El sol de la mañana bañaba los jardines del castillo con una luz dorada y tibia. Las rosas comenzaban a abrirse, y el aire estaba impregnado con el perfume dulce de las flores recién regadas. Davina caminaba sin rumbo entre los senderos empedrados, arrastrando el borde de su falda mientras su mente se enredaba en pensamientos cada vez más pesados. Se encontraba resoplando su mala suerte mientras pateaba las pequeñas piedras que se encontraban escondidas entre las hierbas. No había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Sirius… su expresión divertida cuando ella fue reprendida por golpear al pobre marinero. “Debió haber pensado que soy una completa salvaje,” se dijo, con un suspiro. Ahora si había parecido un mono salvaje como él había dicho anteriormente. “Y para colmo, golpeé a su mejor amigo. ¡A su mejor amigo de la infancia!” No podía tener peor suerte que la suya, ¿es que su mente era incapaz de procesar la situación? ¿Era ilegal pensar para ella? ¿Por qué entre todas las personas que se ha topado en su camino debió de golpear a su mejor amigo? Un mono había sido más civilizado comparado a ella. Había sido toda una salvaje y solo le había confirmado a Sirius.
Su pecho se apretó ante la idea. Tal vez Sirius ahora la veía con desprecio. Tal vez, después de todo lo que había hecho por ella, finalmente se había cansado. ¿Cómo podía culparlo? Ella era un simple desastre hecho y derecho, no tenía salvación alguna como lo había dicho su tía. Pero la idea le aterraba más de lo que quería admitir: no quería ser odiada por Sirius, no podría soportarlo. El simple pensamiento de perder su confianza la llenó de un vacío doloroso. “¿Por qué me afecta tanto lo que piense…?” murmuró, mirando las flores. Pero en el fondo lo sabía. Desde hacía un tiempo, cada mirada, cada sonrisa paciente de Sirius había empezado a importarle demasiado. ¿Cómo había llegado a caer a tal punto? Suspiro cansada mientras pateaba las pequeñas flores por frustración, no quería ver su rostro, no quería ver la decepción reflejada en sus ojos, no podría soportarla, prefería evadir sus obligaciones como su cuidadora principal e ignorarlo por completo hasta que tuviera el suficiente valor para encararlo. Estaba tan perdida en sus pensamientos que no notó la sombra que se interpuso frente a ella. Chocó contra un pecho firme y dio un pequeño grito ahogado.
—Por todos los cielos… —masculló, llevándose la mano a la frente—, ¡no miran por dónde caminan!
—Y yo que pensaba que las damas aquí eran más delicadas —respondió una voz grave, con un tono divertido.
Davina levantó la mirada y se encontró con los ojos verdes tan claros como el horizonte de Liam Howells. Se quedó inmóvil por un segundo, el corazón le dio un salto, y enseguida desvió la vista con el rostro encendido.
—Oh… es usted —murmuró, retrocediendo un paso con evidente incomodidad.
—Me alegra que lo recuerde, señorita apedreadora —dijo Liam con una sonrisa ladeada.
Davina apretó los labios, decidida a no darle el gusto de verla alterada, y giró sobre sus talones para marcharse.
—Si me disculpa, tengo cosas más importantes que hacer que hablar con un hombre que se entromete en conversaciones privadas.
—¿Así que va a ignorarme por el resto de mi estancia? —preguntó él, siguiéndola con paso tranquilo.
—Exactamente —replicó sin mirar atrás—. Que bueno que fue fácil de entender.
Liam rio suavemente.
—Le aseguro que no soy una mala persona, señorita Davina, se que tuvimos un mal comienzo entre ambos —dijo amable—. Si me diera la oportunidad de conocerme, seguramente lo comprobaría.
—No tengo el más mínimo interés, gracias por la oferta, pero decido rechazarla —dijo ella, girándose para fulminarlo con la mirada—. Así que no hace falta.
—Qué pena —respondió él con fingida tristeza—. Porque yo sí tengo un enorme interés en usted.
Davina abrió la boca, ofendida, pero él ya sonreía con esa mezcla de encanto y descaro que la hacía perder la paciencia.
—Lastima que no es mi tipo de hombre —inquirió seca—. Así que puede dejar de intentarlo, no es de mi interés.
—¿No soy el tipo de hombre? —dijo entre risas, siguiéndola a pesar de que se alejaba de él—. ¿Quién lo es? —su mirada brillaba de curiosidad—. No me diga que es Sirius…
Davina se paró de golpe, se giro violentamente a su lado mientras lo fulminaba con la mirada.
—Si sigue siguiéndome —amenazó, alzando una piedra del suelo—, juro que volveré a apedrearlo.
Liam arqueó una ceja, divertido.
—Entonces será mejor que me mantenga cerca —la provoco—. No quisiera que errara el tiro.
Ella lo miró, entre incrédula y furiosa.
—Usted es imposible.
—Y usted, encantadora cuando se enfada —respondió con una reverencia exagerada. Luego, con voz más suave, añadió—: ¿Qué dice? ¿Me concede un paseo? Prometo mantenerme fuera del rango de lanzamiento.
Davina parpadeó, sin saber si quería reír o lanzarle la piedra de verdad.
—Ni lo sueñe, señor Howells.
Pero Liam solo sonrió, siguiéndola unos pasos atrás, disfrutando cada palabra de su irritación. En un abrir y cerrar de ojos, Davina y Liam se encontraban corriendo detrás de este siguiéndolo, no supo en que momento acepto acompañarlo, pero cuando menos estaba pensando, ya se encontraba a su lado. El aire fresco de la mañana se llenaba con el olor a hierba y tierra húmeda mientras Davina corría —sin saber exactamente por qué— detrás de Liam Howells. Sus pasos resonaban sobre los adoquines del patio, y el sonido de su risa la irritaba y la intrigaba por igual.