —respondió sin mirarla, hojeando distraídamente un libro—. Pero ya que lo menciona… ¿usted pensó en ello también?

Davina lo fulminó con la mirada.

—No voy a dignificar eso con una respuesta —respondió indiferente—.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 29.10.2025

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