Davina se observó al espejo mientras Wendy terminaba de abotonar el último broche de su vestido color perla. El fino encaje en el cuello y los puños resaltaba la palidez de su piel, y aunque el atuendo era sencillo, tenía la elegancia que tanto distinguía a la casa Compton. Por un instante, le costó reconocerse; aquella joven con porte de dama no parecía la misma que corría por los pasillos del castillo con un delantal y un cubo de agua en las manos. No podía lo mucho que podían cambiar las personas en tan poco tiempo, ni siquiera era capaz de reconocer su propio reflejo, aunque estuviera delante de ella y todo se debía a esa persona.
—Está lista, mi lady —anunció Wendy suavemente, colocando un pequeño broche con forma de lirio en su cabello—. Su tía la espera en su habitación.
El corazón de Davina dio un vuelco.
—¿Está muy grave?
Wendy le sonrió cálidamente transmitiéndole tranquilidad.
—No debe de preocuparse mi lady, son sus alergias estaciones —la calmo—. Ha estado débil estos días… pero se alegrará de verla.
Davina asintió, tomando aire, pero antes de marcharse, voltea a ver con cierta inseguridad en su rostro a Wendy.
—¿Cree…que mi tía desee verme? —preguntó insegura—. ¿No se molestará por verme fuera del castillo? No quiero que mi llegada la ponga más delicada…
—Para nada mi lady —le aseguro—. Lady Compton la ha extrañado estos últimos días, le aseguro que se alegrará de verla.
Davina le sonrió agradecida por la bondad que le había demostrado Wendy, gracias a ella todos sus nervios se desvanecieron. El pasillo que conducía a la habitación de su tía estaba silencioso. Al observar las retratos que colgaban en las paredes se detuvo un momento para observarlos con incredulidad. No podía creer que su tía tuviera todos esos retratos de cuando eran niñas, era como si ella misma los hubiera coleccionado. Siempre pensó que su tía era una persona completamente fría y sin expresiones, que solo las había acogido por ser sus sobrinas, nunca pensó, que en verdad era importantes para ella. Pero pudo notar el inmenso cariño que les tenía al ver como guardaba y colgaba sus retratos que seguramente su padre le hacía llegar, y en qué momento su padre había mandado hacer esos retratos, estaba segura de que ni siquiera él los tenía en la mansión de Londres. Al llegar a la puerta, se detuvo. El pomo estaba frío bajo sus dedos.
—Vamos, Davina —se susurró a sí misma—. No seas cobarde.
Abrió con cuidado. El cuarto estaba tenuemente iluminado por la luz del ocaso. La cortinas estaban entreabiertas, dejando entrar una brisa fresca que movía el velo blanco que cubría la cama. Sobre ella, la tía Sherlyn reposaba, más delgada y frágil que nunca. Su cabello negro parecía haber aumentado sus destellos plateados que caían en suaves ondas sobre la almohada, y sus manos, aún elegantes, descansaban sobre un libro cerrado.
—Tía… —murmuró Davina, acercándose lentamente.
Los ojos de Sherlyn se abrieron despacio, y una sonrisa leve apareció en su rostro.
—Espero que esto no haya sido obra de tus hermanas… —su voz era débil, pero conservaba la calidez de siempre—. Las tres suelen ser igual de impertinentes —se rio suavemente—. Aunque no puedo culparlas… viene de familia —sonrió cálidamente—. Me alegro de que te encuentres bien querida Davina.
Davina se sentó junto a la cama, conteniendo el nudo en la garganta.
—No debí haber tardado tanto —susurró, tomando su mano—. Me dijeron que estaba enferma y…
—Estoy vieja, querida. No enferma… solo cansada —respondió su tía con una sonrisa dulce—. Aunque debo decir que me alegra verte de nuevo. Has crecido… y te ves tan radiante como tu madre cuando tenía tu edad.
Aquellas palabras bastaron para que Davina bajara la mirada, con los ojos empañados.
—No sea así de amable tía —dijo con voz temblorosa—. No hable como si se fuera a morir.
Sherlyn acarició su mejilla con la suavidad de una pluma.
—Me alegra saber que el duque te ha trato bien, Davina. Pero ahora dime… —sus ojos brillaron con astucia—. ¿Qué clase de travesuras te han traído de vuelta con tu vestido de doncella? Esperaba poder verte puesto con él…
Davina se rio nerviosa, había que omitir ciertos detalles para no terminar de alarmar a su tía.
—Estaba demasiado sucio por el trabajo —replico sonriente—. Prometo volver a visitarte para que puedas verme puesto con él.
Sherlyn solo sonrió divertida preguntando que clase de historia estaba escondiendo entre sus palabras, pero era mejor no averiguarlo.
—No me voy a morir niña, no era necesario que te marcharás del castillo —la tranquilizo—.
—¿Ya la visto un médico? —preguntó preocupada—. ¿Le pido al doctor Thompson que la vea?
—No es necesario niña, solo son alergias —la calmó—. Ya me ha visto mi propio médico, solo me indico reposo y que dentro de unos días estaré bien, pero dime ¿Le avisaste al duque? ¿o te escapaste?
—Le aseguro que el duque sabe que me he marchado a cuidarla…
—Niña no sabes cuidarte a ti misma —repuso divertida—. ¿Cómo piensas cuidar a una anciana como yo?
—De la misma forma en que estoy cuidando al duque —le aseguro—. Con libros.