Davina permanecía sentada en la esquina más apartada de la sala, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, como una niña castigada, nunca había sentido algo tan vergonzante como ese momento, pero sabía que se lo había ganado a pulso. Cada tanto lanzaba miradas asesinas a todos los presentes, especialmente al doctor Emmett Thompson, que intentaba no reírse mientras limpiaba con cuidado el golpe en la frente del teniente Howells. Incluso Penny trataba de contener incapaz las risas al enterarse que había apedreado al marino amigo de la infancia de Sirius quien había regresado de Londres para visitar a su familia que se encuentra en el pueblo vecino del valle. Y Davina lo había recibido con piedras, si que podía arruinar no solo su reputación, sino también la de otros. Whitmore la había dejado en la esquina como castigo para que así aprendiera avergonzarse de sus acciones. Por un momento le recordó a su tía Sherlyn, así que no tuvo que otra más que obedecerlo. Se encuentran en la sala de estar mientras Penny sirve unos bocadillos, el doctor Thompson cura sus heridas provocadas por esta.
La sala de estar del castillo era una joya bañada en luz, un rincón que parecía suspendido entre la realidad y un sueño dorado. Las amplias ventanas arqueadas se alzaban hasta casi tocar el techo, permitiendo que los rayos del sol de la mañana se filtraran con suavidad, tiñendo el aire de tonos cálidos y dorados. Más allá de los cristales, se extendía un jardín rebosante de vida, donde el verdor de los setos y el perfume de las flores se mezclaban con la brisa fresca. Las cortinas de terciopelo azul celeste colgaban pesadas y majestuosas, enmarcando las ventanas como si fueran lienzos. Su color, sereno y elegante, contrastaba con los dorados de los marcos y los moldes del techo, donde flores y querubines pintados danzaban entre nubes pastel. En el centro del salón, un conjunto de sillones tapizados en una delicada tela marfil, bordeados con finos grabados dorados, rodeaban una mesa baja de patas curvas y talladas. El mármol claro de la superficie reflejaba el brillo del sol y sostenía un servicio de té de porcelana con filigranas de oro y pequeñas flores pintadas a mano. Algunos dulces, frutas frescas y una jarra de agua completaban la escena, junto con los ramilletes de rosas, peonías y hortensias que llenaban de aroma el ambiente.
El aire estaba impregnado de una armonía tan apacible que incluso las voces parecían sonar más suaves allí dentro. La combinación de los tonos dorados, marfiles y azules, junto con la luz natural, creaban una atmósfera casi etérea: un lugar donde el tiempo parecía ralentizarse, invitando al reposo y a las confidencias. En ese entorno, el contraste con la situación era casi cómico. Liam, sentado en uno de los exquisitos sillones, recibía los cuidados del doctor Thompson con una expresión resignada mientras el duque Sirius no contenía su risa y Davina, encogida en la esquina, deseaba que el suelo se la tragara. Todo ocurría bajo aquel techo celestial, con flores pintadas que parecían observarlos con curiosidad desde lo alto.
—Le aconsejo que no vuelva a pararse frente a una dama armada con piedras —dijo Emmett, con una sonrisa apenas disimulada.
Liam soltó una risita, levantando una ceja.
—Créame, doctor, lo tendré muy presente. No todos los días uno es recibido con semejante entusiasmo.
Sirius, que observaba desde su sillón, soltó una carcajada tan fuerte que casi se atraganta.
—¡Por Dios, Davina! —exclamó riendo—. También a mí me recibió a golpes cuando llego, empiezo a pensar que es tu forma de dar la bienvenida.
Davina apretó más los labios, sin decir una palabra.
—No —intervino Liam con fingida seriedad, mirando a Sirius—, en realidad me siento halagado. No cualquiera tiene el privilegio de ser atacado con semejante puntería. He enfrentado cañones en alta mar con menos precisión que la de Lady Davina.
—¿Lo ves? —añadió Sirius, intentando contener otra carcajada—. Hasta los oficiales de Su Majestad reconocen tu talento natural para la violencia.
—¡No fue violencia! —saltó Davina al fin, colorada hasta las orejas—. ¡Fue defensa propia! ¡Pensé que era un ladrón o un… un acosador!
—Ah, claro —dijo Liam con tono burlón, tocándose la frente con una sonrisa—. Un acosador que, por pura coincidencia, sabía el nombre y hablaba del duque. Muy lógico.
Davina bufó, hundiéndose en su asiento.
—No tenía por qué acercarse de esa forma tan descarada…
Emmett tosió suavemente, intentando mantener la compostura mientras terminaba de vendar la herida.
—Bueno, parece que no habrá necesidad de suturas, solo una pequeña raspada. Aunque debo admitir —miró a Davina divertido—, pocas veces he visto a alguien con tanta energía defensiva.
Sirius apoyó el codo en el reposabrazos, con una sonrisa divertida.
—Davina creo que deberías considerar dejar de golpear a las personas en tu primer encuentro. Es solo una sugerencia amistosa.
—Y médica —añadió Emmett, sonriendo.
—Y naval —completó Liam, con una reverencia exagerada—. En nombre de la Marina Real, lo agradeceríamos mucho.
Davina apretó los dientes, intentando ignorar las carcajadas de los tres hombres.
—Perfecto. La próxima vez que aparezca un extraño hablándome entre los arbustos, lo recibiré con té y galletas —replicó con sarcasmo.