Al día siguiente Davina tuvo que despertar más temprano para ayudar a Whitmore a preparar la sala que se había acondicionado para que Sirius pudiera tomar sus sesiones de rehabilitación sin que nadie lo molestara y fuera cómodo para él. Todavía recordaba el rostro de Penny y el resto cuando ella misma les informo que el duque deseaba tomar sesiones para volver a caminar, lo cual les sorprendió la noticia y hasta los alegros. Le contó Penny que Whitmore le rogaba a Sirius para que intentará tomar la rehabilitación, pero que después se frustraba tanto hasta el punto de darse por vencido y preferir estar confinado a la silla de ruedas. Hubo después varios intentos por Whitmore de hacerlo cambiar de opinión, incluso trajo al medico que era uno de los amigos de la infancia del duque, pero ni siquiera los dos juntos pudieron convencerlo, negándose rotundamente a la idea de volver a caminar. Davina fingió sentir conmovida deseándole sus mejores deseos al duque, cuando en verdad Davina sabía la verdad tras eso: Sirius en secreto estuvo manteniendo sus sesiones de rehabilitación por más de un año sin que nadie del personal se enterara, logrando apenas mantenerse en pie en poco tiempo. Solo que ahora lo hacía públicamente y no a escondidas como anteriormente lo hacía, eso haría que la rata les informara a sus amos lo que sucedía.
La sala que habían acondicionado para la rehabilitación estaba bañada por la luz del mediodía. Era amplia, silenciosa, con los ventanales cubiertos por cortinas de lino que dejaban entrar un resplandor cálido y tranquilo. En el centro, dos barras metálicas se extendían paralelas, firmemente ancladas al suelo. Fuera de eso, no había más que el eco del espacio vacío. Davina observaba desde la esquina, con las manos entrelazadas al frente. Aún no comprendía cómo el médico particular del duque había llegado tan deprisa después de que ella le enviara un mensaje. Fue casi inmediato, como si hubiese estado esperando la señal de Sirius. La eficiencia de todo aquello le resultaba desconcertante. El doctor Emmett Thompson se presentó con una inclinación cortés ante Davina, su presencia tan serena como su voz. Era un hombre joven, probablemente de la edad de Sirius o apenas unos años mayor, con un aire de inteligencia tranquila y una elegancia que no necesitaba esfuerzo. Su cabello rubio y rizado, de un tono dorado casi miel, enmarcaba su rostro con suavidad, cayendo en bucles desordenados que parecían desafiar cualquier intento de disciplina. Sus ojos verdes claros, tan límpidos como el cristal, tenían una mirada analítica y perspicaz, de esas que parecen verlo todo sin apenas pestañear. El rostro de Emmett era anguloso, de pómulos marcados y mandíbula definida, aunque suavizados por la juventud y una expresión perpetuamente serena. Su nariz recta le daba un aire distinguido, mientras que sus labios delgados, de comisuras levemente arqueadas, parecían siempre al borde de una sonrisa discreta, casi profesional.
—Doctor Emmett Thompson, a su servicio, señorita —dijo con una voz calmada y precisa, al tiempo que extendía una mano enguantada con natural cortesía—. He sido el médico personal del duque desde hace varios años, dudo que le haya contado de mí, pero nos conocemos desde que éramos niños, fuimos amigos de la infancia, pero pronto cada quien tuvo que seguir con su propio camino—la miro con curiosidad—. ¿Es nueva?
—Es lady Davina Compton, hija menor del marques de Northampton —la presentó Sirius con resiliencia—. Es una noble.
Emmett miro ofendido a Sirius.
—¿Y la pusiste a trabajar para ti? —inquirió ofendido—. ¿Cómo se pudo atrever el duque a semejante barbaridad?
Sirius miro sonriente a esta.
—Ella se lo gano…
—No pregunte porque —interrumpió Davina rápidamente—. Temo que seré difamada.
—Puedes preguntarle a Whitmore —replico Sirius confiado—. Él no se atrevería a difamar a una dama como Davina.
—Se ve muy inocente para ser merecedora de tal desprestigio.
—Solo tiene el rostro de un ángel —le aseguro—. Pero tiene la personalidad de un demonio.
Emmett solo giro el rostro en muestra de resignación mientras se reía de Sirius, lo trataba como si fuera un hermano menor, entonces supuso que era mayor que él por unos años. Aunque Davina no podía evitar observarlo con una mezcla de sorpresa y curiosidad; había imaginado a alguien mayor, un hombre de barba gris y semblante rígido. Pero aquel joven médico tenía una presencia pulcra, segura y contenida, la de alguien que sabía exactamente quién era y lo que debía hacer.
—El duque me informó que deseaba continuar con su rehabilitación —añadió con una leve sonrisa profesional—. Le aseguro, señorita, que los progresos serán más visibles de lo que imagina.
Su tono era tranquilo, pero en sus ojos brillaba una inteligencia aguda, casi inquietante, como si calculara cada palabra antes de decirla. Se encontraba revisando los vendajes en las piernas de Sirius y ajustaba la altura de las barras para poder dar inicio. En el momento en que comenzó con su rehabilitación su rostro tranquilo y divertido cambio por completo manteniendo una expresión neutra.
—Solo hasta donde su cuerpo lo permita, excelencia —le advirtió con firmeza, cambiando la forma en la que se dirigía a este—. Forzarse más de la cuenta no acelerará el proceso.
—Lo sé, doctor —respondió Sirius con su tono contenido, aunque su mandíbula tensa delataba la impaciencia.
Davina dio un paso adelante, sin saber si debía intervenir o permanecer al margen. Había sido ella quien había insistido esa misma tarde en que retomara las sesiones de rehabilitación, y ahora, al verlo ahí, tan vulnerable y obstinado, se debatía entre el orgullo y la preocupación. Emmett asintió, y Sirius apoyó lentamente las manos en las barras. El metal crujió apenas bajo su peso. Su respiración se volvió más audible mientras intentaba dar el primer paso. Las piernas temblaban, indecisas, como si dudaran de su propia fuerza. Davina sintió un nudo en la garganta al verlo avanzar unos centímetros. El esfuerzo era visible: el sudor perlaba su frente, sus dedos se aferraban al tubo con una determinación casi dolorosa.