Había pasado una semana desde que había llegado a Ravenscroft y había asumido su papel como cuidados principal del duque. Podía decir que el sol había salido en el peor momento de sus tormentas. Pensó que al principio le sería difícil encajar, pero pronto se dio cuenta que se sentía por primera vez que pertenecía a un lugar, ahora ni siquiera extrañaba a sus hermanas o su tía, parecían ya un recuerdo lejano, aunque no podía mentir en que deseaba verlas y decirles que ella estaba bien, que no se preocuparán por Davina, que había llorado muy poco y que el duque la trataba con amabilidad a pesar de su primer encuentro. Eso no era mentira, su relación había cambiado mucho con el pasar de los días, al pasar el resto del día a su lado, había comenzado a conocerlo mejor, podían pasar horas hablando de sus libros favoritos, o estar en la biblioteca hablando sin parar. A veces había días en los que deseaba tomar un paseo, aunque ahora Whitmore se aseguraba de vigilarlos de cerca para evitar que vuelva ocurrir algún accidente, no podía culparlo por ser precavido. Incluso su relación con los sirvientes del castillo había mejorado, comenzaban a verla poco a poco como una más de ellos y menos como una noble.
Al principio pensó que sería difícil dejar su vida de lujos y comodidades, tener que hacer tareas domésticas y cuidar a alguien más que no fuera ella misma, pero pronto se dio cuenta de lo equivocada que estaba. Nunca antes había tenido esta sensación de libertad como ahora, no tenía que preocuparse por lo que la gente pensará de ella, que la juzgarán, de preocuparse por su apariencia, de las etiquetas y modales, podía ser solo Davina y eso ya era suficiente para ella. Se había vuelto más amiga de Penny conforme pasaban los días, tenía un profundo respeto hacia Sirius respetándolo como su excelencia y admiraba eso de ella, así que las dos se unieron en contra de Colette quien era la evidente espía de la madrastra de este. Se alegraba de tener en el fondo una verdadera amiga con la cual podía reír al pasar los días. El sol apenas se filtraba por las ventanas de la cocina cuando Davina hundió la cara entre sus manos, deseando desaparecer junto con su desayuno. Frente a ella, Penny bebía su té con una calma irritante y una sonrisa que anunciaba problemas.
—No fue tan terrible —dijo Elise, la cocinera intentando consolarla mientras servía un poco más de mermelada—. Solo fue un malentendido.
—¡Un malentendido que ahora todo el personal conoce! —se quejó Davina, con voz ahogada—. Penny gritó “¡Lady Davina está atacando al duque!” como si yo hubiera intentado secuestrarlo —hizo un puchero molesto—. Siguen recordándomelo…
—No puedes culparme ¿cómo lo negaría? —murmuró Penny, divertida, removiendo su té—. Parecía un ataque de otro tipo, si me preguntas.
Davina levantó la cabeza de golpe, con el rostro encendido.
—¡Penny! ¡No digas esas cosas!
—¿Qué cosas? —preguntó con fingida inocencia—. Solo estoy diciendo que estabas encima de él… literalmente.
Elise trató de no reír, pero un pequeño bufido de risa se le escapó. Davina la miró ofendida.
—¡Esto no tiene gracia! —insistió—. ¡Fue un accidente!
—Ajá —dijo Penny, cruzando los brazos y apoyándose en la mesa—. Entonces, ¿desde cuándo te gusta el duque?
Davina se atragantó con su té. Tosió, se abanicó con la mano y terminó diciendo entrecortadamente:
—¿Qué… qué clase de pregunta es esa?
—Una muy sencilla —replicó Penny, encantada—. Desde cuándo.
—¡Desde nunca! —gritó Davina, roja como una manzana—. ¡No me gusta! ¡Ni un poco!
—No hay nada de qué avergonzarse —dijo Elise con dulzura—. Es un hombre apuesto, y si me permites decirlo, cuando sonríe, podría derretir la nieve.
Davina se tapó los oídos, desesperada.
—¡No pienso escuchar esto!
—Entonces dinos —intervino Penny con tono travieso—, ¿quién sería tu tipo?
Davina parpadeó, nerviosa. Su mirada recorrió la cocina en busca de inspiración. Sus ojos se detuvieron en una pintura colgada sobre la chimenea: un barco navegando en medio de una tormenta.
—Un… un marinero —dijo al fin, improvisando con torpeza—. ¡Sí! Un marinero. Ese sería mi tipo ideal.
Elise arqueó una ceja.
—¿Un marinero?
—Sí, claro —insistió Davina, fingiendo seguridad—. Aventurero, bronceado, fuerte… y lejos del continente la mayor parte del año. Perfecto.
Penny apoyó el mentón en la mano, sonriendo con malicia.
—Entonces, querida, parece que hoy es tu día de suerte.
Davina la miró, confundida.
—¿Mi… día de suerte? ¿Por qué?
—Porque hoy vendrá un marinero —anunció Elise con toda naturalidad mientras recogía los platos—. Llegará al puerto en un par de horas, el señor Whitmore lo mencionó esta mañana.
El rostro de Davina se congeló.
—¿Un… marinero?
Penny se inclinó hacia ella, sonriendo como un gato que acaba de atrapar un ratón.
—Espero que estés lista para conocer a tu tipo ideal.
Davina se hundió en la silla, llevándose una mano a la frente mientras murmuraba entre dientes: